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LAS TENTACIONES VIVIDAS POR JESÚS

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Mt 4, 1-11

El relato es fuertemente simbólico. Es cierto que Jesús se retiraba, en esta ocasión y en otras muchas, al desierto, para ayunar y orar. Era una práctica habitual, lo ha sido entre los cristianos a lo largo de la historia, y lo sigue siendo.

El texto nos muestra también que Jesús sufrió en su vida tentaciones; esta constancia de las tentaciones de Jesús es muy importante para conocerle, y para construir una cristología correcta, en la que la humanidad no sea mera apariencia.

El relato de la tentación está evidentemente "escenificado". Se presentan en un solo relato las tentaciones más profundas de Jesús, las que sin duda sufrió su espíritu durante toda su vida.

Jesús ha sufrido tentación, como todo ser humano, como se simbolizaba en el relato del Génesis. Tentaciones de poder, de utilizar en provecho propio la Palabra, de servir a los poderes del mundo.... Jesús se muestra como vencedor de la tentación, capaz de superarla para seguir a La Palabra y servir a solo Dios.

Nos sobrecoge la realidad humana de Jesús. Tiene que orar, siente tentaciones... Esta línea culminará en varios relatos en que Jesús "se retira a orar"" o "pasa las noches casi enteras en oración", y, desde luego, en el Huerto de los Olivos y en la oración vocal con que combate su desamparo en la cruz.

Dato significativo: ni las tentaciones en el desierto ni la angustia en Getsemaní figuran en el Cuarto Evangelio. Parece como si en tales circunstancias, Jesús resultase "demasiado humano" para el autor.

Durante cuarenta días representamos la vida, y la iluminamos con la Palabra. Cuarenta, el número bíblico de la existencia humana (400 años en Egipto, 40 años en el desierto, 40 días de camino de Elías hasta el Horeb...)

Representa un "tiempo provisional"; esto es solo un camino; en el camino está la cruz. En el horizonte está la Resurrección, la Ascensión la libertad, la plenitud.

El primer tema de nuestra meditación cuaresmal es nuestra condición humana.

Somos pecadores. A veces simplificamos este concepto dándole el sentido de "somos culpables de desobedecer a Dios". El sentido es más profundo. Nuestra condición de pecadores significa ante todo que no sabemos distinguir lo que nos conviene, y que nos sentimos fuertemente atraídos por cosas que nos parecen buenas, pero nos estropean. Todo esto se encierra en el concepto "tentación".

La primera tentación es considerarnos "dioses", enmendarle la plana a Dios. Inmediatamente después, la segunda tentación: vivir para satisfacer nuestros gustos, hacer caso solo de lo que nos apetece.

Así, convertimos esta vida en nuestro destino final: hacer esta vida lo más agradable posible. Entonces nos volvemos a Dios para que nos ayude a que esto sea así. Y, como Dios no nos ayuda en esto, pensamos "Dios no escucha, Dios no me sirve... no hay Dios". La máxima tentación.

Es magnífica la representación que hace de todo esto el autor del Génesis. Ha inventado un relato en el que nos sentimos retratados. La irresistible atracción por lo prohibido, la sospecha de que aunque está prohibido no es malo, preferir lo que yo pienso y siento a La Palabra de Dios....

El autor del Génesis es un literato magnífico, sabe crear imágenes que nos retratan a la perfección; es también un teólogo profundo, ha sido capaz de plasmar en una escena nuestra condición de pecadores.

No pocas veces hemos empequeñecido estas ideas y estos relatos dándoles una dimensión histórico-jurídica.

o Dimensión histórica: hubo un primer hombre, una primera pareja, que desobedeció a Dios.

o Dimensión jurídica: Dios les castigó, y ahora todos sus descendientes pagamos las consecuencias.

o En resumen: nuestros padres perdieron sus riquezas y nosotros nacemos desheredados.

Es una triste caricatura de la condición humana. Nuestro pecado "original" no está en el origen histórico.

Llamamos pecado original a nuestra condición humana, atraída por lo que no nos conviene y engañada acerca del bien y el mal, que es el origen, la fuente de todos nuestros errores, de todos nuestros pecados. El relato del Génesis no cuenta lo que sucedió, sino que representa cómo somos, lo más profundo y oscuro de nuestra condición humana.

Y el Evangelio muestra que Jesús es uno de nosotros: sometido a la tentación, atraído por bienes aparentes. Jesús tuvo otras muchas tentaciones, y aparecen en los Evangelios. Las más terribles fueron sin duda la de la noche del Jueves Santo y la de la cruz, cuando se sintió abandonado por su Padre, la más amarga de todas las tentaciones del ser humano: "¿Estás ahí? ¿De verdad que hay un Padre que cuida mi vida? ¿De verdad que todo esto tiene sentido?".

Pero Jesús es capaz de vencer la tentación. Del "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?", Jesús es capaz de pasar al "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu".

Lo hace después de un largo rato de oración, de oración vocal recitando el salmo 22. Dios no le ha librado de la muerte, no ha apartado de él el cáliz de la Pasión. Pero le ha dado fuerza y luz para llevar la cruz y para morir.

Jesús no vence a la muerte escapándose de ella. Jesús no usa sus poderes para vivir bien y escapar de la vida cotidiana. Jesús hace de su vida y de su muerte un triunfo del Espíritu, es decir, Jesús vence la tentación, vive como un hombre nuevo. Jesús, hombre como nosotros, pero "hombre lleno del Espíritu".

La fuerza del Espíritu le hace verdaderamente hombre, hombre como hay que ser. Es decir que en Jesús vemos la situación humana completa: el ser humano acosado por debilidades y oscuridades... y lleno de la fuerza de Dios que le hace superar todo eso para cumplir el plan de Dios, que es la Liberación, el éxito. Jesús es también un caminante, y siente las seducciones y los terrores del camino. Pero el Espíritu de Dios está con él.

Así pues, hemos comenzado la Cuaresma con una consideración sobre nuestra condición humana: pecadores. Y se nos ha enviado un primer mensaje importantísimo: "pecadores" no significa "culpables". Significa que tenemos que buscar nuestra vida, y tenemos el peligro de equivocarnos, por error y porque nos atraen las trampas del camino.

La Palabra de Dios es profunda al definir al ser humano. El concepto de pecado es mucho más profundo que el concepto de "desobediencia". Cuando Dios se presenta como Salvador, Libertador, no se presenta simplemente como Juez blando, sino como Luz para que no nos equivoquemos, Pan y Agua para caminar con fuerza, Pastor que conduce el rebaño por buenos pastos, Médico que cura cuando enfermamos o quedamos heridos al caminar....

Y todas estas imágenes son mucho más profundas y hablan del ser humano mucho mejor que nuestros conceptos de "culpa", "redención", "satisfacción", "perdón", que se quedan muy cortos y empequeñecen al ser humano y a su relación con Dios.

 

S A L M O  5 0

El rey David deseó a una mujer casada, Bethsabé. Para lograrla, hizo morir a su marido. El profeta Nathan le echó en cara su pecado. En su arrepentimiento, David compuso este salmo, el salmo 50. Nos lo apropiamos. Nosotros también nos sentimos pecadores, nos pesa la condición de pecador. Con las palabras de David, pedimos a Dios la liberación.

 

Ten piedad de mí, Señor, por tu bondad

por tu inmensa ternura, borra mi pecado

lava me de toda malicia

purifícame de mis males.

 

Porque yo conozco mis pecados

que siempre están ante mis ojos.

Contra Ti, contra Ti solo he pecado

y me porto mal ante tus ojos.

Con razón me reprochas y me juzgas,

pero mira, he nacido en el mal,

pecador me concibió mi madre.

 

Tu que amas desde el fondo la verdad

instrúyeme del todo en tu sabiduría

lávame, hazme limpio,

purifícame, como la blanca nieve.

 

Devuélveme la música de la fiesta y la alegría

haz que bailen mis huesos quebrantados,

Oh Dios, crea en mí un corazón puro,

restaura la firmeza de mi corazón,

no me alejes de tu santo Rostro

no retires de mí tu santo Espíritu

 

Devuélveme la alegría de tu salvación

alivia y ensancha mi alma.

Yo enseñaré a los pecadores tus caminos

y volverán sus pasos hacia Ti.

 

Señor, abre mis labios

y mi boca proclamará tu alabanza.

 

José Enrique Galarreta

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