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CARDENAL TAGLE: "EL PAPA FRANCISCO SE ESTÁ ESFORZANDO MUCHO POR DETENER ESTA GUERRA"

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El primer fin de semana de marzo, la diócesis de Barcelona recibió la visita del cardenal Luis Antonio Tagle. Prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos y presidente de Caritas Internationalis, el purpurado filipino participó en el Auditorio del Fórum en una conferencia-diálogo con agentes de pastoral con jóvenes, profesores de la Fundació Escola Cristiana y voluntarios de Cáritas. Al día siguiente concelebró una misa con el arzobispo Joan Josep Omella en la basílica de la Sagrada Familia con motivo del quinto centenario de la llegada del cristianismo a Filipinas. Entre un acto y otro, atendió a algunos medios en la sede del arzobispado, donde se percibió un ambiente de alegría motivado sin duda por la presencia de este pastor cercano, risueño y extraordinariamente carismático.

¿Qué siente en estos días, con el estallido de la guerra en Ucrania y la aparición de una nueva amenaza nuclear?

Todo conflicto conduce al uso de las armas y, frente a la amenaza nuclear, como familia humana, no podemos permanecer indiferentes. Yo hablo desde la experiencia de mis padres, que eran jóvenes durante la Segunda Guerra Mundial. Gracias a Dios, todavía están vivos, pero sus vidas están marcadas por la guerra. Mi padre conserva cicatrices en el cuerpo que nos recuerdan, a él ya nosotros, los horrores de la guerra. Su padre —mi abuelo— murió durante un bombardeo en Filipinas, y él, que entonces tenía 13 años, estaba presente cuando le cayó la bomba, por lo que le vio morir. Aquella herida permanece en su memoria. Así que cuando escucho y leo informes de guerra, no veo sólo el presente, sino la huella profunda que dejan las guerras a lo largo de los años en el cuerpo y la memoria de las personas. Me preocupa pensar que los niños de Ucrania y otras regiones en conflicto arrastrarán las heridas durante el resto de su vida. Creo que esto es algo que los líderes de las naciones deberían considerar.

Mientras estamos preocupados por Ucrania, no hay que olvidar que hay muchos otros conflictos que están teniendo lugar en el mundo, que habían comenzado antes y que no han terminado. Son conflictos que todavía producen muchos refugiados, huérfanos y gente herida física y mentalmente. Espero que nuestra atención sobre Ucrania y los esfuerzos comunes por rezar y negociar el cese de la lucha vayan ligados con un compromiso global para detener la violencia como respuesta a las diferencias entre unos y otros.

Mientras hablo pienso en Siria, que ha sufrido una larga guerra y cuya crisis humanitaria aún no ha terminado. También pienso en Afganistán o Myanmar, países de los que no se habla mucho últimamente, pero donde hay conflictos que persisten y parecen interconectados. Ante todo esto, propongo la visión humanitaria de Cáritas, que pone el foco a la persona, puesto que, detrás de las negociaciones entre los líderes políticos, militares y económicos, al final esto va de seres humanos. En todas las guerras la gente corriente es siempre la que sale perdiendo.

En un momento en el que se habla de fracaso de la política, ¿cuál cree que puede ser la aportación de la diplomacia papal en este nuevo conflicto?

El Santo Padre, como pastor, como ser humano, como persona, se está esforzando mucho por detener esta guerra. A lo largo de las últimas décadas, la diplomacia de los papas ha consistido en apelar públicamente a la buena voluntad de todos. Y luego está la Secretaría de Estado, que se encarga de las relaciones diplomáticas y en estos momentos trabaja día y noche para establecer el diálogo que detenga la violencia en Ucrania. Pero los llamamientos diplomáticos del Papa y de la Iglesia sólo pueden funcionar si encuentran eco en el exterior, si se sienten. Y esto está fuera del control del Santo Padre y de la Santa Sede. La Iglesia intenta hacerse escuchar, pero no puede obligar a nadie a hacerlo. No obstante, pase lo que pase, seguiremos demostrando, desde la diplomacia y desde la caridad, que la Iglesia está aquí para todos.

En Barcelona se ha reunido con gente de la Fundación Escola Cristiana. ¿Cómo cree que debe ser la apuesta educativa desde la perspectiva cristiana?

Yo vengo de Filipinas y allí, como en otras partes de Asia, tenemos muchas escuelas católicas. Son grandes centros que han difundido el cristianismo entre los no cristianos e imparten una educación excelente, reconocida incluso por los padres de los alumnos no católicos. Desde la perspectiva de la sociedad asiática, las instituciones de educación católica no son sólo centros académicos, sino también centros de formación y encuentro donde las personas se ven cara a cara con el cristianismo. Cuando los estudiantes terminan sus carreras —especialmente los no cristianos— se transforman en portavoces de lo que significa esta religión.

En este contexto, considero que, en Asia y en otras partes del mundo, la educación en el ministerio de la Iglesia es un acto evangelizador. Actualmente, el papa Francisco pone énfasis en la idea de que la educación católica debe tener el coraje de remarcar la perspectiva y la tradición de la fe cristiana en estrecho contacto con los desafíos del mundo. Queremos que el cristianismo dialoge con otras disciplinas desde una perspectiva interdisciplinaria. Existe un componente humano, comunitario y profesional, pero también un componente misionero en el carácter de las instituciones de enseñanza católicas.

Otro de los temas tratados en el diálogo de estos días tiene que ver con los anhelos y dificultades de la juventud en la aproximación al cristianismo. ¿Cuáles son, según usted, los principales obstáculos que se encuentran los jóvenes en ese camino?

Existen diferentes razones por las que la gente joven tiene dificultades para apreciar la fe. La primera probablemente proviene del propio entorno familiar, que no ha sabido transmitir la fe a las nuevas generaciones; los jóvenes no han recibido el cariño por la fe como lo recibieron sus padres y abuelos. Otra razón, también relacionada con la familia, es que, en algunos hogares, se ha impuesto por parte de los progenitores la fe cristiana, por lo que los jóvenes se han acabado revelando. En este sentido, creo que las familias no deben forzar nada, sino proponer y transmitir una buena experiencia del cristianismo.

También conviene mencionar la forma en que se presenta la fe a los jóvenes. Benedicto XVI y ahora Francisco hablan de evangelizar a través de la atracción. De hecho, la gente joven presta más atención cuando se siente atraída, y un claro ejemplo radica en la forma en que consume los dispositivos electrónicos. Así, el mundo de la publicidad ha sabido presentar los objetos, en este caso móviles, tabletas u ordenadores, de modo que sean atractivos para los jóvenes. Por tanto, considero que hacer llegar el cristianismo a la juventud de manera atractiva es el desafío que tienen los padres, los cristianos adultos, los profesores e, incluso, el propio círculo de amigos. Los jóvenes con los que he hablado tienen la impresión de que la Iglesia es una institución pegada a unas normas arcaicas, y que los sacerdotes y los religiosos son personas muy formales y de difícil acceso. La gente joven busca relacionarse y por eso no se siente atraída por la Iglesia. Si presentamos un cristianismo que no tiene capacidad de armonizarse cometemos un grave problema.

La celebración de 'Sent la Creu' (Siente la Cruz), en la Iglesia de Barcelona, conmemora el quinto centenario de la llegada del cristianismo a Filipinas. ¿Cómo valora la invitación que ha recibido, por parte de Omella, para que explique aquí la realidad de su país?

Agradezco la invitación del cardenal Omella y los organizadores de este evento por la posibilidad que me han dado de llevar algo de la realidad de los filipinos, especialmente, a la gente joven. Hace 500 años la fe cristiana fue llevada a Filipinas desde España, cuando el explorador portugués Fernando de Magallanes llegó y plantó una cruz en la isla de Cebu, la cual, hasta la fecha, ha sido el símbolo del comienzo del cristianismo en el archipiélago. Recordar este evento misionero, que, al mismo tiempo, ha dado tan buenos frutos, es una manera de alentar la memoria de un gran legado que queremos perpetuar.

Por otra parte, la cruz plantada por Magallanes simboliza las muchas cruces de los filipinos. Durante los últimos años, hemos sufrido un gran número de tifones que han destruido vidas, casas, rutas y producciones agrícolas y ganaderas, lo que ha generado mucha pobreza entre las personas trabajadoras. También hay terremotos y erupciones volcánicas. Hemos experimentado tanta pobreza que mucha gente se ha visto forzada a afrontar procesos migratorios que les ha llevado a realizar trabajos indignos, esto sin contar las separaciones que se han producido entre padres e hijos. También hemos sufrido gobiernos corruptos que han abusado de la población. Por tanto, todos estos sufrimientos son cruces que cargamos.

Sin embargo, los extranjeros nos dicen: 'Ustedes, los filipinos, han sufrido mucho, sí, pero, sin embargo, todavía sonríen'. Yo creo que esto es un regalo de la fe: sufrimos, pero reímos porque sabemos que no estamos solos, y que la cruz de Cristo guía nuestras vidas. Es increíble visitar lugares destruidos por tifones y ver cómo los granjeros todavía sonríen al ver que el sol brilla, y que, por tanto, al día siguiente podrán empezar a trabajar de nuevo.

Filipinas es hoy el bastión católico de Asia. ¿Cómo cree que el catolicismo puede aprovechar esta presencia en el continente para acercar posturas con otras potencias alejadas como China?

Supongo que es un papel que debemos jugar. Nosotros lo interpretamos como una misión. Es un misterio cómo la fe cristiana, a pesar de haber llegado antes a otras partes de Asia como China, Myanmar o la India, se haya difundido más en Filipinas, que en estos momentos es la tercera población cristiana mayor en el mundo. Esto, por tanto, es un regalo y, al mismo tiempo, un reto para los católicos de nuestro país, donde se tiene la misión de conectar la Iglesia con otros países a través de la fe. Me hace feliz que haya muchos sacerdotes, hombres y mujeres religiosos filipinos que estén sirviendo en distintas partes de Asia y el mundo como misioneros. Es como si hubieran recibido el regalo o el don de hacerlo, y ahora quieran compartirlo.

Pero creo que los grandes misioneros de Filipinas en Asia, centrándonos en las realidades del continente, son las personas laicas. Antes he dicho que es un sufrimiento que nuestras personas necesiten salir del país para encontrar trabajos, pero cuando voy a Oriente Medio u otras regiones de Asia, o incluso a África, veo a filipinos que están trabajando allí y que allí traen su fe. Hay diez millones de filipinos fuera del país, y eso quizás significa que unos ocho millones de misioneros conectan la Iglesia con el lugar donde están ahora.

Desde 2019 vive en el Vaticano, donde se encuentra al frente de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos. ¿Cómo le ha cambiado la perspectiva de la Iglesia desde allí?

Debo decir que mucho antes de que el Papa me asignara el cargo en la Curia, cuando era un joven sacerdote, viajaba con frecuencia a Roma para participar en diferentes comisiones. Esto también lo hacía durante mi etapa como arzobispo. Así que estaba acostumbrado a asistir a encuentros y conferencias y conocía a algunas personas allí. Pero viviendo y trabajando ahora, he incorporado nuevas dimensiones en mi forma de entender la Iglesia. De hecho, formar parte de la Curia y ser colaborador cercano del Santo Padre comporta ayudarle en su misión universal y, al mismo tiempo, ayudar a las iglesias locales a llevar a Roma la riqueza de sus experiencias pastorales y misioneras, así como las preocupaciones y problemas. En este sentido, me he familiarizado más con las iglesias locales, con el ministerio del Papa, y he tomado conciencia de cómo desde Roma podemos actuar como puente en lo que llamamos comunión de las iglesias. Sin comunión, no somos Iglesia. Así que la llamada a ser Iglesia como comunión universal de las diversas iglesias locales se ha vuelto más real para mí.

Por otra parte, especialmente con el papa Francisco, estamos llamados a ser una Iglesia en salida. No niego la importancia de las instituciones, las estructuras: las necesitamos, no podemos operar sin leyes, procedimientos. Pero tampoco podemos sobrevivir como Iglesia sin contacto entre las personas. Ahora que estoy en mi despacho, con muchos documentos e informes para leer, entiendo que no podemos limitarnos a esta función, sino que debemos salir y encontrarnos con la gente para captar la esencia del mundo, de la Iglesia y de la misión.

La próxima semana se cumplirán nueve años de pontificado del papa Francisco. ¿Qué balance hace de este período?

Conocí a Jorge Mario Bergoglio en el 2005, cuando era cardenal y arzobispo de Buenos Aires. Trabajamos juntos como miembros del Concilio de obispos durante tres años, y puedo asegurar que no ha cambiado. Su posición como sucesor de Pedro no le ha convertido en una posición de honor y privilegios, y para mí esto es un elemento muy importante de su papado. Él lleva humanidad y simplicidad a ese sublime cargo que ocupa. Siempre se ha posicionado en contra del clericalismo; no en contra de los clérigos, sino de un determinado estilo de ejercer el ministerio que nos aleja o separa de la gente, y se preocupa por mantener una posición de honor y dignidad. Creo que este espíritu está penetrando en la Iglesia y esperamos que dé sus frutos.

 

Jordi Pacheco

Religión Digital

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