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ELIJO CONTAGIAR

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Sé que el título es complicado, que puede generar pánico. Calma. Mucha calma. He elegido no dulcificarlo. Que me perdone quien no entienda, pero no están los tiempos para encubrir la realidad con exceso de glucosa.

“Contagiar” es un verbo que no admite bromas después de los meses que llevamos de sobresalto en sobresalto. La definición en el diccionario de la Real Academia no puede ser más escueta y contundente: “Transmitir una enfermedad a alguien”. Rotundo.

Menos mal que deja un respiro, porque en “sentido figurado” se puede utilizar fuera del contexto amenazante de una enfermedad. Un alivio poder contagiar algo positivo.

Me he tomado tiempo de reflexión y ya puedo contar abiertamente que elijo contagiar sentido común. Sí, lo sé, “el menos común de los sentidos”, añadimos siempre que sale en las conversaciones.

El sentido común es algo ancestral. Tiene un no sé qué primario que pone en guardia al ser humano ante el peligro; previene interiormente de lo que puede causar un mal físico, psíquico o espiritual a la persona, al grupo humano, a las relaciones… a la vida.

Cuando era pequeña escuchaba a las personas mayores decir: “Eso es de sentido común”. También en formato bronca cuando hacías algo que, por imprudencia, podría haber acabado en problemas, en casa decían: “¿Es que has perdido el sentido común?

El asunto es que, generación tras generación, se iba transmitiendo el significado del  sentido común, dentro del bagaje de la educación.

Pero llegados al momento en el que vivimos, el sentido común es otro de los valores que han pasado a la estantería de piezas antropológicas.

Creo firmemente que, en el tiempo que llevamos sufriendo una pandemia a nivel mundial, el sentido común es elemento imprescindible, no sólo a nivel individual sino colectivamente. Necesitamos ponerlo de actualidad para conseguir salir adelante sin desplomarnos por el camino.

De verdad que me hubiera gustado empezar hablando de que mi elección es contagiar esperanza, animar a quien lo necesita, cuidar, proteger, preparar bizcochos y pasarle un trozo a mi vecina mayor que vive sola, llamar por teléfono a una amiga que se quedó viuda en pleno encierro y no puedo ir a darle un abrazo, contar cuentos por ZOOM a mis nietos, celebrar de forma creativa y con distancia de seguridad todos los cumpleaños y aniversarios de los miembros de mi familia y un sinfín de posibilidades que dulcifiquen el tiempo de pandemia. Todo esto son también elecciones radicales, ¡faltaría más!... y las llevo poniendo en práctica desde el minuto cero del estado de alarma.

Sé que para algunos el sentido común no tiene buena prensa; se interpreta como cortapisa a la razón y a la libertad personal. No lo entiendo así.

Para mí tiene que ver con lo natural, con nuestros antepasados de las cuevas, con la protección mutua para la supervivencia, con el instinto para detectar el peligro que puede llevar a la muerte o la enfermedad, la estupidez amenazante, la injusticia que aplasta, etc.

El refranero popular y la sabiduría de hombres y mujeres de culturas y religiones nos muestran que hay un hilo conductor que nos une por dentro, salvo que lo cortemos de raíz y perdamos la parte de savia común que nos tocó y echamos a perder. Insisto de nuevo en el peligro que esto tiene tanto en lo personal como en la responsabilidad social.

Elijo contagiar sentido común porque con la que está cayendo, a nivel mundial, hemos de empezar a adiestrarnos como deportistas de élite en el arte de ejercer este sentido que nos une a todos como hojas del mismo árbol.

La recuperación del sentido común es una emergencia a todos los niveles y en todos los estamentos que configuran el orden mundial. Es lo básico, lo primigenio.

¿Cómo enfrentar la incertidumbre que está creando la pandemia? ¿Cómo espantar el miedo que puede llegar a provocar que vivamos como islas en medio de un océano peligroso? ¿Cómo ser creativos transformando las formas de relación para que no se pierda la transmisión del afecto, del cariño, del cuidado? ¿Cómo invertir el tiempo? ¿Nos ayudará a salir adelante el mirarnos unos a otros –más allá de las mascarillas y la distancia de seguridad- no como individuos aislados sino como miembros de la misma comunidad? ¿Podremos dejar enterradas las diferencias poniendo encima de la mesa las necesidades, la colaboración, el servicio y el interés por el otro? ¿Enfrentaremos el sinsentido del poder y el dinero que mide, pesa, exprime y pone precio a cada instante de la vida humana?

Cito ahora pensamientos de personas que me han dado pistas:

Willian Osler (1849-1919, médico canadiense): “El jabón, el agua y el sentido común son los mejores desinfectantes”.  Sensata y muy práctica recomendación para tiempo de pandemia.

Abad Pastor (siglo IV): “En toda conversación, huye de quien no para de discutir”.  Este apotegma de un sabio monje de los que vivían en el desierto, viene al pelo para desenmascarar la actuación de políticos, medios de comunicación y conversaciones de pasillo.

Charles Darwin (Inglaterra 1809-1882, científico): “No es el más fuerte ni el más inteligente el que sobrevive sino aquel que más se adapte a los cambios”. Aquí nos ganan por goleada los niños y niñas que en los casi tres meses de encierro han sabido adaptarse a la situación de forma creativa. Son un ejemplo viviendo el momento presente, ese que tanto nos cuesta a los adultos.

Dalai Lama (1935, budista, líder espiritual del Tibet, Premio Nobel de la Paz 1989):       “El amor y la compasión son necesidades no lujos. Sin ellos la humanidad no puede sobrevivir”. El amor y la compasión no se compran, se han de dar gratis. Pero lo gratis no se comprende mucho en un mundo en el que casi todo tiene precio. Despertar es indispensable para sobrevivir.

María Montessori (Italia, 1870-1952, médica y pedagoga): “La responsabilidad de evitar conflictos incumbe a los políticos; la de establecer una paz duradera, a los educadores”. A los políticos les atañe no sólo la responsabilidad de evitar conflictos, también la de resolverlos. A los educadores, además de la formación académica, son responsables de la transmisión de valores; esos tesoros que provienen del sentido común y serán la herramienta para vivir en paz.

Jiddu Krishnamurti  (India, 1895-1986, escritor): “No es saludable estar bien adaptados a una sociedad profundamente enferma”. ¿Nos dábamos cuenta antes la pandemia? Unos pocos, considerados profetas agoreros, lo venían avisando. Pero el consumo primaba sobre todo: personas, países y el planeta donde vivimos. Ya sabemos los resultados. Habrá que reconvertir la situación.

Confucio  (China, 5552 a. C - 479 a. C): “No pretendas apagar con fuego un incendio, ni remediar con agua una inundación”. Ser creativos y estar abiertos al cambio es imprescindible en momento de crisis, cuando se necesitan iniciativas nuevas y grandes dosis de sentido común que hagan cambiar el rumbo de la historia.

Nelson Mandela (1918-2013, Sudáfrica, abogado y político, Premio Nobel de la Paz 1993): “Cuando dejamos que nuestra luz brille, inconscientemente damos permiso a los otros para que hagan lo mismo”. La luz llama a la luz. Hemos de creer en la luz del otro y sumar luces sino viviremos todos a oscuras.

Yoritomo Tashi (filósofo japonés, siglo XII): “El sentido común es el arte de resolver los problemas, no de plantearlos”.  Lamentablemente este arte no está muy de moda actual y los problemas se cronifican.

Eduardo Galeano  (Uruguay 1940-2015, escritor): “Ojalá podamos ser desobedientes, cada vez que recibimos órdenes que humillan nuestra conciencia o violan nuestro sentido común”. Para eso hay que reconocer que la manipulación existe y la mentira acecha por todos lados. Ser conscientes de que ambos venenos nos afectan y debemos tomar medidas para combatir tanta presión.

Agradezco lo que he recibido leyendo y pensando lo que me han comunicado estas personas y me reafirmo en la elección de contagiar sentido común. Sé que no es mucho y que entra dentro de un programa de mínimos, pero “algo es algo” y “por algo se empieza”, como dice el refranero.

El sentido común ayuda a reconducir actitudes que hacen mucho daño, que son injustas y que crean mucho sufrimiento. Pero hay más. Es un sentido que tiene dentro la semilla pequeñísima de algo mucho más grande.

Un mensaje del que nos hablan cuatro compañeros del principio del Camino, a los que les debemos agradecimiento por dejarlo escrito: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”Mateo 22, 39,  Marcos 12,31, Lucas 10,27 y Juan 13,34 elevando el listón: “Que os améis unos a otros como yo os he amado”, como Jesús les mostró.

Elijo volver una y otra vez al mensaje porque sólo el contagio del Amor, salva.

 

Mari Paz López Santos

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