LA CIZAÑA DEBE ARRANCARSE SIEMPRE PARA QUE EL TRIGO CREZCA
Fray MarcosMt 13, 24-43
La parábola de la cizaña es una de las siete que Mt narra en el capítulo 13. Como decíamos el domingo pasado, se trata de un contexto artificial. Como todas las parábolas se trata de un relato anodino e inofensivo por sí mismo, pero que, descubriendo la intención del que la relata, puede llevarnos a una reflexión muy seria sobre la manera que tenemos de catalogar a las personas como buenos y malos. Mal entendida, puede dar pábulo a un maniqueísmo nefasto, que tergiversa el mensaje de Jesús. Bien y mal se encuentran inextricablemente unidos en cada uno de nosotros.
El punto de inflexión en la lógica del relato lo encontramos en las palabras del dueño del campo. “dejadlos crecer juntos hasta la siega”. Lo lógico sería que se ordenara arrancar la cizaña en cuanto se descubriera en el sembrado, para que no disminuyera la cosecha. Pero resulta que, contra toda lógica, el amo ordena a los criados que no arranquen la cizaña, sino que la dejen crecer con el trigo. Este quiebro, es el que debe hacernos pensar. No es que el dueño del campo se haya vuelto loco, es que el que relata la parábola quiere hacernos ver que otra visión de la realidad es posible.
El domingo pasado una cosecha del ciento por uno (cuando el diez por uno era un buen rendimiento) era el quiebro que nos obliga a saltar a otro plano. Esa desorbitada cosecha no se puede dar en el trigo, luego tenemos que dar un salto para entender lo que nos quiere decir. Ya no se trata de tierra y grano sino de fruto espiritual. La falta de lógica está en no arrancar la cizaña. Si en el campo de trigo se nos pide hacer lo contrario de lo que se debe, nos obliga a saltar a otro nivel en que eso sea posible. En el orden espiritual no solo no se debe arrancar la cizaña sino que no se puede separar.
Empecemos por notar que el sembrador siembra buena semilla. La cizaña tiene un origen distinto. Este lenguaje debemos explicarlo. Según aquella mentalidad, hay un enemigo del hombre empeñado en que no alcance su plenitud. Pero la hipótesis del maniqueísmo es innecesaria. Durante milenios el hombre trató de buscar una respuesta coherente al interrogante que plantea la existencia del mal. Hoy sabemos que no tiene que venir ningún maligno a sembrar mala semilla. La limitación que nos acompaña como criaturas, da razón suficiente para explicar los fallos de toda vida humana.
La vida arrastra tres mil ochocientos millones de años de evolución que ha ido siempre en la dirección de asegurar la supervivencia del individuo y de su especie. A ese objetivo estaba orientado cualquier otro logro. Al aparecer la especie humana, descubre que hay un objetivo más valioso que el de la simple supervivencia. Al intentar caminar hacia esa nueva plenitud de ser que se le abre en el horizonte, el hombre tropieza con esa enorme inercia que le empuja al objetivo puramente egoísta. En cuanto se relaja un poco, aparece la fuerza que le arrastra en la dirección equivocada del individualismo.
El objetivo de subsistencia individual y el nuevo horizonte de unidad-amor que se le abre al ser humano no son contradictorios. En el noventa por ciento deben coincidir. Pero esa pequeña proporción que les diferencia no es fácil de apreciar. Como en el caso de la cizaña y el trigo, solo cuando llega la hora de dar fruto queda patente lo que los distingue. Es inútil todo intento de dilucidar teóricamente lo que es bueno o lo que es malo. La mayoría de las veces el hombre solo descubre lo bueno o lo malo después de innumerables errores en su intento por acertar en su caminar hacia la plenitud.
El trigo y la cizaña tienen que convivir a pesar de que son plantas antagónicas y lo que produce una, será siempre a costa de la otra. La cizaña perjudica al trigo, pero la realidad es que son inseparables. Aplicado al ser humano, la cosa se complica hasta el infinito, porque en cada uno de nosotros coexisten juntos cizaña y trigo. Nunca conseguiremos eliminar del todo nuestra cizaña. Solo tomando conciencia de esto, superaremos el puritanismo y podremos aceptar al otro con su propia cizaña.
Esta mezcla inextricable no es un defecto que le viene al ser humano de fábrica, como se ha hecho creer con mucha frecuencia; por el contrario, se trata de nuestra misma naturaleza. Dejaríamos de ser humanos si se anularan todas nuestras limitaciones. No solo es absurdo el considerar a uno bueno y a otro malo, sino que el solo pensar que una persona se pueda considerar perfecta es descabellado. Arrancar la cizaña en nosotros y en los demás ha sido una tentación, que arrastramos desde tiempo inmemorial.
También hoy Jesús, a petición de sus discípulos, explica la parábola. Una vez más, no se trata de una explicación de Jesús, sino de un añadido de la primera comunidad, que convirtió las parábolas en alegorías para poder utilizarla como instrumento moralizante. En la explicación que da el evangelio de esta parábola, se ve con toda claridad la diferencia entre parábola y alegoría. Podemos apreciar cómo se desvía el acento desde la necesidad de convivir con el diferente a la insistencia en que los malos serán quemados, con la intención de que el miedo a ser chamuscados nos haga mejores.
Si a través de veinte siglos, la Iglesia hubiera hecho caso de esta parábola, ¡cuántos atropellos se hubieran evitado! En todos los tiempos se ha perseguido al que discrepa, solo por el afán de conservar la pureza legal, que tanto preocupa a los dirigentes. Se ha excomulgado, se ha desterrado, se ha quemado en la hoguera a miles de cristianos que eran bellísimas personas, aunque no coincidieran en todo con los cánones oficiales. Es patético que, a algunos de los que han sido sacrificados, se les haya declarado santos.
Aún tenemos pendiente un cambio en nuestra actitud ante el diferente. Hemos sido educados en el exclusivismo. Se nos ha enseñado a despreciar al diferente. Jesús sabía muy bien lo que decía a un pueblo judío que se creía elegido y superior a todos los demás. A pesar de la claridad del mensaje, muy pronto olvidaron los cristianos las enseñanzas de Jesús y reprodujeron el exclusivismo judío. Una sola frase resume esta actitud totalmente antievangélica: “fuera de la Iglesia no hay salvación”. Esta máxima (mínima) ha sido defendida, todavía, por el último Catecismo de la Iglesia Católica.
La parábola no solo se aplica al orden moral sino a la doctrina y al culto. En las verdades también hay trigo y cizaña y tampoco se puede separar el error de la verdad. Dice un proverbio oriental: si te empeñas en cerrar la puerta a todos los errores, dejarás inevitablemente fuera la verdad. También Nietzsche dijo algo parecido a esto: en un discurso un poco largo el más sabio es una vez tonto y dos veces necio. En el culto, el trigo sería un descubrimiento de Dios en nosotros y una verdadera relación con Él. Cizaña sería quedarnos en los ritos externos y no llega a la vivencia. En la moral: las prostitutas y lo pecadores os llevan la delantera en el reino de Dios. El sábado está hecho para el hombre y no el hombre para el sábado.
Meditación
Por mucho que nos empeñemos en impedirlo,
la cizaña y el trigo van a seguir creciendo juntos.
Si descubres los fallos en los que tropiezas cada día,
estarás en condiciones de aceptar a los demás con los suyos.
El objetivo del cristiano no es alcanzar la perfección,
sino aceptar al otro a pesar de sus fallos.
Fray Marcos