REFLEXIÓN NAVIDEÑA 2022
Gonzalo HayaLa Navidad ha pasado a ser unas vacaciones y un festejo popular, más que la conmemoración del nacimiento de Jesús. Las luces, los regalos, las comidas de empresa, contrastan con el pesebre de Belén. El símbolo de la humildad y la pobreza se pierde bajo los excesos de las compras y el relumbrón del mercado. El árbol de los regalos ha sustituido o ha ensombrecido al pesebre; ya ni siquiera recuerdan “los presentes de los Reyes Magos”; pero todo esto no puede ocultar la pobreza del Niño, de los pastores, y de los inmigrantes
Por otra parte, no faltan cultos religiosos, donativos a las asociaciones de beneficencia, incluso artículos y reflexiones que tratan de sacar a flote el sentido de la Navidad.
¿Qué lectura social y religiosa podemos hacer sobre esta celebración de la Navidad? ¿La Navidad es una fiesta? Para los pastores de Belén fue una fiesta, para Herodes fue una pesadilla. ¿Qué es para nuestra cultura occidental?
Si la consideramos estadística y superficialmente, la Navidad vuelve a ser una festividad pagana, como en su tiempo lo fue del solsticio de invierno. La sociedad aprovecha cualquier pretexto para romper la rutina con alguna festividad. Esto es necesario y sano; hasta los más pobres celebran sus fiestas con un vasito de vino.
Según el evangelio de Juan, Jesús asistió a una boda y transformó el agua en vino para que no decayera la fiesta; y comparó el Reino de Dios con un banquete. Y es que Él quiso ser pobre y prefirió a los pobres pero ¡para que dejaran de ser pobres! Su ideal no era la pobreza sino el bienestar de todos.
Jesús tenía amigos como Lázaro (no el que mendigaba ante el rico Epulón sino el que tenía un chalé con su sepulcro en el jardín). La pobreza o la austeridad sólo son un medio circunstancialmente necesario; lo que importa es el amor, como les hizo ver a los discípulos que criticaban el caro perfume que aquella mujer “malgastó” para ungirle. La cruz no tenía que haber sucedido, fue una decisión del poder religioso y político para acallar la promoción de un mundo mejor.
El cristianismo no se pierde porque muchos renuncien a las celebraciones religiosas y se vayan a la playa, de turismo, o a las salas de fiesta. El cristianismo se pierde porque unos y otros, por defender nuestros privilegios, toleramos los desalojos de las viviendas, y la falta de médicos o de vacunas en los pueblos empobrecidos por la explotación, la guerra o el cambio climático. Lo que seca la raíz cristiana, lo que cambia la sana alegría en placer egoísta, es la complicidad tácita ante esa pobreza e injusticias. Por eso Ignacio Ellacuría, buen conocedor del pueblo, proponía una “austeridad compartida”.
La Navidad es fiesta para los que trabajan por un mundo más fraterno, y es festejo pagano para quienes se olvidan de esa fraternidad.
Gonzalo Haya