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TOMAMOS LA PALABRA

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No es tiempo de callar. Sí, es tiempo de hablar. Es tiempo de nuevas palabras para las mujeres y hombres nuevos de hoy... Tomar la palabra, como pueblo, como comunidad humana que se sabe adulta y no puede seguir de la mano de "los mayores" en las religiones, y también de la política o de cualquier otra forma de poder.

Tomar la palabra, con humildad, devolviendo a la teología a su espacio originario: la vida. La vida que pregunta por lo infinito, por el cómo del infinito y su sentido, por lo que la sostiene. Preguntas que no son propiedad de las religiones porque son patrimonio de lo humano, que inciden en nuestro interior con una intensidad nueva y diferente según el momento de la historia en el que nos encontremos. Pregunta abierta como la vida, como el universo en danza y movimiento constante. Preguntas humildes y arriesgadas, pero conscientes de que son precarias, parciales, inacabadas, formuladas en un instante de la historia y el tiempo de un universo infinito y misterioso.

Gazteiz, me explicaron en la visita a la catedral de Vitoria, era una pequeña población de hombres y mujeres de muchos miles de años atrás. También ellos tuvieron su espiritualidad y dieron respuestas a las preguntas que llamaban a su corazón. Poco sabemos de cómo eran éstas, pero no dudamos que hicieron un camino, del que nosotros somos beneficiarios.

Somos eslabones de la cadena de la humanidad. Nada tan significativo como una población ancestra que es cimiento para otra. Sus formas de expresar lo sagrado, su espiritualidad, sus ritos son el cimiento de lo que hoy somos. Aunque no repitamos sus ritos y celebraciones, sus formas de entender, hacen posibles las nuestras. Así ha de ser. Así es porque es imparable el ritmo de la vida hacia delante.

El miedo no detiene el futuro, sino que hace tormentoso el presente y ahoga la esperanza para el mañana. Arrebata el verdor de los tallos nuevos, porque no confía que la vida lleve su propio ritmo.

Sin embargo lo nuevo no niega lo antiguo, lo reformula, lo recrea, lo integra en formas más acordes al avance de la historia; libera la verdad que se oculta apretada en un traje que quedó pequeño. Son los "odres viejos" que no pueden retener el vino nuevo, del que nos habló Jesús.

Somos responsables de ese vino nuevo. Tomamos la palabra, sin querer herir a los que les cuesta entender que hoy, ya es mañana y no podemos seguir en el ayer.

Tomamos la palabra, los inmigrantes, de África y otros continentes, para abrirles nuestras puertas, para mezclar culturas y enriquecernos con todo. Les abrimos nuestra casa porque la injusticia de nuestros sistemas políticos y económicos les arrebató la suya, secó sus tierras y les condenó a la miseria, al desierto, a la nada.

Tomamos la palabra de tantos Saharas olvidados, que amurallan sus pueblos y los destierran para no dejarles volver a ellos ante el silencio y la hipocresía internacional, porque sus tierras no tienen petróleo ni coltán ni diamantes.

Tomamos la palabra las mujeres porque nos sabemos dignas desde mucho antes de que Jesús se arrodillara ante nosotras para escribir en la arena ante quienes nos acusan de nuestras prostituciones olvidando las suyas propias.

Tomamos la palabra, porque Dios nos puso en pie cuando nos creó, porque somos hijas de la casa de la Madre que nos engendró, que no tiene siervos que se arrodillan. En esta casa todas y todos estamos en pie. Todas y todos tomamos la palabra. Todas y todos nos hemos de escuchar y cuidar, sin que nos violenten las diferencias.

Caben todas las voces, también las aves cantan en diferentes tonos. Debemos aceptar todos los cantos y todos los tonos y todas las flores como en la primavera.

Pero también tomamos la palabra para denunciar las palabras hirientes, las prohibiciones, las condenas, las exclusiones, las injusticias. Ésas no caben en la casa Materna que nos engendró y muchos llamamos Dios Padre-Madre. El mejor nombre de Dios es Misericordia, que es la cualidad de su justicia. Todo el que nos mande callar y nos prohíba no sabe que somos de la casa Materna que nos dio la libertad: la cualidad más grande del ser humano.

Tomamos la palabra, sin pretender que esta es la última y definitiva. Porque la palabra es siempre pobre expresión de la gran riqueza de la vida y el amor, que muchas veces no halla cómo formular ni los propios sentimientos. ¡Cuánto más pobres para expresar a Dios!

¿Con qué palabras hablar de Él para que nuestras palabras no limiten lo ilimitado, expresen lo inexpresable? Deberíamos recurrir al silencio y no nombrar palabras sobre Dios, sólo ir a la vida para expresarlo con gestos, así lo hizo Jesús.

Solo el amor no cambia. El amor inventa, se renueva, se remonta de los polvos del ayer, porque sabe que hoy no sirven las palabras que ayer sirvieron para decir el amor de hoy. Y entonces, crea nuevas palabras y gestos para expresar lo que arde por dentro, lo más profundo de nuestra hondura. Eso les pasa a los enamorados; son torpes las palabras para decirse lo que se quieren.

Pobre especie humana que inventó la palabra cuando despertó a la vida, si no entiende que Dios también inventa hoy nuevas palabras. Que también Él sabe que hoy no es tiempo de callar, es tiempo de seguir hablándonos. Que su revelación no está cerrada, porque su amor se recrea constantemente y es búsqueda de diálogo con un interlocutor humano siempre en proceso de creación.

Por eso también, este tiempo, es tiempo de escuchar. Los evangelios hacen memoria de las noches de Jesús escuchando a Dios. Callado ante su palabra, de ahí saca su postura de siervo y se arrodilla y vive para ponernos en pie a quienes son esclavizados.

Gracias al Foro de Vitoria y a todas y todos los que lo han hecho posible, como un espacio para avanzar en el camino de humanidad que entre todos creamos. Gracias también por permitirme estar ahí.

 

Matilde Gastalver

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