LA CONDENA DEL VATICANO A LA EUTANASIA
Gabriel Mª OtaloraLa semana pasada opinaba en este Punto de encuentro sobre la eutanasia y la necesidad de legislar y presupuestar los cuidados paliativos dejando claro que no estoy a favor de la medida terminal que está tramitando el Congreso de los Diputados. Y casi, de seguido, el martes pasado, ha venido la condena por la guardiana de la ortodoxia doctrinal vaticana o Congregación para la Doctrina de la Fe. Debería sentirme cercano a la misma, pero lo cierto es que estoy bien lejos de este documento condenatorio que lleva por título, nada menos que El Buen Samaritano (Samaritanus Bonus). Voy a explicarme.
Cualquier Código Penal “de medio pelo”, contempla eximentes y atenuantes. No todas las conductas pueden tratarse de la misma manera ante un mismo ilícito penal. Cuánto más en un tema tan delicado y sensible como encontrarse frente al abismo de la finitud al que suele acompañar la degradación física y el dolor extremo irreversible. La realidad ética y la moral cristiana no deben ser flexibles ante ciertos hechos objetivos, pero sí con los autores de dichos hechos, sencillamente porque no existe la objetividad pura, sin condicionantes, en la mayoría de supuestos. Afortunadamente, Jesús de Nazaret actuó condenando el pecado pero acogiendo al pecador e incluso comparándolo y saliendo mejor parado respecto a quienes se sentían puros y mejores que nadie (Lc, 10).
El buen samaritano, desgraciado título para el documento condenatorio vaticano, es un ejemplo extraordinario de misericordia y compasión con un proscrito enemigo de los buenos judíos. Por supuesto que el samaritano de la parábola no entra en reflexiones de quién es el necesitado, ni en lo que piensa sobre los judías. Sólo ve su necesidad y le acoge para curarle las heridas sabiendo que el camino es peligroso por los bandidos solían merodear en aquella ruta. El sacerdote y el levita, en cambio, pensaron en los purismos legalistas y se desentendieron del moribundo. Ayudaron a morir por omisión...
La durísima condena vaticana no tiene encaje evangélico, precisamente por esa severidad condenatoria y excluyente sin matices, sin valorar cada casuística particular en un tema tan sensible y crucial como el final de la vida: “Deshonra de la civilización humana”, “crimen” ante el cual fulmina a los colaboradores -activos o pasivos- de la eutanasia, que quedan en situación de excomunión: no podrán recibir los sacramentos, ni la absolución, ni la unción de los enfermos.
Dicho lo anterior, la Congregación para la Doctrina de la Fe advierte sobre la necesidad de evitar el uso de "tratamientos desproporcionados y deshumanizantes" gracias a las nuevas tecnologías. Metido así, con calzador, este mensaje oportuno queda diluido y desvalorizado al juntarse con la condena anterior a mi juicio muy desproporcionada y bien poco cristiana.
La Iglesia católica -afirma el documento- considera "gravemente injustas" las leyes que legalizan la eutanasia y el suicidio asistido. Por último, alienta a la objeción de conciencia. Habría que añadir que esta desmesura condenatoria no tiene parangón con los gravísimos pecados estructurales que siegan miles de vidas; un ejemplo es la realidad sangrante de los Estados con los inmigrantes en el Mediterráneo. Ni con las actuaciones escandalosas, por corruptas, en las finanzas dentro del mismo Estado Vaticano, ni con la pederastia encubierta… En estos otros casos no hay excomunión ni documentos condenatorios que utilizan la parábola del buen samaritano para expresarse de la manera más contraria. Ni tampoco se pronuncian por la el apoyo y la objeción de conciencia moral para quienes denuncian la miseria neocolonial, los abusos ecológicos y tantas cosas más en las que la Inquisición eclesial no quiere entrar.
La dureza de corazón es fuertemente contestada por Jesús a quien el exceso de ortodoxia le condenó a muerte por blasfemo. Ya está bien de apuntalar el poder de la superestructura institucional de la Iglesia en detrimento, tantas veces, de la vivencia de la Iglesia pueblo de Dios. El amor es nuestra bandera, con todos, especialmente con quienes más lo necesitan, sin excluir a nadie.
Dicho lo anterior, sigo sin estar a favor de la eutanasia. Pero estos latigazos inmisericordes doctrinales solo sirven para alejar más a la sociedad de Cristo dejando a la vista una furia impropia de quienes nos decimos seguidores del Maestro. Qué pena.
Gabriel Mª Otalora
Religión Digital