LAS IGLESIAS CRISTIANO-ORTODOXAS ANTE LA INVASIÓN DE UCRANIA
Jesús Martínez GordoEl objetivo de la “operación especial” en Ucrania es, según informó V. Putin el 21 de febrero, “proteger a la gente que, desde hace ocho años, es objeto de maltrato y genocidio”. O, concretamente, como vino a explicar a continuación: defender a los fieles y clérigos ortodoxos ucranianos que, perteneciendo al Patriarcado ortodoxo de Moscú, son perseguidos por las autoridades ucranianas en la región de Donbás. Ésta es, anoto por mi cuenta, una zona en la que fuerzas rebeldes, apoyadas por Moscú, vienen luchando desde 2014. Estas autoridades, completó el presidente ruso, “han convertido la tragedia de la división de la Iglesia en un instrumento de la política de Estado”. Sucede que el 28 del mismo mes, en la conversación mantenida con el presidente francés, E. Macron, le apuntó dos condiciones para acabar con el ataque militar contra Kiev: desmilitarizar e impulsar la neutralidad de Ucrania, además de reconocer la soberanía rusa sobre Crimea. Estos parecen ser los principales objetivos de la invasión en curso.
Pero, puesto que ha apelado a la defensa de la libertad religiosa, puede que no esté de más asomarse a las razones por las que V. Putin ha presentado esta invasión como una guerra de liberación ante un supuesto genocidio por motivos religiosos. Y hacerlo, consciente de que se trata de un discurso que tiene todos los visos de haber sido muy bien acogido por la gran mayoría de los cristianos ortodoxos rusos del Patriarcado de Moscú y, buscando la adhesión –adelanto que fallida- de una parte del complejo colectivo eclesial que forman los cristianos ortodoxos ucranianos.
Dejando de lado la larga y complicada historia que preside las relaciones entre las diferentes iglesias cristianas tanto en oriente como en occidente, actualmente en Ucrania el 49 % de la población se declara cristiano-ortodoxa. Pero, en coherencia con una tradición espiritual y teológica presidida por el respeto a la libertad y pluralidad, estos cristianos ortodoxos se encuentran divididos en tres iglesias que, por orden de importancia numérica, son la del Patriarcado de Kiev, la del Patriarcado de Moscú y la llamada “autocéfala” o nacional de Ucrania. Existe también una iglesia greco-católica, unida a Roma, y pequeñas sectas protestantes en pleno proceso de expansión, además de las minorías islámica y judía. Todas estas confesiones participan de una común identidad nacional que explica por qué han condenado, sin paliativos de ninguna clase, la invasión rusa del país; incluida la supuestamente perseguida, según V. Putin: la subordinada al Patriarcado de Moscú.
La Iglesia cristiano-ortodoxa de Ucrania, originariamente vinculada al Patriarcado de Constantinopla por el bautismo del Príncipe Vladimir I el año 988, generó –haciendo gala de gran libertad y creatividad- una religiosidad y cultura propias. Esto fue posibilitado por el hecho de ser una nación de tránsito entre oriente y occidente. Así, por ejemplo, forma parte del corazón de esta Iglesia participar en la elección de sus responsables; oponerse frontalmente a cualquier tipo de injerencia del poder político en sus asuntos internos; emplear la lengua vernácula y comportarse con cierta apertura y tolerancia hacia otras confesiones. La posterior decadencia de Kiev hizo que Ucrania cayera bajo el área de influencia de Moscú y que su obispo metropolita aceptara subordinar la iglesia al Patriarcado de aquella ciudad. Sin embargo, fue una decisión no aceptada como legitima por la gran mayoría de los cristianos ortodoxos de Ucrania, entre otras razones, porque la iglesia madre (la de Kiev) no podía someterse a la filial de Moscú. De ahí su exigencia de ser reconocida como iglesia separada; una reclamación que la ortodoxia rusa no puede aceptar porque, si lo hiciera, quedaría desprovista de su categoría como “apostólica”: según una leyenda, el apóstol Andrés habría fundado, después de la Iglesia de Constantinopla, la de Kiev y ésta, al haber aceptado someterse a la de Moscú, habría transferido el título a esta última, despojándose de su condición como segunda autoridad en el universo cristiano-ortodoxo. Se entiende que el reconocimiento de la “autocefalía” o independencia de la iglesia Ortodoxa Ucraniana por el Patriarcado de Constantinopla en 2019 provocara un auténtico terremoto en Moscú, a pesar de que una parte de los cristianos ortodoxos continuaran bajo su obediencia, con Onufry, como obispo metropolita.
Como se puede apreciar, los vínculos religiosos y culturales entre Ucrania y Rusia son muy fuertes, pero no es menor la voluntad de independencia de los primeros y de liderazgo de los segundos. La existencia de tales voluntades no solo explica el silencio cómplice del patriarca de Moscú, Kirill, ante la invasión rusa, sino, también, la condena de la misma por parte de todos los responsables cristianos ortodoxos ucranianos, incluido el metropolita Onufry, de la iglesia Ortodoxa Ucraniana del Patriarcado de Moscú. Y es la que explica, así mismo, la defensa de la libertad e independencia -política y eclesial- al precio de sus vidas. Todo un “error” -interesado y para consumo interno- por parte de V. Putin, y una enorme sorpresa para muchos de nosotros, europeos occidentales.
Jesús Martínez Gordo
El Diario Vasco