VENID A MÍ QUIENES ESTÁIS CANSADAS/OS Y AGOBIADAS/OS
Carmen SotoEn aquel tiempo, exclamó Jesús: «Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera.»
Para entender estas palabras de Jesús hay que retomar lo que Mateo narra en los versículos anteriores. Al comienzo del capítulo 11 (11, 1,7) los discípulos de Juan el Bautista se acercan al Maestro para preguntarle si él es el Mesías. Jesús no responde directamente, sino que los remite a su actividad y a su palabra y los invita a discernir si lo que él hace responde a lo que la Escritura dice sobre los signos que acompañan a quien es enviado de Dios. (Is 35, 5-6; 42, 18). A continuación, se dirige a las personas que se ha congregado en torno a él y las confronta sobre sus expectativas frente a Juan el Bautista y frente a él mismo. Para Jesús el pueblo está ciego y busca a tientas esperanza, pero no sabe leer los signos de los tiempos (11, 8, 19).
Jesús está experimentando con fuerza la incomprensión de su mensaje. En algunas ciudades de Galilea no han creído en su palabra y no han acogido los signos que ha realizado para hacer visible el reino de Dios. Esta experiencia le lleva a pronunciar palabras muy duras contra dos de ellas: Corazaín y Betsaina porque han tenido la oportunidad de creer y la han rechazado (11, 20-24).
Ante todo eso, Jesús se dirige a su Padre/Madre Dios agradeciéndole que los pequeños y sencillos hayan podido encontrar esperanza y salvación en su mensaje y en sus actuar. Los que aparecen como sabios y entendidos han puesto sus intereses por delante de la oferta de Dios y no han podido acogerla ni entender que él es su enviado (Is 29,9-24),
En medio del cuestionamiento Jesús experimenta con profunda emoción que Dios ha optado desde siempre por los/as más desvalidos/as, por los/as pobres, los/as marginados/as que no tienen a quien acudir, por eso sus curaciones, sus comidas con pecadores/as, su denuncia de la injusticia son expresión de esa preferencia de su Abba. Él se reconoce como hijo del Dios Padre/Madre que lo ha enviado e invita a quienes lo escuchan a reconocer esa filiación.
En el mundo antiguo el mayor orgullo de un hijo es parecerse a su Padre, es continuar su obra y aumentar su honorabilidad en su familia y en la sociedad. Con su conducta Jesús está imitando a su Padre y se está declarando digno hijo de tan buen Padre. No es por tanto su capricho actuar así, sino que porque conoce a su Padre/Madre sabe que su misión es restaurar, reconciliar, sanar y salvar.
Tradicionalmente en la religiosidad de Israel recitar y vivir el shema (Dt 6, 4-25) se interpretaba como llevar el yugo del reino de los cielos. Encontrarse con un Dios que acompaña, cuida y ama es no solo una experiencia liberadora sino una responsabilidad y un compromiso. Jesús evoca esta imagen del yugo para remitir a sus oyentes a la experiencia fundante de su fe pero también para ampliar la interpretación que hacen de ella.
Jesús sabe que en su sociedad (como en la nuestra) unos pocos oprimen, abusan y esclavizan a muchos y que la religión muchas veces se convierte en una carga que dobla la vida, que impide encontrase con ese Dios que consuela, perdona y salva. Por eso se indigna Jesús, porque muchos/as prefieren vivir de una religión que alivia pero que no pide grandes esfuerzos, escogen relacionarse con un Dios al que se le puede satisfacer con oraciones y ofrendas, pero olvidan que Dios es gratuidad, amor y perdón. Por eso Jesús los invita a llevar su yugo, a dejarse guiar por él porque Dios quiere aligerar nuestras cargas, consolarnos, animarnos…
“¿Cómo hacerles entender que de Ti nunca nacerá nada que les limite o les agobie, porque tú eres un Dios que quiere hacer ligeras sus cargas y que no les pides penosas ascensiones a montañas sagradas, ni templos en los que pagar diezmos, ni altares donde inmolar holocaustos? Por eso cuando los veo preguntándose cómo agradarte, les recuerdo las palabras de miqueas: lo que el Señor espera de vosotros no son humillaciones ni postraciones, sino que caminéis humildemente junto a Él aprendiendo de su ternura y su justicia.
Porque Tú no buscas criados que te sirvan, sino hijos con los que compartir el sueño de tu Reino, colaboradores entusiasmados por hacerlo llegar a todos los que están esperando, tirados en las cunetas de los caminos” (Dolores Aleixandre, Dame a conocer tu rostro (Gn 32, 30. Imágenes bíblicas para hablar de Dios, pág. 46)
Jesús finalmente invita a aprender de él, a ser sus discípulas/os y a ofrecer junto a él palabras y gestos de consuelo, caminos de liberación y perdón y experiencias de gratuidad y encuentro. Todo ello hoy cargado especialmente de sentido. En estos tiempos difíciles que seguimos viviendo no son ofrendas y holocaustos a Dios lo que el hermano o la hermana que sufre necesita, sino que cada una y cada uno de nosotros, discípulas/os de Jesús escuchemos su Palabra, imitemos su conducta y seamos consuelo, esperanza, reconciliación…cada día y con quien lo necesite.
Por eso te alabo Padre/Madre…
Carme Soto Varela, ssj