LA TRASCENDENCIA DE LO INMANENTE
Santiago VillamayorOtra aportación al Debate sobre No-teísmo, de uno de los autores del libro que dio origen al mismo. AD.
El libro se titula “Después de Dios, otro modelo es posible” y se puede descargar en PDF gratuitamente en este enlace.
Nunca comprenderemos del todo la vida que somos. Podremos amar pero no comprender. Podremos sentir el sabor de las cosas pero no sabremos si se lo debemos a un Sabor supremo más allá de nosotros mismos. No sabremos si hay una divinidad en todo lo que sentimos o un Dios Chef que cocina todo. En este caso siempre ese Chef será falso y verdadero a la vez. Al romper la cascara de lo inmediato se abre el anhelo de plenitud. Pero sin figura concreta.
Y es ese mismo anhelo el que nos pide no identificarlo con un sabor concreto. Dicho en clave religiosa es la misma divinidad la que nos pide vivir sin un Dios concreto, cambiando siempre de figura y con nuevos matices. Pues creer no es afirmar la existencia de una de esas figuras concretas, sino resistir en el anhelo, gustar la vida, mantener firme el ánimo para vivir, para dar valor a todo y ayudarnos. Bienvenidas sean aquellas representaciones, ni ingenuas ni dogmáticas, que nos alegran la vida y dan luz a la nihilidad y alivio al sufrimiento.
No obstante de estas cosas y seres divinos mejor es callar. Y de lo que somos, de aquello que hacemos, disfrutamos y padecemos, sí es mejor hablar. Abrir unos y otros el corazón mental siempre sumido en la penumbra de la incomprensión que nos constituye. La consciencia es el mayor don y a la par la causa principal de nuestro latente malestar por no saber. Algo propio de toda la humanidad crea o no crea en Algo o Alguien, y anterior a cualquier reconocimiento de un nombre y ser divino. Por eso es más importante construir en diálogo intuiciones y creaciones comunes que saber “a Palabra cierta” de dónde venimos o a dónde vamos. Volar como esas bandadas de pájaros completamente sincronizados que trazan figuras espectaculares en el cielo, que bordan sentidos sin saber dónde van y porqué vuelven y revuelven, tan bruscamente, en el mismo cielo; nosotros en la misma incomprensión de siempre, en dónde, cómo, por qué y para qué “vivimos, nos movemos y existimos”.
Valga esta entradilla para sumarme a la conversación abierta por José María Castillo sobre nuestro libro “Después de Dios, otro modelo es posible” en el que colaboro. No soy teólogo y menos con la dedicación y acierto de estas personas, Castillo, Vigil y Arregi, pero como he aprendido mucho de ellos tengo por deuda incorporarme a sus reflexiones, volando junto a ellos.
Comparto con José María Vigil la coordinación del citado libro en la colección Nuevo Tiempo Axial orientada a la explicación de cómo los nuevos paradigmas epistemológicos y las investigaciones científicas e históricas, están construyendo otra interpretación del cristianismo. Algo muy similar a lo que hizo la Teología de la Liberación desde la perspectiva social pero ahora desde el punto de vista de la secularización y el no-teísmo. No comparte Castillo esta perspectiva, la crítica y nos tilda a los autores del libro de sabiondos y ateos escondidos por vergüenza. Ya ha aclarado sus palabras.
Sin embargo esas mismas expresiones revelan un cierto sentir general de la teología actual. Casi siempre ocurre igual, que los viejos paradigmas se sienten amenazados por los nuevos modelos hasta que poco a poco se van remplazando. Por mi parte comparto la idea común con Vigil y Arregi de que estamos en una metamorfosis o reinterpretación profunda de ese término tan valioso y usado, Dios. Y quiero añadir en este sentido un reconocimiento, además de a Arregi a la labor pionera de José María Vigil a quien no menciona Castillo en su aclaración.
La mayor parte de los que frecuentamos estos blogs, yo mismo, somos de la generación religiosa que se va de la vieja comprensión de Dios, la que vive de solventes rentas creyentes que nos permiten dispendios atrevidos de creatividad. Nos educamos en el nacionalcatolicismo, donde perdimos la fe, abducida por una derecha mental de rostro religioso, donde ganamos en dogmatismo y sacralidad. La generación que se recuperó con el Vaticano II pero sin resurgir como los ojos del Guadiana. Dio lo mejor de sí en la teología de la liberación perpetuando el maximalismo moral en la praxis revolucionaria y enriqueciéndose humanamente con los pobres. Pero todo este mundo religioso está caduco. Responde a un esquema teísta y dualista y a una epistemología dogmática. Hasta hace bien poco no nos hemos atrevido a poner en cuestión el absolutismo de la palabra bíblica, a destronar la revelación como fuente mejor y más elevada que la razón. Pero por fin hemos cambiado los papeles, hoy es la buena y bella razón la que siente que “nace y sale” algo desbordante de su propio ser, palabras humildes de consenso humanitario. Una divinidad de abajo arriba, una trascendencia de la inmanencia.
De la densa religión vamos destilando jugos de nuevas significaciones y silencios expectantes. Las “piernas inquietas” no nos llevan a ninguna parte pero la mente, fortalecida en el subsuelo de la fidelidad, se atreve a viajar por sendas intransitadas para lograr una mayor universalidad. Todo para que la sabiduría originaria, la palabra o relato evangélico, sea accesible en el presente donde el tiempo ha cambiado tantas cosas.
Dos grandes pasiones han guiado el vuelo colectivo de nuestra generación de modo muy intenso y arrollador. Han conformado su modo de vida, han construido su personalidad y ahora desplazadas por la indiferencia o la crítica no sabemos cómo llamarlas. La primera, el mar o “Dios” porque todos los nombres le van pero ninguno le cae bien. De la segunda, Jesús, el árbol de la vida y la sabiduría, podría decirse “una persona como nosotras”, pero tendríamos que explicar previamente cómo somos nosotras cuando ya estamos moldeadas por él.
Con nuestros vuelos y deconstrucciones volvemos al pasado y en cada vuelta y revuelta, sin renegar de lo vivido, se nos da otro sentir. Tal nos ocurre ante el mar de la divinidad y, valga la metáfora, el árbol del buen y bello sentir en medio del bosque. El mar, la divinidad, lleno de gotas fundidas; el árbol, Jesús, indicando un lugar y un camino. El término Dios en muchas personas ya no significa ese “Dios” de los Cielos, Creador y Redentor, omnipotentemente sabio y bueno, fruto de una inspiración particular erigida categóricamente como figura universal o Theos salvador. Ni Yahvé o Alá, ni Brahman, ni Visnú. Tampoco literalmente Padre o Madre a no ser “desde el sexto sentido” mudo de nacimiento, como así ha sido en gran parte en los místicos, los profetas y el “pueblo compasivo” que habita en muchos lugares pobres. Si sacamos la referencia al Padre/Madre de su registro simbólico la convertimos en una fórmula blasfema, mal dicha, en una figura realista. Y ya en ese registro descriptivo terminamos levantando una filosofía y teología extremadamente explicativas. Ponemos a Dios dentro de la dorada custodia de la razón discursiva y procesionamos internamente por sus atributos.
Las palabras de Castillo reflejan ese núcleo inamovible del absolutismo religioso, el discurso de fondo de toda la teología actual que no encuentra eco en la sociedad y no se atreve a poner en cuestión sus creencias y simbolismos. Ni el Dios omnipotente y arriba por muy Padre o Madre que lo sentimos, ni Jesús como Hijo de Dios, son hoy creíbles. Y menos la Redención. Jesús es un relato inspirador, una historia incompleta y un constructo religioso. El dato originario o Evangelio es un relato de fe, ni una historia ni una filosofía. A partir de ese relato se ha intentado rehacer su historia, su “vida y milagros”, un propósito atrevido con resultado muy valioso pero algo engañoso según se interprete. Y por otro lado se ha construido un inmenso edificio racional desde la preeminencia y la autoridad de la “filiación divina”, el Cristo Hijo de Dios, un constructo sumativo de todas las experiencias y diferentes teorías de veinte siglos. Es el Cristo de la Iglesia; pero Jesús no es como ese “Dios” [1], persona trinitaria y señor supremo en sentido literal o Theos.
En todo caso lo decisivo no es tanto cómo existió Jesús ni la atribución literal de divinidad, cuanto la elevación que despierta y la incondicionalidad que nos suscita, eso que ocurre en la memoria y el interior de quien acoge su relato como inspiración de su vida. La “divinidad de Jesús” no es un rasgo objetivo de su persona sino la incondicionalidad que le otorgamos cuando decidimos dejarnos afectar por su sabiduría
Otro Dios, otro Jesús y otro cristianismo son posibles. La nueva epistemología e interpretación de la “materia” o realidad, la envergadura del cambio que desde la info-bio-tecnología se nos viene encima, la desigualdad social tan escandalosa juntamente con las sacudidas del absolutismo liberal nos piden una reconstrucción muy profunda del viejo paradigma redentor. Con Dios o sin Dios, desde Jesucristo u otros testimonios, con la ética y la política, con el arte, la música y el cuidado mutuo es preciso llegar a un cambio de la ropa interior del “alma”, sentir otra divinidad, nuevas significaciones para un vuelo global de sentido para toda la humanidad, no solo para los fieles de una determinada religión.
Nos dice Castillo:
“si no aceptas la “trascendencia”, lo que no aceptas es el Evangelio. Es decir, lo que no aceptas es el cristianismo.”
Si por trascendencia se entiende la permanente referencia a un mundo sobrenatural separado de este, expresado en ese mundo salvífico paralelo que he citado antes, entonces es verdad que no aceptamos el evangelio, es decir no aceptamos la interpretación tradicional católica que se ha dado al evangelio fundada en el Hijo de Dios encarnado y resucitado. Pero el Evangelio es justamente lo contrario, una vida derrochando amor hasta que te la quitan. Y la muerte no redime de nada. Lo que da vida es el poder germinativo de la realidad.
Tenemos que hablar de la trascendencia. Marcel Proust despierta su memoria al morder una madalena. Nosotros despertamos la divinidad en el sabor y valor de las cosas. Nos gustan las madalenas pero no sabremos nunca si el gusto de la madalena en ese letargo de un sueño interrumpido, empapada en la leche del día por delante, está retransmitiendo otros días y vida donde se genera y conserva ese gusto en grado absoluto. Si ese rico desayuno es solo una participación de una gran comida celestial que nos espera. Lo cierto es que los tiempos de Platón ya pasaron. Antes de decir que hay un gran Sabor en algún incognoscible “lugartiempo” hagamos una pausa para hablar. Para encontrarnos con la mentalidad actual que suspende ese impulso a crear mundos paralelos y superiores. Ese compás de espera se llama un agnosticismo creyente, un amar sin saber a la espera de atribuirlo o no a un sabor madre.
Quizás tenga razón Castillo de que somos ateos camuflados, de que no sabemos desayunar con la calma suficiente para degustar el sabor de las madalenas, para sentir la trascendencia en la inmanencia. Pero el ateo no es tanto el que niega un Dios, eso es posterior, sino el que al romper la cáscara de lo inmediato no encuentra la yema o no degusta el significado preñado y naciente en el mordisco de la madalena. Y nosotros, ¡bien que lo encontramos! Son pocos aquellos a los que no les gustan la madalenas. Podemos ir llamando Dios a estos valores y sabores que “nacen y salen”[2] en cada madalena o realidad porque si no, no encontraremos nunca un nombre adecuado para tanta maravilla. Ni tanto ánimo para compartir con tantos que no tienen ni pan. Son muchos los que tienen hambre y no pueden degustar apenas nada. Entonces las campanas de su alma, de su “ropa interior” no les llaman a divinidad. Por eso es bueno que haya una panadería en cada barrio.
Concluye Castillo:
Todo esto, querido amigo José, no es sino un punto de partida. Que nos tendría que llevar a la lapidaria afirmación de Kant: “La praxis ha de ser tal que no se pueda pensar que no existe un más allá”.
Ni tampoco que se pueda pensar que el más allá es un certificado a pies juntillas, que es lo que ocurre
También parafraseando al mismo filósofo se puede decir que: “La praxis o la creencia deben ser tales que puedan ser tenidas como un bien por toda la humanidad”. Y hoy por hoy no toda la humanidad tiene el actual cristianísimo como un bien. Hay que buscar otro y no confundir la búsqueda con deserción y ateísmo.
Santiago Villamayor
ATRIO, 23-mayo-2021
[1] Véase la cristología de Jose Arregi y la genealogía de “Theos” de José María Vigil en el libro citado.
[2] Título de mi artículo en libro origen del debate, “Después de Dios, otro modelo es posible”