SI LA CURIA ES UN CÁNCER HAY QUE EXTIRPARLO, NO REFORMARLO
Bernardo Pérez AndreuTras una década de trabajos se publica por fin el documento que supone la reforma de la Curia con la que el pontificado de Francisco pretende reformar la Iglesia; con magros resultados a mi entender. Y digo que los resultados son escasos porque ya se daban por descontados tras los anuncios realizados previamente donde se tildaba la actuación de la Curia de ser un cáncer en la Iglesia. Si es un cáncer hay que extirparlo, no reformarlo.
Sin embargo, se entiende que sea imposible extirpar la estructura que la Iglesia se ha dado a sí misma desde la Edad Media y que constituye el núcleo clerical de su ser, junto con la existencia del papado como monarquía electiva autocrática. Al fin y al cabo, como cualquier monarquía electiva, el papado requiere de un grupo que mantenga la continuidad durante la sede vacante, cosa que no sucede si la monarquía es hereditaria.
La existencia de la Curia es inseparable de la forma de gobierno que la Iglesia se ha dado a sí misma y solo podrá ser «extirpada» cuando cambie la forma de gobierno. La Curia actual es el resultado histórico del desarrollo del Presbiterio romano en los siglos de la Alta Edad Media, quien era el encargado del gobierno de la Iglesia de Roma y de la elección de su obispo. De este Presbiterio se pasa a la estructura del Consistorio, conformado por los cardenales y con las funciones previas del Presbiterio romano, en un proceso de concentración del poder en las élites romanas.
De ahí a una estructura de gobierno de toda la Iglesia va un simple paso. El nacimiento de la Curia tal y como la conocemos está estrechamente vinculado al auge del clericalismo, de tal modo que una y otro son dos caras de la misma moneda. Por eso pudo comparar la actuación de la Curia con un cáncer el Papa Francisco, porque ambos son un cáncer en la Iglesia, es decir, un desarrollo patológico de un órgano del corpus eclesial. No se trata de reformar la Curia, sino de reformar la forma de gobierno de la Iglesia a partir de qué es la Iglesia. Sin embargo, entiendo que pueda comenzarse por la reforma de la Curia.
El documento consta de varias partes, pero se puede dividir en dos: la primera donde se asientan los principios eclesiales y teológicos de la reforma y la segunda con el articulado propiamente de la misma. En este momento no vamos a entrar en el articulado sino que nos centraremos en la primera parte que consta de Preámbulo y Principios y criterios para el servicio de la Curia romana. Es aquí donde está la justificación de este documento en el sentido de dotar a la Iglesia de una estructura que se asemeje más a lo que ella ya dijo de sí misma en el Concilio Vaticano II y que no llegó a plasmarse ni en su estructura ni en el Código de Derecho Canónico promulgado en 1983, amén de la vuelta a posiciones preconciliares en el Catecismo de 1992.
La Iglesia con el Papa Francisco se proclama a sí misma como sinodal, en perspectiva misionera y de comunión, poniendo en el centro de su ser la evangelización. Dicho de otra manera, la misión de la Iglesia es la evangelización viviendo la comunión en sinodalidad. Desde este ser eclesial, sintetizado en Lumen Gentium, la Iglesia pretende dotarse de una estructura proporcional a su ser. Esto lleva a que la Curia se transforme radicalmente para que deje de ser el lugar de ejercicio del poder centralizado romano para pasar a ser un servicio para la evangelización vivida como comunión misionera y sinodal. Esto implica varias consecuencias para la Curia:
1-La Curia deja de ser un instrumento de visibilización del poder romano para ser un servicio a la comunión eclesial. Ya no será un impedimento entre el Papa y los obispos, sino que servirá a toda la Iglesia en sus necesidades, tanto al Papa como a los obispos o a las Conferencias Episcopales y otras estructuras de la Iglesia.
2-La Curia deja de verse como un cursus honorum, de ahí que sus integrantes, cualquier fiel, deberán cumplir criterios de profesionalidad. La presidencia de los Dicasterios podrá ocuparla cualquier fiel cristiano, y también cualquier fiel cristiana.
3-La Curia responde a una estructura de servicio, por ello no habrá distinciones entre sus órganos. Ahora solo habrá Dicasterios, desapareciendo las Sagradas Congregaciones, dirigidos por un fiel que ejerce su función nombrado por el Papa, y la ejerce en su nombre. Es el Papa el Prefecto de todos los Dicasterios, sus dirigentes son sus vicarios.
4-La Curia ya no se va a encargar de tomar todas las decisiones en la Iglesia en vistas a una, dice el documento, «sana descentralización». Solo se encargará de las cuestiones que afecten a la unidad de la doctrina, disciplina y comunión de la Iglesia. Esto deja el espacio suficiente para que la comunión eclesial se pueda ejercer y, de paso, aplicar un principio fundamental de la Doctrina Social: la subsidiariedad.
Estas consecuencias para la Curia producen una sensación positiva en cuanto a las intenciones propuestas, cosa distinta es cómo se apliquen en lo concreto. Como decía cierto político español, «vosotros haced las leyes y dejadme a mí los reglamentos». Se hace necesario que el cambio se visibilice desde el principio, de manera radical, nombrando prefectos responsables de los Dicasterios que sean laicos y laicas.
Debe producirse un shock en la conciencia clerical de la Iglesia mediante un desmontaje sistemático de su estructura tradicional. La acción lenta y poco decidida permitirá el repliegue y fortificación del clericalismo inveterado. No debe dárseles cuartel. El poder se les debe arrebatar inmediatamente, pues la inercia les llevará a ejercer el servicio, de nuevo, como un poder. A perro viejo es difícil enseñar trucos nuevos. A vino nuevo, odres nuevos.
Otra cuestión distinta, y para mí muy importante, es si esta era la reforma necesaria para acabar con el cáncer clerical que corroe a la Iglesia. Como he dicho, Curia y clericalismo van de la mano en la Iglesia, por lo que no es posible cambiar la Curia sin acabar con el clericalismo. Lo que me temo es que no se está haciendo un análisis correcto respecto a qué es el clericalismo en la Iglesia, pues no se trata de que los clérigos ostenten el poder, solamente, se trata más bien de una forma de entender el ser eclesial que puede ser tipificada como dualista con ribetes gnósticos.
El clericalismo surge en la Iglesia como una imagen de Iglesia dual: de un lado están los fieles bautizados y del otro los varones bautizados y ordenados. Ambos conforman dos niveles netamente diferenciados. Mientras los bautizados apenas tienen el derecho de estar en la Iglesia, los ordenados son los dueños y señores de todo en ella: de la autoridad, de los sacramentos y de la representación interna y externa.
Esta nítida distinción, que llega hasta el Concilio Vaticano II y se perpetúa en Lumen Gentium cuando afirma que entre el sacerdocio universal de los fieles y el sacerdocio ministerial «existe una diferencia esencial y no solo de grado», presupone que existen dos órdenes ontológicos separados. El primero es el conformado por todos los bautizados y el segundo y superior, puesto que se dice que es una diferencia esencial, el de los ordenados. En la Iglesia, por tanto, existen dos tipos de ser, el ser bautizado y el ser ordenado.
No se trata de una mera distinción, sino que es una diferencia, de ahí que la califiquemos de gnóstica, pues los gnósticos creen que la salvación está reservada a un grupo elitista y separado del resto. El clericalismo, por tanto, es una expresión de la herejía gnóstica que tanto daño hizo a la Iglesia en sus comienzos. Si queremos extirpar el clericalismo hay que acabar con la diferencia ontológica dentro de la Iglesia. En la Iglesia solo existe un orden ontológico, el de los bautizados. De entre estos, la comunidad designa a quienes estando preparados puedan ejercer los servicios que la comunidad requiere, sean estos varones o mujeres. El único orden sacerdotal es el de quienes han lavado sus vestiduras en la sangre del Cordero, pues Él es el único sacerdote en la línea de Melquisedec y el resto lo somos por el bautismo que da acceso a Cristo, muerto y resucitado.
Mucho me temo que las reformas de la Iglesia que no toquen este punto esencial que es la base del clericalismo, estén destinadas al fracaso, pues no enfrentan la esencia del problema. Se hace necesario volver a los orígenes y replantear la estructura ministerial en la Iglesia, de modo que no exista una diferencia ni esencial ni degrado, sino una simple distinción entre todos los bautizados y quienes sirven a les sirven. Hay situar a la comunidad en el centro y al ministerio en el lugar que le corresponde, el del servicio. Esto sí será extirpar el cáncer clerical metastásico.
Bernardo Pérez Andreo, teólogo
Religión Digital