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LA EUCARISTÍA, EL SACRAMENTO DE NUESTRA FE

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Jn 6,51-59

La eucaristía es una realidad muy profunda y compleja, que forma parte de la más antigua tradición. Tal vez sea la realidad cristiana más compleja y difícil de comprender y de explicar. Podíamos considerarla como acción de gracias (eucaristía), Sacrificio, Presencia, Recuerdo (anamnesis), alimento, fiesta, unidad. Tiene tantos aspectos que es imposible abarcarlos todos en una homilía. Podemos quedarnos en la superficialidad del rito y perder así su verdadera riqueza. Lo que vamos a hacer es intentar superar muchas visiones raquíticas o erróneas sobre este sacramento.

1º.- La eucaristía no es magia. Claro que ningún cristiano aceptaría que al celebrar una eucaristía estamos haciendo magia. Pero si leemos la definición de magia de cualquier diccionario, descubriremos que le viene como anillo al dedo a lo que la inmensa mayoría de los cristianos pensamos de la eucaristía: Una persona revestida con ropajes especiales e investida de poderes divinos, realizando unos gestos y pronunciando unas palabras “mágicas”, obliga a Dios a producir un cambio sustancial en una realidad material. Cuando se piensa que en la consagración se produce un milagro, estamos hablando de magia.

2º.- No debemos confundir la eucaristía con la comunión. La comunión es solo la última parte del rito y tiene que estar siempre referida a la celebración de una eucaristía. Tanto la eucaristía sin comunión, como la comunión sin referencia a la eucaristía dejan al sacramento incompleto. Ir a misa y dejar de comulgar, es sencillamente un absurdo. Ir a misa con el único fin de comulgar, sin ninguna referencia a lo que significa el sacramento, es un autoengaño. Esta distinción entre eucaristía y comunión explica la diferencia de lenguaje entre los sinópticos y Jn en el discurso del pan de vida. Jn hace referencia al alimento, pero alimentarse lo identifica con, “el que cree en mí, el que viene a mí”.

3º.- “Cuerpo” no significa cuerpo, “sangre” no significa sangre. No se trata del sacramento de la carne y de la sangre físicas de Cristo. En la antropología judía, el hombre es una unidad indivisible, pero podemos descubrir en él cuatro aspectos: Hombre-carne, hombre-cuerpo, hombre-alma, hombre-espíritu. Hombre-cuerpo era el ser humano en cuanto sujeto de relaciones. Al decir: esto es mi cuerpo, está diciendo: esto soy yo, esto es mi persona. Para los judíos la sangre no era solo símbolo de la vida. Era la vida misma. Cuando Jesús dice: “esto es mi sangre, que se derrama”, está diciendo: esto es mi vida al servicio de todos, es decir, que toda su vida está entregada a los demás.

4º.- La eucaristía no la celebra el sacerdote, sino la comunidad. El cura puede decir misa. Solo la comunidad puede hacer presente el don de sí mismo que Jesús significó en la última cena y que es lo que significa el sacramento. Es el sacramento del amor. No puede haber signo de amor en ausencia del otro. Por eso dice Mt: “donde dos o más estén reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”. El clericalismo que otorga a los sacerdotes un poder divino para hacer un milagro, no tiene ningún apoyo en la Escritura. La eucaristía la celebran todos los cristianos gracias al sacerdocio de los fieles.

5º.- La comunión no es un premio para los buenos. Esta frase la dijo el Papa Francisco en una ocasión y me impresionó por su profundidad. No son los que “que están en gracia” los que pueden acercarse a comulgar. Somos los desgraciados que necesitamos descubrir el amor gratuito de Dios. Solo si me siento pecador estoy necesitado de celebrar el sacramento. Cuando más necesito el signo del amor de Dios es cuando me siento separado de Él. Es absurdo de dejar de comulgar cuando más lo necesito.

6º.- La realidad significada no es Jesús en sí mismo, sino Jesús como don: El don total de sí mismo, que ha manifestado durante toda su vida y que le ha llevado a su plenitud, identificándole con el Padre. Ese es el significado que yo tengo que descubrir. La eucaristía no es un producto más de consumo que me proporciona seguridades. Podemos oír misa sin que nos obligue a nada, pero no puedo celebrar la eucaristía sin comprometerme con los demás. No se puede salir de misa como si no hubiera pasado nada. Si la celebración no cambia mi vida en nada, es que me he quedado en el rito.

7º.- Haced esto no se refiere a que perpetuemos un acto de culto. Jesús no dio importancia al culto. Jesús quiso decir que recordáramos el significado de lo que acaba de hacer. Esto soy yo que me parto y me reparto, que me dejo comer. Haced también vosotros esto. Entregad la propia vida a los demás como he hecho yo.

8º.- Los signos no son el pan y el vino sino el pan partido y el vino derramado. Durante siglos, se llamó a la eucaristía “la fracción del pan”. No se trata del pan como cosa, sino del gesto de partir y comer. Al partirse y dejarse comer, Jesús está haciendo presente a Dios, porque Dios es don infinito, entrega total a todos y siempre. Esto tenéis que ser vosotros. Si queréis ser cristianos tenéis que partiros, repartiros, dejaros comer, triturar, asimilar, desapare­cer en beneficio de los demás. Una comunión sin este compromi­so es una farsa, un garabato, como todo signo que no signifique nada.

Todavía es más tajante el signo del vino. Cuando Jesús dice: esto es mi sangre, está diciendo esto es mi vida que se está derramando, consumiendo, en beneficio de todos. Eso que los judíos tenían por la cosa más horrorosa, apropiarse de la vida (la sangre) de otro, eso es lo que pretende Jesús. Tenéis que hacer vuestra, mi propia vida. Nuestra vida solo será cristiana si se derrama, si se consume, en beneficio de los demás como la mía.

Celebrar la Eucaristía es comprometerse a ser para los demás. Todas las estructu­ras que están basadas en el interés personal, o de grupo, no son cristianas. Una celebración de la Eucaristía compatible con nuestros egoísmos, con nuestro desprecio por los demás, con nuestros odios y rivalidades, con nuestros complejos de superioridad, sean personales o grupales, no tiene nada que ver con lo que Jesús quiso expresar en la última cena.

La eucaristía es un sacramento. Y los sacramentos, ni son milagros ni son magia. Se produce un sacramento cuando el signo (algo que entra por los sentidos) nos conecta con una realidad trascendente que no podemos ver, ni oír, ni tocar. Esa realidad significada, es lo que nos debe interesar. La hacemos presente por medio del signo. No se puede hacer presente de otra manera. Las realidades trascendentes, ni se crean ni se destruyen; ni se traen ni se llevan; ni se ponen ni se quitan. Están siempre ahí. Son inmutables y eternas.

El ser humano no tiene que liberar o salvar su "ego", a partir de ejercicios de piedad sino liberarse del "ego", que es precisamente lo contrario. Solo cuando hayamos descubierto nuestro verdadero ser, descubriremos la falsedad de nuestro yo individual y egoísta que se cree independiente. Estamos hablando del sacramento del amor, del sacramento de la unidad. Si la celebración de la eucaristía no nos lleva a esa unidad, significa que es falsa.

 

Meditación

No se trata solo de comer, sino de asimilar lo comido.
Si como sin asimilar, se producirá indigestión.
Si comulgo y no me identifico con lo que fue Jesús, me engaño.
Si no llego a lo significado, no hay sacramento que valga.
Realizado el signo, que entra por los sentidos,
queda por hacer lo importante: descubrir y vivir lo significado.

 

Fray Marcos

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