DE FARISEOS Y PUBLICANOS
Mª Luisa Paret GarcíaDOMINGO 30º T.O. (C)
Lc 18, 9-14
El Evangelio juzga con severidad a los fariseos, grupo de judíos nacionalistas, rigoristas, tradicionales y legalistas. No sienten la necesidad de conversión. Aferrados a sus opiniones y creencias personales, desprecian a los humildes. La soberbia les impidió conocer a Jesús como enviado de Dios.
El fariseísmo, también hoy, como sistema de pensamiento y de conducta, se formula como una religión formalista y exterior, sin interiorización personal. Está más atento a la letra, a las fórmulas celebrativas que al espíritu, exagera los actos de los hombres frente a Dios, es soberbio e hipócrita. Es, además, guardián celoso de la pureza legal, ritualista, tiquismiquis. ¿Quién no se ha topado en la Iglesia, en la escuela, con este modelo representativo de algún obispo, sacerdote, religioso/a, maestro/a? ¿Tal vez yo mismo/a?
Hoy se advierte en ciertos ámbitos de la sociedad una moral farisea, anacrónica, a saber, la de quienes manifiestan públicamente unas normas determinadas y a escondidas se guían por otras (especialmente en lo que a la moral sexual se refiere, léase, los abusos de pederastia, la manipulación de las conciencias, la discriminación por razón de género, sexo, estado, etc.); aquellos que se escandalizan de actos humanos de escasa importancia y se acogen a derechos y privilegios que se justifican sólo por la herencia, por su posición, apelando a la tradición, por el ejercicio del poder. Defienden la ley cuando les conviene y en otros momentos proclaman la primacía de su conciencia.
El espíritu fariseo se manifiesta en todos los tiempos, nos atañe a todos; es radicalmente opuesto al espíritu cristiano. De hecho, es una amenaza constante del cristianismo, ya que tiende a reducirlo a una secta de rígidas reglas y cumplimientos legales, sin universalidad y sin perdón. También los cristianos tenemos zonas de fariseísmo; son aquellos ámbitos personales que se resisten a la conversión.
En el Evangelio de hoy, vemos que la única oración que Dios acepta es la del publicano. Aquellos subalternos judíos, encargados por Roma de cobrar impuestos. Por su oficio y, con frecuencia, por su proceder tramposo se los tenía por pecadores. Sin embargo, Jesús acogía a todos y comía con ellos (Mc 2,15-16). Los maestros de la ley y los fariseos criticaban este proceder (Lc 15,1-2). En los evangelios Jesús aparece en continuas disputas con este grupo. Su mensaje se basa en la compasión y en la gracia. Pero ellos no están dispuestos a cambiar su ideal de perfección y exigencia, del premio y del mérito.
Esta parábola desmonta dos actitudes frecuentes que pueden pasarnos por alto: la indiferencia y la religiosidad basada en el enaltecimiento, en la “medalla”; religiosidad en la que paradójicamente fuimos formados durante años y que tan bien refleja la parábola de “los trabajadores de la viña” (Mt 20,1-16), que rompe nuestros esquemas y nos hace exigir nuestra recompensa. En realidad, ambas actitudes no son más que manifestaciones de nuestro ego en el modo de situarnos ante la vida y en lo religioso. El ego es incapaz de compasión; vive aferrado a sus seguridades, a sus necesidades, a sus miedos, para que nadie venga a arrebatarle lo que tanto trabajo le costó alcanzar. Asimismo, es incapaz de vivir la gracia, la gratuidad; su vida está planteada, calculada, para que todas sus acciones tengan recompensa, y en lo religioso necesita ser salvado, situarse por encima de “los otros” porque es fiel cumplidor y espera que Dios le recompense adecuadamente todos sus esfuerzos y sacrificios.
Es la tentación del triunfalismo que todos podemos sentir y que Pablo expresa magníficamente en su Carta a los Corintios (2 Cor 12,7b-10). La clave es justamente el agradecimiento a Dios por nuestras debilidades: limitaciones, dificultades físicas, ofensas recibidas, falta de empatía con personas concretas, críticas duras… porque todo ello es motivo de conversión gozosa, no de juicios, sino de cambio interior profundo, de humanización permanente, de ofrecer valores en lugar de imponer normas.
En esta parábola se denuncia precisamente esa religiosidad basada en el mérito. De hecho, “Jesús la dice por algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos, y despreciaban a los demás”. Es una religiosidad que coloca a la persona en un plano de superioridad (con derecho a juzgar a los demás, en actitud de constante comparación e incluso desprecio hacia el/a diferente, personas que abusan de las libertades por las que otros han luchado, personas en el fondo “no reconciliadas” consigo mismas. Aquello que condenamos en los otros, está también oculto y reprimido en nosotros. Cuando juzgamos o desacreditamos, conscientes o no, nos mostramos a nosotros mismos. Por el contrario, al reconocer nuestra propia debilidad, desaparecen los juicios, las descalificaciones y entramos en el ámbito de la compasión, de la gracia.
Es significativo también el lenguaje de gestos. El fariseo erguido, orgulloso, en lugar destacado. El publicano situado detrás, sin atreverse “a levantar los ojos al cielo”. El primero pregonando sus méritos, el segundo admitiendo su debilidad, susurraba: “Ten compasión de este pobre pecador”.
Respecto a la indiferencia como apuntaba más arriba, nos duele, y mucho, la reciente muerte de una joven kurda, Mahsa Amini, tras ser detenida en Teherán por la policía de la moralidad, encargada de hacer cumplir las reglas de indumentaria impuestas a las mujeres iraníes (o el burka de las mujeres afganas), pero nos dejan indiferentes las arbitrarias interpretaciones bíblicas, teológicas, el soporte jurídico del CIC[1], especialmente antievangélico, y el comportamiento de una parte de la jerarquía empeñada en ignorar y silenciar la voz de las mujeres en la Iglesia durante décadas[2].
En ese sentido y desde el Evangelio de Jesús, ¿somos fariseos o publicanos?
¡Shalom!
Mª Luisa Paret
[1] CIC Código de Derecho Canónico
[2] http://www.redescristianas.net/la-revuelta-de-mujeres-en-la-iglesia-hasta-que-la-igualdad-se-haga-costumbre-manifiesto/
https://www.feadulta.com/es/buscadoravanzado/item/14259-la-revuelta-de-las-mujeres-en-la-iglesia.html