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LA ENTREGA TOTAL ES LA META PARA JESÚS Y PARA NOSOTROS

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JUEVES SANTO (C)

Jn 13,1-15

Considero la liturgia del Jueves Santo la más significativa del año. Es la que mejor expresa lo que fue Jesús y su mensaje. Mañana recordaremos la muerte de Jesús, pero hoy se plantea el significado de esa muerte, que es mucho más importante que la misma muerte. Ese significado lo encontramos más claro en el relato de Juan. La protesta de Pedro deja claro que, en aquel momento, ni él ni los demás apóstoles entendieron nada del mensaje. No podemos reprochárselo, porque tampoco nosotros lo entendemos.

No sabemos el sentido exacto que quiso dar Jesús a aquellos gestos y palabras. El mismo Jesús le dice a Pedro que no lo puede entender “por ahora”. Sabemos que no fue un rito de purificación (antes de comer estaba mandado lavarse las manos, no los pies). No responde a una necesidad urgente (Los discípulos podían seguir con los pies más o menos sucios). Tampoco podemos reducirlo a un acto de humildad. Fue, sin duda una acción profética. La Biblia está plagada de esta manera de trasmitir una verdad profunda. El recuerdo de lo que Jesús hizo se convirtió muy pronto en el sacramento de nuestra fe porque en esos gestos y palabras se encierra todo el mensaje Jesús.

El relato de Juan muestra la importancia del lavado de los pies. Así lo muestra la grandiosa obertura con que arranca el texto: “Consciente de que había llegado su “hora”, él, que había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”. Pero es sorprendente el final: “¿Entendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis el “Maestro” y el “Señor”; y decís bien, porque lo soy. Si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, sabed que también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros”. Aquí está la clave de la celebración de hoy. No importa que sea o no, original de Jesús.

Nuestra reflexión va a comenzar por el lavatorio de los pies porque espero que esta reflexión nos ayude a comprenderla mejor. En ese gesto, Cristo está tan presente como en la celebración de la eucaristía. Si entendemos esta equiparación, estaremos en condiciones de ahondar en el significado de los dos hechos. Lavar los pies era un servicio que normalmente solo hacían los esclavos. Jesús manifiesta que él está entre ellos como el que sirve. Es lo que había hecho Jesús durante su vida, pero ahora quiere hacer un signo que no deje lugar a la duda. Lo importante es lo que quiere significar.

Juan, el que más profundizó en el mensaje de Jesús, ni siquiera menciona la institución de la eucaristía. Esto debía hacernos pensar en la importancia del signo de lavar los pies. Sospecho que Juan quiso recuperar para la última cena el carácter de recuerdo de Jesús como servicio. "Yo estoy entre vosotros como el que sirve." No renuncia a la grandeza, pero denuncia la falsedad de la grandeza que se apoya en el poder. La verdadera grandeza humana está en parecerse a Dios que se da sin reservas. Todo ser humano, también Jesús, es un proyecto que tiene que ser llevado a la realización completa.

Poco después del texto que hemos leído, dice Jesús: “Os doy un mandamiento nuevo, que os améis unos a otros como yo os he amado”. Esta es la explicación que da Jesús a lo que acaba de hacer. Cuando seguimos insistiendo en los mandamientos de Moisés o los de la Iglesia, nos quedamos a años luz del mensaje de Jesús. Para el que quiere seguir a Jesús, todo queda reducido a ¡Amaros! No dijo que debíamos amar a Dios, ni a él. Tenemos que amarnos como Jesús amó. Una eucaristía celebrada como devoción, que comienza y termina en el templo, no es la eucaristía que celebró Jesús. Celebrar la eucaristía es aceptar el compromiso de darse totalmente. La eucaristía no es más que el signo de la entrega. Si no se da esa entrega, lo que hacemos será un puro garabato.

En el relato del lavatorio se dice lo mismo que en el partir el pan, pero evita el peligro de quedarnos en el aspecto formal y misterioso. El signifi­cado de la eucaristía lo percibiremos a la luz del lavatorio de los pies. Jesús toma un pan y, mientras lo parte y lo reparte, les dice: esto soy yo. Yo estoy aquí para partirme y repartirme, para dejarme comer, para que me asimiléis, para desaparecer dándome. Yo soy sangre, (vida) que se derrama sobre todos, que da vida a todos, que saca de la muerte a todo el que se deja empapar por esa Vida. Jesús les dice que repitan el gesto no para “conmemorar” el hecho, sino para que tomen conciencia de su significado y lo vivan.

Lo que los evangelios quieren decirnos con estos gestos es que Jesús era un ser para los demás, que el objetivo de su existencia era darse; que había venido para servir. Muestra de esta manera que su meta, su fin, su plenitud humana solo la alcanzaría cuando se diera totalmente, cuando llegara al sacrificio total con la muerte asumida y aceptada. De ahí la profunda relación que tienen los acontecimientos del Jueves Santo con los del Viernes. Jesús des-trozado en la cruz, puede ser asimilado e integrado en nuestro propio ser. Solo cuando muramos a todos nuestros egos, llegaremos a la plenitud del amor.

Aunque Juan no menciona la eucaristía en la última cena, no se ha desentendido de un sacramento que tuvo tanta importancia para la primera comunidad. En el c. 6 de su evangelio  encontramos la verdadera explicación de lo que es la eucaristía. “Yo soy el pan de Vida”. Para explicar esto, dice a continuación: “Quien viene a mí, nunca pasará hambre; el que me presta su adhesión, nunca pasará sed”. Está muy claro que comer materialmente el pan y beber literalmente la sangre, no es más que un signo de la adhesión a Jesús, que es lo verdaderamente importante. Se trata de identificarse con su manera de ser hombre, resumida en el servicio a los demás hasta desvivirse por ellos.

En el mismo c. 6, dice un poco más adelante: “El Padre que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre; del mismo modo el que me ‘come’ Vivirá por mí”. Para mí, no hay en todo el NT una explicación más profunda de lo que significa este sacramento. Jesús tiene la misma Vida de Dios y todo el que viva como él vivió, tendrá también la misma Vida, la definitiva, la trascendente, la que no se verá alterada por la muerte. Para hacer nuestra esa Vida, tenemos que aceptar la “muerte”, no la física sino la muerte a todo lo que hay en nosotros de caduco, de individualismo, de egoísmo. Sin esa muerte, nunca podrá haber verdadera Vida. No se trata renunciar sino de elegir la posibilidad de plenitud.

Volviendo al lavatorio de los pies. Esta actitud de Jesús a los pies de sus discípulos, pulveriza la idea de Dios Señor, Soberano, Todopoderoso al que hay que servir. Jesús hace presente a un Dios que no actúa como Dueño sino como servidor del hombre. Dios está a favor de cada hombre no imponiendo su voluntad desde arriba sino transformando al hombre desde abajo, desde lo hondo del ser humano y levantando al hombre a su mismo nivel. Todo poder, sobre todo el ejercido en nombre de Dios, es contrario al mensaje de Jesús. Ni siquiera el deseo de hacer bien al otro puede justificar ponerse por encima de los demás para violentarles con el pretexto de buscar su bien.

 

Fray Marcos

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