SERVICIO Y SERVILISMO
Gabriel Mª OtaloraEs curioso el servicio y lo que cambia la percepción que transmite la manera de formularlo. Si yo reclamo buen servicio en un hotel o en un comercio, todos estamos de acuerdo en que es algo que tenemos derecho a esperar. Pero si la empresa hotelera en lugar de vender un servicio excelente afirma que la plantilla de sus trabajadores es muy servicial, la percepción es bien diferente. En el fondo, se cruzan los cables semánticos de lo que significa un verdadero servicio con lo que no es otra cosa que servilismo.
Vayamos a un ejemplo cristiano, cuando Jesús se pone a lavar los pies a sus amigos en lo que llamamos la Última Cena. Para el evangelista Juan es el momento central de esa celebración, el gran signo cristiano que ahora llamamos Jueves Santo o Día del amor fraterno. El relato resalta el rechazo inicial de sus discípulos por lo que esta actitud suponía de servil en aquella cultura, y totalmente inapropiada para un maestro. En los sinópticos de Mateo, Marcos y Lucas se resalta compartir la mesa desde la teología del pan y el vino. Pero Juan resalta el amor de Dios unido inseparablemente al servicio con esa actitud tan sorprendente de abajarse para limpiar los pies que señala la radicalidad de lo que supone amar.
Aunque a Dios no le conocemos dada nuestra pequeñez limitada, sí tenemos claro que el amor verdadero es lo que lo que nos conecta con Dios al estar hechos a su imagen y semejanza. El mismo Juan en su primera Carta se atreve a decir que Dios es amor y soltar, de seguido, que el que permanece en el amor, permanece en Dios, y Dios en él. Y la manera de amar que Cristo muestra y nos propone es servir. Teresa de Calcuta llegó a decir que el que no vive para servir, no sirve para vivir. Las parábolas del Evangelio que definen un buen servicio son variadas y todas llevan la marca de la compasión y la misericordia, que ahora nos parecen por lo bajini, un poquito serviles.
Pero la persona servil, lejos de ser servicial, se somete a otros, pasando por encima de sus valores. Servil deriva de siervo que se relaciona con esclavo, que es quien solo atiende y hace las cosas por obligación. No es algo propio de la dignidad humana ni, por supuesto, cristiana. En pleno rebufo de Pentecostés, nos abrimos al amor de Dios -Él sí nos conoce bien- y admiramos la creación toda: “Toda la naturaleza es un anhelo de servicio. Sirve la nube, sirve el viento, sirve el surco. Qué triste sería el mundo si no hubiera un rosal que plantar, una empresa que emprender. Aquél que critica, éste es el que destruye. Tú sé el que sirve. El servir no es faena de seres inferiores. Dios que da el fruto y la luz, sirve, pudiera llamarse así: “El que sirve”. Tiene sus ojos fijos en nuestras manos y nos pregunta cada día: ¿Serviste hoy? ¿A quién? ¿Al árbol, al amigo, a tu madre?” (Extracto del poema El placer de servir, de Gabriela Mistral).
Si el ejemplo es la mejor manera de influir en los demás, el servicio verdadero de darnos es la manera de evangelizar. No hay nada más lejos de un buen ejemplo que tratar de influir pensando solo en el interés de cada uno. Y cuando la falta de ejemplo se estira demasiado, aparece una de sus peores manifestaciones: la hipocresía que tanto se utiliza como arma defensiva, a falta de autoridad, para disimular la incoherencia y ocultar nuestros verdaderos sentimientos.
Cuando James Hunter se refiere a la paradoja del servicio en el mundo empresarial, a propósito de que algunos relacionan el servir con la debilidad, afirma que el servicio es una idea sólida que produce un impacto significativo en el desempeño de una empresa mercantil. Hunter defiende el liderazgo empresarial que convierte a los diferentes mandos en líderes al servicio de los empleados, que a su vez trabajan en la base en esa dirección facilitando nuevos liderazgos de servicio, más allá del equipo directivo.
¿A quién no le gusta vivir y trabajar con personas que se comportan con empatía, escucha activa, sentido del humor y compromiso, que den ejemplo y sean fiables? Pues este es el mensaje troncal de la Buena Noticia, el servicio que tantas veces se nos olvida en qué consiste y el Espíritu de Pentecostés nos lo recuerda en cuanto le dejamos una ranura por la que manifestarse en nuestras vidas.
Gabriel M. Otalora
ECLESALIA