TRES NIVELES EN EL YO
Enrique Martínez LozanoMt 5, 13-16
La proclamación de las Bienaventuranzas termina en lo que podemos considerar como una constatación: quien las vive se convierte automáticamente en "sal" y "luz".
Se trata de dos imágenes profundamente elocuentes, que tienen que ver con dos de nuestros sentidos y que apuntan hacia algo que todos anhelamos: el sabor y la luz.
Al hilo del comentario anterior, en el que veníamos a concluir que es "bienaventurado" quien reconoce la Conciencia (Presencia o Quietud) como su identidad más profunda (el Yo Soy, sin añadidos), más allá de la forma concreta del "yo", la conclusión parece clara.
La identificación con el yo produce oscuridad y dis-gusto, es decir, ignorancia y sufrimiento. Porque provoca una reducción a él, y la persona queda constreñida, como encerrada en una prisión, a merced de la impermanencia característica de la mente. Indudablemente, la identificación con el yo nos resta luz y sabor, porque nos hace vivir desconectados de nuestra verdadera naturaleza. No es nada extraño que la vida se torne vacía y sin sentido.
Por el contrario, cuando venimos al presente, silenciando los pensamientos, emerge la plenitud y, simultáneamente, la percepción de nuestra identidad profunda: ahí, todo aparece revestido de luz y de sabor; el Sentido es un rasgo característico de la Presencia.
La sal garantiza el sabor..., a condición de que se disuelva. La persona es "sabrosa" en la misma medida en que ha "disuelto" la identificación con su yo. Eso es lo que la hace vivir desegocentrada, como un "espacio abierto" o "campo de conciencia" acogedor, en el que nadie se siente juzgado.
En ausencia de "yo", la persona se convierte en receptividad y acogida, dando sabor a todo lo que emprende.
De la misma manera, en ausencia de "yo", todo se hace luz. Porque el yo, al ser una perspectiva tan limitada como interesada en su propia autoafirmación, opaca la visión. Toma como definitiva la ínfima perspectiva que a él le es accesible, ignorando todo lo demás.
Un poco antes, Mateo nos había dicho que Jesús era "la luz que brilló en Galilea" (4,16). Ahora se afirma de todo aquél que asume el espíritu de las Bienaventuranzas. Es decir: somos luz, como Jesús, en la medida en que, tomando distancia de nuestro yo, permitimos sencillamente que la luz "pase" a través nuestro de una manera desapropiada.
"Dios es luz –se lee en la Primera Carta de Juan (1,5)- y no hay en él tiniebla alguna". La persona que vive en la Presencia –reconociendo en ella su verdadera identidad- es un "cauce" a través del cual pasa la propia luz divina.
Ni la impide, ni la retiene, ni se la apropia: Dios mismo se hace patente y su nombre –tal como dice Jesús- es glorificado. "Dar gloria al Padre" equivale a reconocer con admiración la Belleza de todo lo que es, el milagro de la Vida –a pesar de tantos signos aparentes de "muerte"- y la Luz que todo lo impregna... y que percibimos cuando salimos de la prisión de la mente.
Lo que queda claro es que la identificación con el yo impide ser sal y luz. También –o quizás más- cuando es un "yo religioso". Porque el yo necesita "notarse" y "brillar"; no está dispuesto a "disolverse" ni a pasar desapercibido. Al yo no se le puede pedir que "su mano izquierda no sepa lo que hace su derecha" (como dirá Mateo un poco más adelante: 6,3), porque pertenece a su naturaleza buscar su propia "gloria".
Si queremos superar todas esas aporías no cabe luchar contra el yo, sino trascenderlo, porque empezamos a comprender que no somos él. Cuando se da esa comprensión, podemos dejar de vivir para él.
Puesto que todo gira, realmente, en torno a la percepción de nuestra propia identidad –¿quiénes somos?- y todo depende de la respuesta que demos a esa cuestión, resulta prioritario clarificar este punto.
Como nos recuerda Mónica Cavallé, la sabiduría ha distinguido tres niveles en la consideración del "yo": El Yo Universal, el yo particular y el yo superficial (M. CAVALLÉ, La sabiduría recobrada. Filosofía como terapia, Martínez Roca, Barcelona 2006, p. 112ss.). Me gustaría explicitar cada uno de esos niveles del modo más pedagógico, para que resulte accesible:
· El Yo Universal alude a nuestra verdadera naturaleza, a la Realidad última o absoluta, Lo Que Es (sin añadidos):
- es una Identidad compartida: en cierto modo, en ella nos reconocemos todos los seres, porque todos, aunque de modo diferente, la compartimos: todos somos;
- es el "agua" que constituye, por igual, al océano y a las olas;
- es el Yo Soy.
· Ese Yo Universal se expresa en cada yo particular o individual que, en este sentido, no es esencialmente diverso de aquél, de un modo análogo a como la ola no es de diversa naturaleza que el océano:
- es una identidad particular;
- es una de las infinitas formas ("olas") en las que el Yo Soy ("agua") se expresa;
- es el yo soy esto.
· El yo superficial o ego es, en cierto modo, una patología, nacida de la ignorancia de lo que somos, y resulta de la identificación exclusiva con aquello que hay de estrictamente particular en nosotros: nuestro cuerpo y nuestra mente o psiquismo. Con otras palabras, el ego es el yo que se cree autoconsistente, pero que en realidad sólo tiene la (aparente) sensación de vivir:
- nace de la apropiación de los objetos –mentales o materiales- con los que se identifica;
- es una "ola" que desconoce su naturaleza de "agua";
- es el yo soy sólo esto.
Es claro que el reconocimiento de nuestra verdadera identidad está en función del nivel de conciencia en que nos encontremos y, más globalmente, de su proceso de evolución.
El primer nivel conciencia del ser humano, tanto en el bebé individual como en la especie en su conjunto, se caracteriza por la fusión indiferenciada; no existe aún consciencia de separación: es el estadio del no-yo prepersonal. A él seguirán el yo-corporal –o "conciencia corporal", si se acepta esta expresión contradictoria-, el yo-mental, en sus diferentes etapas –mágico, mítico, racional-, que dará paso a un no-yo transpersonal –primero como Conciencia Testigo y, más adelante, como Conciencia No-dual-.
En este nivel, la percepción de la "propia" identidad se modifica de un modo radical: la persona "se" reconoce, más allá del "yo particular", y se vive anclada en el "Yo Soy" o "Yo universal", identidad compartida con todo lo que es.
A lo largo de la historia humana, encontramos personas que han vivido en esta identidad. Hoy, sin embargo, parece haber indicios que nos hablan de que, colectivamente, nos hallamos en ese umbral.
Jesús habla desde esa identidad –la Conciencia transpersonal- e invita a los discípulos a que se reconozcan en ella. El se sabe "Yo Soy", y sólo así se entiende la expresión: "Antes de que Abraham naciese, yo soy" (evangelio de Juan 8,58). Aunque, históricamente, el gran patriarca había nacido dieciocho siglos antes, el Yo Soy es atemporal, eterno.
La identificación con el yo nos hace vivir forzosamente egocentrados –el yo no puede sino vivir para él- y nos hace olvidar que nuestra verdadera identidad no conoce límites.
Podremos dar pasos de desidentificación en la medida en que activemos alguna de estas prácticas:
· observando el pensamiento (o el yo),
· ejercitándonos en venir cada instante al momento presente, volcándonos en los que hacemos,
· o entregándonos por amor.
En cualquiera de esos tres casos lo que ocurre es que la mente se silencia. Y su silencio equivale a trascender el yo, que únicamente vive porque nos identificamos con nuestro pensamiento. Trascendido el yo, dejaremos de buscar su "gloria", y permitiremos sencillamente que la Gloria (Dios) sea.
Enrique Martínez Lozano
www.enriquemartinezlozano.com
(Sobre la Conciencia unitaria en la que vivió Jesús, puede verse lo que he escrito en El hombre sabio y compasivo.
Una aproximación transpersonal a Jesús de Nazaret, en Journal of Transpersonal Research 1 (2009) 35-56.
http://www.transpersonaljournal.com/pdf/vol1-jul09/Martinez%20Lozano%20Enrique.pdf
Y también Recuperar a Jesús. Una mirada transpersonal, Desclée de Brouwer).
LO QUE REALMENTE SOMOS
(Un texto de Ken Wilber)
"Las personas suelen hallarse atrapadas por la vida, atrapadas por el universo, porque creen estar dentro del universo y que, en consecuencia, éste puede aplastarles como si de un bicho se tratase. Pero esa suposición es falsa porque usted no está en el universo, sino que es el universo el que está en usted.
La creencia habitual es la siguiente: mi conciencia está en mi cuerpo (fundamentalmente en mi cabeza); mi cuerpo está en esta habitación, y esta habitación está en el espacio que me rodea, el universo mismo. Y, si bien esto es cierto desde la perspectiva del ego, resulta, no obstante, completamente falso desde el punto de vista del Yo.
Cuando yo descanso en el Testigo, en el Yo-Yo sin forma, resulta evidente que, en este mismo instante, yo no estoy en mi cuerpo, sino que mi cuerpo está en mi conciencia. Yo soy, por consiguiente, conciencia.
Cuando descanso en el Testigo, en el Yo-Yo sin forma, resulta evidente que en este mismo instante, yo no estoy en esta casa, sino que esta casa es la que está en mi conciencia. Yo soy el Testigo puro en el que emerge ahora mismo esta casa. Yo no estoy en esta casa, sino que esta casa está en mi conciencia. Yo soy, por tanto, conciencia.
Cuando miro fuera de esta casa al espacio circundante -tal vez una gran extensión de tierra, una gran apertura al cielo, otras casas, calles y automóviles-, cuando miro, en suma, al universo que me rodea y descanso en el Testigo, en el Yo-Yo sin forma, resulta evidente que, en este mismo instante, yo no estoy en el universo, sino que el universo está dentro de mi conciencia. Yo soy el Testigo puro en el que ahora mismo emerge el universo. Yo no estoy en el universo sino que es el universo el que está en mi conciencia. Yo soy, por consiguiente, conciencia.
Es cierto que la materia física de su cuerpo se halla dentro de la materia de la casa y que la materia de la casa se halla dentro de la materia del universo. Pero usted es algo más que materia, usted no es sólo algo físico, usted también es Conciencia y la materia no es más que un cascarón externo.
Cuando el ego adopta el punto de vista de la materia queda atrapado en la materia y se ve, por tanto, torturado de continuo por el aspecto físico del dolor. Pero el dolor también emerge en su conciencia y usted puede hallarse en el dolor o, cuando descansa en la inmensidad de la Vacuidad pura que constituye su identidad más profunda, puede darse cuenta de que es el dolor el que se halla en usted, de que es usted el que rodea el dolor y de que, en consecuencia, lo trasciende.
¿Qué es pues lo que soy? Si me contraigo en el ego, parece que estoy confinado al cuerpo, que, a su vez, está confinado en la casa que, a su vez, está confinada en el inmenso universo que la rodea. Pero cuando descanso en el Testigo -la conciencia abierta, inmensa y vacía - resulta evidente que yo no estoy en el cuerpo, sino que el cuerpo está en mí, que yo no estoy en esta casa sino que la casa está en mí, y que yo no estoy en el universo, sino que el universo está en mí. Todo eso es lo que emerge en el Espacio inmenso, vacío, puro y resplandeciente de la Conciencia primordial, ahora y también ahora y eternamente ahora.
Yo soy, por consiguiente, Conciencia".
(Ken WILBER, Diario, Kairós, Barcelona 2000, pp. 194-195).