EL ÉXITO DE ESTE SÍNODO
Gonzalo HayaEl éxito de este Sínodo no estará en lo que los obispos determinen al final; el éxito estará en que los cristianos practiquemos la sinodalidad durante todo el proceso. El éxito estará en que tomemos conciencia de nuestra responsabilidad en la reforma de la Iglesia, de que somos portavoces del Espíritu Santo.
La reforma de la Iglesia no depende de la Curia vaticana ni de los obispos (¡así nos va!) depende de nuestra sinodalidad, de nuestra experiencia de Dios y del mensaje Jesús; experiencia personal y comunitaria.
No se trata de saber mucha teología para discernir entre complejas tesis especulativas; no es un sínodo teológico sino pastoral. Se trata de sentir el mensaje que nos transmiten los evangelios, de trasladar al mundo actual el testimonio de amor y solidaridad por el que eran conocidas las primeras comunidades cristianas: “mirad cómo se aman”.
¿Qué podemos aportar nosotros?
Cada día podemos constatar que, en nuestro mundo occidental, las iglesias se van quedando vacías, los jóvenes se desinteresan, faltan vocaciones al sacerdocio, conocemos los escándalos de pederastia que los obispos nos habían ocultado, la Iglesia pierde autoridad y credibilidad. El Papa muestra su deseo de una profunda reforma, pero encuentra resistencia en las altas jerarquías (“como un pastor entre lobos” dijo el prudente Benedicto XVI) y pide nuestro apoyo a todos los cristianos que sientan la necesidad de esta reforma.
¿Cómo percibe todo esto nuestra conciencia? Quizás lo lamentamos pero no sabemos cómo podemos reaccionar.
Lo primero que podemos expresar es si sentimos la necesidad de esta reforma y si queremos apoyar y realizar las líneas que el Papa está proponiendo. Podemos y debemos dialogar estas preocupaciones con nuestra comunidad cristiana.
En cuanto a propuestas de reforma, podemos expresar las que se nos ocurren espontáneamente a cada uno, releyendo algunos pasajes de los evangelios, consultando los comentarios de otros cristianos, o acudiendo a los diversos artículos que se van publicando en revistas y webs sobre estos temas. Muchas webs y comunicados de grupos cristianos tratan de la reforma de la Iglesia y proponen medidas más o menos urgentes. La web de Fe Adulta ha abierto una sección sobre el Sínodo (https://www.feadulta.com/es/sinodalidad.html) en la que recoge artículos, sugerencias, experiencias personales, y ejemplos de buenas prácticas.
En este artículo quiero destacar dos perspectivas sobre las que podemos reflexionar en conciencia y compartir nuestras conclusiones con nuestras comunidades.
En términos concretos, prácticos e inmediatos, podemos centrarnos en la corrección de la hipertrofia del clericalismo, sobre la que viene insistiendo el Papa, porque el clericalismo ha dominado la institución eclesiástica y ha provocado la pasividad de los laicos, su desinterés y su abandono.
El concilio Vaticano II resaltó el papel del pueblo de Dios, la importancia de los carismas que el Espíritu suscita en los diversos miembros, y el sentido de servicio del carisma de gobierno que se ejerce en la comunidad.
Para volver a equilibrar la relación entre la comunidad y la jerarquía convendría volver a la costumbre original de que el pueblo elija a sus presbíteros y obispos; y la ordenación de mujeres y hombres casados.
En términos más generales y a largo plazo pero más fundamentales, podemos insistir en la vuelta al evangelio, al predominio de la misericordia sobre la ley, de la ortopraxis sobre la ortodoxia; y rechazar claramente los tristes ejemplos de posesión de poder y dinero, que son las dos mayores tentaciones que Jesús señaló contra el espíritu evangélico.
Para evitar la tentación del dinero podríamos proponer separar por una parte la economía necesaria para desarrollar el ministerio asistencial de la Iglesia -centrándola en Cáritas y dirigida por laicos independientes del clero- y por otra la economía del desarrollo de la pastoral y de la misma institución eclesiástica. Reconocer que para superar el injusto abismo entre la situación económica entre los pueblos (¡la distribución de las vacunas!), y lograda con la sobreexplotación de la tierra y de las riquezas naturales de otros pueblos menos industrializados, es imprescindible (y a la larga inevitable) el decrecimiento de nuestro nivel de vida. Y los cristianos deberíamos ser promotores de esta dura empresa.
Para evitar la tentación de poder político habría que renunciar al Estado Vaticano, y para evitar el poder interno habría que renunciar a la absorbente curia vaticana. En ambos casos bastaría la autoridad que les atribuya el pueblo cristiano, basada en el servicio evangélico de sus representantes más que en la imposición de leyes.
¡Ven, oh Santo Espíritu! llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor.
Gonzalo Haya
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