BEATO RUTILIO GRANDE, CELAM, OBISPO PROAÑO, SAN ROMERO
Edgard R. BeltránRutilio Grande fue beatificado el 22 de enero del 2022, mártir por la fe y la justicia, fruto de una exigente e ininterrumpida “conversión eclesial”.
“Conversión Eclesial” es un giro, un cambio hacia una CENTRALIDAD: JESÚS COMO CENTRO Y COMO CENTRO DE JESÚS, LA CONSTRUCCIÓN DEL REINO DEL PADRE. Hacia esto se centra el Concilio Vaticano II y su modelo de Iglesia como “Pueblo de Dios”, focalizado en Jesús y en la construcción de ese reino (LG.9). El Celam, siguiendo en esto al Concilio, asumió la tarea de servir en América Latina a esta “conversión eclesial” y se concretó en la histórica reunión de Medellín, el mejor fruto del Vaticano II. Fue una época de “primavera eclesial” en el Continente.
El Beato Rutilio Grande, con su sangre de “mártir”, es un “testigo” de ese giro hacia JESÚS Y EL REINO DEL PADRE, con la guía del Concilio Vaticano II y a la luz de la reunión eclesial de Medellín.
El Celam fue su acompañante desde el inicio por medio del Departamento de Pastoral de Conjunto, tanto con su Equipo Ejecutivo, a quien consultó, como con su Instituto de Pastoral para América Latina (IPLA) en Quito, en el que participó. Pero lo más especial fue su convivir con el obispo Leonidas Proaño, presidente del Departamento del Celam y obispo de Riobamba, cerca de Quito, un obispo ejemplar, tanto en su persona como en su ministerio transformador en su Iglesia diocesana. Con el obispo Proaño y con su pueblo, Rutilio aprendió a ser y a obrar en la forma que, sin buscarlo, encontró el martirio.
Este “testigo” con su martirio fue lo que golpeó a Óscar Romero, quien fue su arzobispo durante 18 días (del 22 de febrero de 1977 al 12 de marzo), y quien así lo manifestó: “Si lo han asesinado por lo que hizo, yo tengo que seguir el mismo camino. Rutilio me ha abierto los ojos”. El arzobispo desde ese momento vivió su “conversión eclesial centralizada” que, sin buscarlo, también selló con su histórico martirio, San Romero.
El Beato Rutilio Grande inició esta etapa de conversión en una ocasión sencilla y casi sin saberlo, impulsado por su inquietud y su apertura al discernimiento. Fue un paso que dio ayudado ocasionalmente por el Celam.
El arzobispo de San Salvador, don Luis Chávez, había participado en el Concilio Vaticano II y éste lo transformó. Para aplicarlo en su pastoral, aprovechó la colaboración del Celam con las “Semanas Pastorales” que el Departamento de Pastoral de Conjunto del Celam organizaba en cumplimiento de la tarea de servir en América Latina a una “Iglesia en conversión centralizada” a la luz del Concilio Vaticano II y de su aplicación en el Continente a partir de la reunión eclesial en Medellín. Centralizado el mensaje con este contenido, se utilizaba una metodología inductiva y participativa que contribuía a edificar la comunidad eclesial, para que continuara viva después de la semana. Casi todos los países de América Latina pidieron al Departamento de Pastoral de Conjunto del Celam este servicio que lo realizaba el Equipo Ejecutivo del Departamento con la aprobación de su presidente, el obispo Leónidas Proaño. El Equipo del Celam esta vez incluyó a Ignacio Ellacuría con su valioso aporte local, jesuita quien fue también martirizado años después.
En esta Semana Pastoral hubo dos personas que ahora nos interesan. Uno, que fue invitado y no asistió. Al obispo auxiliar Óscar Romero, solamente se le veía en el comedor. El otro, que no fue invitado, pero que asistió como pudo en varios momentos desde la puerta del salón, el jesuita encargado de la administración del seminario, quien no fue invitado por no trabajar directamente en la pastoral, Rutilio Grande.
En algún momento, en privado, Rutilo le comentó a uno del equipo del Celam que él estaba deseando detener un poco sus actividades para discernir sobre su vida y que oyendo un poco los temas de la Semana Pastoral había pensado preguntarle sobre algún lugar favorable para este fin. Este le respondió que lo mejor podría ser participar en el LPLA. El tiempo de seis meses que duraba el curso era muy propicio. El contenido iba precisamente en esa dirección de contribuir a un discernimiento en una línea de “conversión eclesial”. Los formadores que se turnaban cada semana eran de lo mejor, personas muy competentes en sus respectivas materias, y además con un total compromiso de vida en una Iglesia como Pueblo de Dios desde la base con el pobre. La metodología era la indicada para formación de “comunidad eclesial”. La transformación de los participantes era palpable, causa de queja de algunos obispos y de agradecimiento de otros muchos.
Le precisó, además, que el participar en el LPLA, tendría una posibilidad aún mejor: convivir con el obispo Proaño y su Pueblo en la diócesis de Riobamba, ojalá cada fin de semana. Vivir con él como persona, como cristiano, como obispo y convivir con esa comunidad eclesial diocesana, seguramente sería una de las gracias más enriquecedoras de su vida, se le aseguró a Rutilio. Él lo aceptó, fue al LPLA y así también aprovechó para ir a Riobamba todos los fines de semana del semestre menos tres. Esta vivencia le comunicó a su ser y a su obrar el giro ya irreversible en el caminar en su “conversión eclesial”.
Así Rutilio lo confesó agradecido al obispo Proaño y a su Pueblo, así se le vio a su regreso en su vida personal y así lo practicó en su nuevo ejercicio pastoral. Así se beneficiaron sus feligreses agradecidos y transformados. Así lo notaron sus amigos que se le acercaron. Así lo señalaron los obispos de su país que en su mayoría lo descalificaron. Así lo señaló la clase dirigente que se incomodó asustada.
Así lo enmarcó el poder político que lo caracterizó como el constructor peligroso de un mundo diferente al que ellos dominaban. Los pobres se capacitaban como sujetos de su superación, los analfabetos manipulables se transformaban en formadores comunitarios, la envidia destructora del pobre contra el pobre estaba siendo reemplazada por algo que llamaban “comunidad desde la base popular”, todas y todos como una familia. El poder político se desconcertó, pues un cura no era para meterse en estos cambios. Investigaron a Rutilio y lo vieron como un campesino igual a todos, pobre y sencillo. Los espías (“orejas”) enviados a sus reuniones informaban que casi no hablaba, preguntaba mucho a la gente y los ponía a pensar. Leían el evangelio y lo comparaban con su situación, todas y todos hablaban de Jesús como de un hermano más del grupo y siempre salían con una tarea que ellos mismos se imponían para hacer de su situación algo más parecido a un tal reino. Los espías no veían nada raro. Pero expertos del poder político descubrieron la capacidad peligrosamente transformadora del método de Rutilio. Supieron que Rutilio había ido al Ecuador y de allí había regresado así. En comunicación entre militares supieron que en Ecuador tenían el mismo problema con el obispo Proaño de Riobamba que estaba “dañando a los indios”. Rutilio se fue enterando de todo, como se lo comentó serenamente en una ocasión al amigo del Celam que le había aconsejado ir al LPLA y a Riobamba con el obispo Proaño.
La convivencia igualitaria de Rutilio con el campesino pobre era mutua. Caminaban juntos, todos y todas eran iguales por el bautismo en la dignidad de hijos e hijas del mismo Padre Dios, hermanos y hermanas iguales en la misma misión y solidarios en sus riesgos. El poder político había decidido actuar violentamente. Torturó y expulsó del país al sacerdote colombiano Mario Bernal. Rutilio proclamó valientemente en la homilía: “¡Es peligroso ser cristiano en nuestro medio! ¡Prácticamente es ilegal ser católico en nuestro país! ¡Ay de ustedes, hipócritas, que se hacen llamar católicos y por dentro son inmundicia y maldad! Son Caínes y crucifican al Señor cuando camina con el nombre del humilde trabajador del campo. Mucho me temo, hermanos, que si Jesús de Nazaret volviera ahora y bajara de Chalatenango a San Salvador, yo me atrevo a decir que no llegaría con sus homilías y acciones a Apopa. Lo acusarían de revoltoso, de judío extranjero, con ideas extrañas, contrarias a las del clan de Caínes. Sin duda, hermanos, lo volverían a matar.” (Homilía recogida por Martin Maier en su libro)
Conscientemente temerosa del peligro, la comunidad parroquial perseveraba en el caminar junto con Jesús y entre ellos en su común misión de bautizados. Manuel de 72 años y Nelson de 14, apoyados por sus familias y su comunidad, seguían caminando junto a Rutilio como tres bautizados iguales en una misma misión compartida. Así los ubicó el poder político y así, juntos e iguales los tres bautizados, fueron asesinados.
El poder político cometió su crimen. Pero el Padre, Amor misericordioso, los ha elevado ante el mundo como monumento de ejemplo que invita a ser la “Iglesia en conversión continua”, centralizada siempre en Jesús y el reino, cuyos miembros por el bautismo son hijos e hijas del mismo Padre y herman@s iguales entre, encargados de la misma misión de la construcción del reino, con Jesús y entre ellos “caminando juntos”. En palabras del Papa Francisco, la IGLESIA SINODAL, como ha debido ser desde el comienzo, y como va a ser en este tercer milenio y para siempre. Rutilio, Manuel y Nelson son ejemplo desafiante para obispos y clérigos y laicos y son intercesores.
¡Así lo dijo el Obispo Proaño en Riobamba al regresar de enterrar a San Romero!
Edgard R. Beltrán