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REACCIONAR CRISTIANAMENTE ANTE LA PEDERASTIA: "A LA IGLESIA HAY QUE EXIGIRLE MÁS QUE A NADIE"

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Por desgracia es casi seguro que el tema de la pederastia continuará, y ojalá pudiera añadir que “solo durante un tiempo”. La historia se ha cansado de mostrarnos que no es la amenaza de fuerza lo que evita los crímenes (aunque sea el recurso del que más echamos mano), sino más bien la configuración humana auténtica de las personas. Eso me hace temer que muchas veces reaccionamos con dureza no para cambiar al otro sino para sentirnos inconscientemente superiores a él. Creo por eso que algunas de las reacciones que presenciamos ante este drama no son del todo incompletas, aunque puedan ser muy comprensibles. Y es posible que una mirada a Jesús nos ayude a completarlas.

Jesús se suma a todas nuestras condenas, pero no comparte del todo nuestro modo de reaccionar: por un lado proclama que, a quien escandalice le valdría más que “le colgasen al cuello una rueda de molino y lo echaran al mar”. Bien duro y de acuerdo con nosotros. Pero inmediatamente añade que si tu hermano peca contra ti y se arrepiente, le perdones; y si peca siete veces al día, perdónale siete veces (cf. Lc 17, 1-4). ¿Hemos reaccionado así hasta ahora?

1.- Una primera dificultad para eso es que nuestra necesidad de conocer (y hablar) en abstracto y por universales, nos impide acercarnos a los casos concretos y particulares. Veámosla:

No es lo mismo una caída ocasional que, a lo mejor, ha amargado mucho a su autor, que una doble vida hipócrita y prolongada. Ni que la lucha de quien tiene alguna tara en su psiquismo (quizás consecuencia de otro abuso sufrido de niño). Ni que la mentalidad de quien fue falsamente educado y no cree obrar mal: ya comenté en otro sitio la declaración de más de 50 intelectuales franceses en defensa de la pederastia en 1977; y mi estupor ante un señor que me decía que los pederastas son hoy unas víctimas como fueron antaño los homosexuales y que, en el futuro, se hablaría de la “pederofobia”. Debo confesar que no sé si fue mi reacción la que le hizo desaparecer y ya no he vuelto a saber de él.

Todas estas variantes (y otras) se dan en los casos particulares. Y nosotros no podemos encarar el problema con una simple calificación abstracta (abuso, pederastia…): porque lo que existe son casos concretos, no universales abstractos. Si la medicina suele decir hoy que no hay enfermedades sino enfermos; la ética debería añadir que no hay pecados sino pecadores.

Todo esto complica mucho las cosas, pero es la única manera de resolverlas bien. Y de hecho, así es como intenta actuar la justicia humana ante todo tipo de crímenes.

2.- En segundo lugar, hay que repetir una vez más que la pederastia clerical no es la única que existe sino solo una pequeña parte, aunque sea la más grave y más escandalosa: porque a la Iglesia hay que exigirle más que a nadie y ella misma debe exigirse más que nadie. Esto se ha dicho tantas veces que basta con volverlo a evocar, aun temiendo que seguiremos sin hacerle caso.

3.- Pero eso obliga a concluir que, tal como está hoy el escándalo, la Iglesia es la que está más obligada a informar y ser transparente ante la sociedad. Cuando el daño es grande y la víctima lo hace público, ya no vale aquello de que “la ropa sucia se lava en casa”, que es el criterio que estuvo en vigor hasta hace muy poco. Hoy podemos decir que ocultar el pecado es casi tan grave como cometerlo.

Por eso no comparto la afirmación del secretario de la Conferencia Episcopal Española, cuando declaró que en España no vale la pena investigar porque “son solo unos pocos casos”. ¡Precisamente esa sería la mejor razón para hacer una investigación e informar bien! Ni comparto la actitud todavía reticente de algunos obispos, que puede causar escándalo. Deberían comprender que Juan Pablo II, tratando de ocultar las atrocidades de Maciel, hizo a la Iglesia casi tanto daño como aquel degenerado.

Pero también me duele que se haya acusado al secretario de la CEE de que sus palabras “son ya mala fe” (cita literal). Por favor, no seamos simplistas: esa es reacción de ira ciega más que de justicia humana, de ganas de azotar más que de comprender. Porque parece mucho más claro que la afirmación de Msr. Argüello es una reacción de miedo, casi diría de pavor, más que de mala fe. Y ese miedo también deberíamos analizarlo para buscar si es pura cobardía o tiene otras causas que lo harán comprensible, aunque no lo justifiquen; por ejemplo: aquella “cristianofobia sutil” que una no creyente como Pilar Rahola detectaba en muchos medios de comunicación.

Y para ser completos añadamos que, además de una cristianofobia en la sociedad, hay también una especie de “episcopalgia” en la Iglesia española.  Quiero decir que un fruto de esta crisis de los abusos podría ser que la Iglesia revise seriamente su modo de designar a los obispos, volviendo a su tradición más primitiva. Últimamente se han conocido desavenencias de Juan Pablo II con figuras como Tarancón y Díaz Merchán, por temas como citar el nombre de Dios en la Constitución, existencia de un partido cristiano y beatificación de mártires de la guerra civil, donde ellos eran partidarios del no, y Wojtila del sí.

No sé si se ha estudiado el influjo de los nombrados por el binomio Wojtila-Tagliaferri (nuncio) en la posición de muchos obispos españoles en temas como el de la pederastia. Pero puede que no venga mal recordar las palabras de dos concilios ecuménicos (V de Letrán y Trento) avisando que los papas, en el juicio final, darán cuenta a Dios de aquellos a quienes promovieron al episcopado, si miran más su propio interés u otras ambiciones humanas, que el bien de las iglesias a las que han de servir.

Me entendería mal quien viera en esto una crítica al papa Wojtyla: incluso escribí un librito en defensa suya. Solo quiero decir, citando a Ortega (“yo soy yo y mi circunstancia”), que por papa que fuera Wojtyla, también era “él y su circunstancia” como somos todos. En el juicio y el trato con las personas, debemos saber que no tratamos solo con otro yo, sino también con otra circunstancia. Desconocer esto hace imposible la convivencia.

4.- Por estas razones me parece admirable la conducta de la conferencia episcopal francesa. Pero quisiera declarar también que no es lo mismo la información y la petición de perdón, que el compromiso de indemnizar económicamente, que podrá ser aplaudido como expresión de un dolor impotente, pero no puede ser exigido. No tendría sentido, por ejemplo, pretender que el ministerio de educación de un país está obligado a indemnizar económicamente a cada persona abusada por un profesor; o el ministerio de deportes a cada persona abusada por algún entrenador (como supimos que había ocurrido con todas las integrantes del equipo de gimnasia de EEUU, gracias al caso de Simone Biles en las pasadas olimpíadas de Japón). He conocido ya chantajes cometidos ante alguna institución religiosa, reclamando dinero para no llevar el caso a juicio.

¡Cuidado, por favor! Que no entre el dinero en este problema porque lo corromperá todo. La sabiduría popular dice que “lo que se arregla con dinero no es tan grave”; y esto contradiría la insistencia en el gran daño psicológico que producen los abusos. Incluso pretender que esto se arregla con dinero ofende la dignidad de las víctimas de los abusos, como si fueran solo casos de prostitución. En todo caso, sería mucho más fecundo dedicar ese dinero indemnizador a crear algún tipo de institución que ayude a las víctimas a reconstruirse, o a pagar tratamientos psicológicos etc.

5.- Finalmente, mirando la segunda parte del texto antes citado de Lucas hay que pensar también en la reconstrucción del abusador: pues, aunque a veces no lo parezca, el autor del mal se hace más daño a sí mismo que a la víctima.

Hay otra escena en los evangelios en la que Jesús escandaliza a los que hoy llamaríamos progres o de izquierdas, y es el pasaje de Zaqueo: de la inmensa riqueza de aquel hombre da idea la oferta que hace de dar a los pobres la mitad de su fortuna y devolver el cuádruple a los que había estafado (que serían bastantes). Pero Jesús, que tan duramente hablaba contra los ricos, recuerda a las gentes: “también este es hijo de Abrahán” (Lc 19,9).

También el abusador es hijo de Dios y hay que desear que rehaga su filiación. Ello exige, otra vez, conocer los casos concretos: si es una pobre víctima de su poca fuerza de voluntad, si es un perdido, o un caso patológico de doble personalidad, o si resulta que él también fue una víctima de niño, o si hay en su vida otras páginas de bondad a las que recurrir para que pueda rehacerse… O incluso conocer también las denuncias falsas que, como las meigas: “haberlas haylas”.

Por esta razón (y respetando lo que se ha hecho en otras partes) no pienso dejar de seguir cantando aquello de “Tú has venido a la orilla”…, que tan hondo ha llegado a muchos, pese a la indignación que me produce el que su autor fuera también autor de abusos: porque (con los datos que tengo hoy) pienso que sus canciones fueron sinceras, a pesar de la otra cara de su moneda. Los hombres no somos solo buenos o malos, sino una mezcla de posibilidades de bien y posibilidades de mal, que cuajan en uno u otro lado por una mezcla de mi libertad y lo que Ortega llamaba “mi circunstancia”.

La iglesia primera no rechazó como líder a un Pedro arrepentido porque hubiera negado públicamente tres veces al Señor. Ojalá esto ayudara a otros pederastas a sentir vergüenza de sí mismos, a pedir un perdón tan anhelado como el del salmo 51, y a buscar (como decía el canto citado) “mi cansancio que a otros descansa”.

6- Creo además que, si conseguimos que se den estos procesos de conversión, pueden ayudar también a lo más importante de este drama, que es la reconstrucción de las víctimas, si les ayudamos a comprender que más que víctimas de un tirano fueron víctimas de una piltrafa humana: sobre todo si la vergüenza y la petición de perdón del abusador les restituye su dignidad, maltratada y herida, pero superior a la de su maltratador.

7.- Me permitiré ahora aplicar lo anterior a las acusaciones recientes contra Benedicto XVI por haber mentido cuando era arzobispo de Munich.

Quienes me conocen o han leído saben que estoy bastante lejos de la teología última de Ratzinger. No creo pues hablar en defensa de un amigo, sino en defensa de la justicia. Y me parece importante señalar estos dos rasgos.

a.- Ratzinger fue arzobispo de 1977 a 1981: era la época en que estaba vigente la Declaración antes citada de los intelectuales franceses sobre la legitimidad de la pederastia y, para quienes no admitieran eso por ser cristianos, la mentalidad de que la ropa sucia se lava en casa. Juzgar, y culpabilizar aquellas conductas de hace cuarenta años con la mentalidad de hoy, me parece sencillamente injusto: sería como acusar de asesino a un juez por haber dictado una pena de muerte en los años cincuenta, cuando esa pena pasaba como legítima.

b.- Cuando presidía la congregación de la fe, Ratzinger fue el primero en expulsar del ministerio a curas y religiosos abusadores. Casi lo primero que hizo al ser nombrado papa fue obligar a retirarse al nefasto Marcial Maciel, protegido de Juan Pablo II. En 2019 Benedicto XVI denunció en un artículo que la Iglesia había protegido demasiado a los curas inculpados de pederastia, tachando esa protección de “garantismo”…

Al evocar estos datos solo quiero indicar que cuando alguien tiene cosas buenas y malas, no se pueden absolutizar y exclusivizar estas prescindiendo de aquellas. Y más si las fechas muestran que ha habido una evolución coherente con la evolución de la sociedad desde 1977 hasta hoy. Por poner un ejemplo ajeno a estos temas: no me gusta que se condene globalmente a Arnaldo Otegui (y me he ganado algún bofetón por eso). Pues, aunque rechazo el que Otegui no sea capaz de condenar como criminales muchas acciones de ETA, creo que ha tenido mucho que ver en el paso de los independentistas vascos de las parabellum al parlamento. Y ese es un mérito muy de agradecer.

La última ironía de todo esto es que Ratzinger no será canonizado por esa mentira, y Wojtyla, mucho más culpable por garantista, está ya en los altares. Y lo está por haberse saltado los plazos canónicos exigidos para una canonización. Aquel nefasto y astuto grito de “santo súbito” ha hecho más daño a la iglesia que todos los silencios de Ratzinger. A parte de eso, aspiro a que un día un nuevo derecho canónico declare que los papas no pueden ser canonizados (por santos que hayan sido), exactamente como hacen por humildad los cartujos. Porque, además, los santos son para darnos ejemplo e interpelarnos. Y quien está en una situación distinta a la del común de los mortales poco podrá interpelarnos. (Los pocos cartujos canonizados pudieron serlo porque habían pasado  a ser obispos).

8.- Para acabar, otras dos cosas.

Los que he comentado no sé si serán todos los casos. Ni siquiera sé si serán la mayoría. Pero creo que estos no hay que dejarlos escapar porque tienen una gran fuerza reconstructora. Y porque, para juzgar un hecho, hay que considerar todos los factores que intervienen y no solo algunos. Eso significa la expresión griega kat-holon (de donde viene la palabra católico), la cual no significa “total” (cuantitativamente), sino “completo” (cualitativamente).

Y, por supuesto, estas líneas no pretenden acusar a nadie, sino ser solo una aportación para el diálogo sobre una tragedia que habríamos de intentar resolver entre todos.

 

José I. González Faus

Religión Digital

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