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SOMOS LUZ Y SABOR

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Mt 5, 13-16

9 de febrero de 2020

El evangelio de este domingo nos regala unas palabras que Mateo pone en boca de Jesús con un mensaje de mucha trascendencia para el discipulado. Este texto pertenece a la segunda parte de este Evangelio en el que se refleja la intención de Jesús de construir una nueva Humanidad a pesar de la ruptura provocada en los que le escuchan. Se trata de un texto intimista en el que revela la identidad y la misión de los que deciden pertenecer a su movimiento.

Es importante destacar que las palabras de Jesús dirigidas al discipulado no son una promesa sino una realidad existencial porque les dice que ya son sal y ya son luz. Utiliza estas dos metáforas para que comprendan que están equipados de sabiduría y luz para iniciar este camino. El despliegue de esta identidad sí puede encontrarse con obstáculos que lo bloqueen, pero no que lo anulen o aniquilen.

La sal sirve para dar sabor. Las palabras sabor y sabiduría tienen la misma raíz lingüística: así como está el sabor de los alimentos, también está el sabor de la vida. Lo que le da gusto o sentido a la vida, la sabiduría, es decir: aprender a vivir como personas sin mucha más explicación. El arte no sólo de hacer las cosas, sino de hacerlas con dignidad, con consciencia, con responsabilidad, con alegría profunda. La verdadera sabiduría nos ayuda a descubrir la honda raíz de la vida y cómo invertir, de la mejor marera y en su justa medida, nuestras energías vitales. Pero hay una fuerte alerta: “si la sal pierde su sabor ¿cómo seguirá salando?” Esta frase es un proverbio usado en la literatura rabínica. Se alude a una sal extraída del mar Muerto y que perdía su sabor muy pronto. Ahora pone delante una gran responsabilidad al discipulado: la inutilidad de una fe creída desde la mente y no vivida desde la hondura humana. Situarse simplemente desde una fe creída genera ideología, pero vivida como raíz existencial genera sentido para llegar a ser lo que somos en potencialidad.

“Sois la luz del mundo”, nuevamente no es una expresión de futuro sino de lo que ya es presente. Si retomamos el relato de la Creación en el Génesis, lo primero que apreciamos es que Dios crea la luz, es la primera palabra que pronuncia como potencia creadora y que posibilita la vida. Se trata de una referencia a la luz no como materia sino a la luz como “conocimiento”, la consciencia de existir y de ser, la esencia de la que está hecha la verdadera naturaleza humana. Las tinieblas, las sombras, la oscuridad es no ser y no existir. Nuestra fuente original es LUZ. El simbolismo de la luz está muy presente en las Escrituras, pero hay dos claves que sitúan la temática de la luz en un nivel muy profundo: en la primera carta de Juan que define a Dios como LUZ sin mezcla de tinieblas; y la alusión de Pablo, en no pocas ocasiones, a que somos hijos de la luz, a caminar en la luz, a desenmascarar las tinieblas, a conectar con la luz para que nuestras obras sean luz.

La vida del discipulado transcurre en un complejo discernimiento para encontrar la medida justa de sal/sabor y la medida justa de luz. Un exceso de sal convierte en intragable cualquier alimento, un exceso de luz deslumbra hasta no ver. A veces, el discipulado se ve envuelto en un ego que vierte un exceso de sabor hasta alejar a los comensales. De la misma manera, un exceso de luz deslumbra y hace permanecer en la sombra a los que va dirigida. Esto suele ocurrir cuando se vive el discipulado como una elección exclusiva de Dios y que excluye a otros que parece no haber sido llamados. Lo mismo cuando la dosis es menor y genera una falta de sabor que diluye el sentido original o la poca luz que genera un ambiente sombrío y frío. Es la tibieza de un discipulado que no se atreve a vivir con orgullo esta misión porque sus raíces se han desconectado de la fuente y se han quedado en cumplir con los mínimos que les permite seguir justificando una vida de fe.  Las palabras en sí mismas no son luz, no son los discursos los que se convierten en faros de otras vidas o de la propia vida, sino esas palabras encarnadas, vividas, haciendo coherentes a quienes las pronuncian, sí son luz. 

A través de estas palabras de Jesús somos invitados a aprender a gestionar nuestra luz y sabor / sabiduría, a vivir en conexión con nuestra verdadera identidad, a generar espacios de conocimiento de lo que es esencial para que nuestra Iglesia, nuestras comunidades, nuestro mundo, nuestra casa común, sean reflejo del movimiento profundo de la fuente de la VIDA.

¡¡¡FELIZ DOMINGO!!!

 

Rosario Ramos

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