EL SERMÓN DEL MONTE
José Enrique GalarretaMt 5, 17-37
Sabemos que el Sermón del Monte, de Mateo 5-7, es semejante al "Sermón del llano" de Lucas 6. El de Lucas es más corto, y probablemente presenta una tradición aún más antigua. Ante este conjunto, no podemos menos de sentir una emoción profunda: así vivía Jesús, ésta era su manera de actuar, de juzgar, de sentir... Y esto era lo que intentaba vivir la primera comunidad de discípulos.
Está escrito a la manera didáctica de los Sabios de Israel, lleno de imágenes, usando frecuentemente las exageraciones del género hiperbólico, e incluso, en algunos momentos, apelando al género paradójico, con sentencias aparentemente contradictorias o falsas.
Tenemos a veces el peligro de entenderlo como una serie de preceptos morales, o una proclamación de exigencias imposibles para mostrar lo pecadores que somos, o unas sentencias apocalípticas, mostrando que sólo importa lo celestial y no se puede hacer ninguna concesión a lo humano. Todo esto son interpretaciones demasiado pequeñas.
Para comprenderlo bien, hay que recordar que Mateo ha reunido en un conjunto muchos dichos ("logia") de Jesús, pronunciados en ocasiones y contextos diversos. Algunas de estas ocasiones y contextos podemos encontrarlos en los evangelios. (Recordamos que Mateo reúne la enseñanza de Jesús en cinco grandes discursos, y los alterna con relatos de acción).
Pero el escriba Mateo, probablemente fariseo, que escribe la fe de una comunidad muy judaica, está hecho un lío: por un lado defiende la absoluta permanencia a ultranza de toda la Ley, hasta la última coma; por otro, pone en labios de Jesús el inaceptable:” “Habéis oído que se dijo a los antepasados: … pues yo os digo: …”, que pondría los pelos de punta a cualquier observante de la Ley; y para colmo amenaza con castigos veterotestamentarios a los que no sigan las palabras de Jesús.
Todo un lío, inconexo y contradictorio.
Pero ese es precisamente el lío en que pone Jesús a sus oyentes: se ofrece como alternativa de Moisés. Es precioso el capítulo 6º del cuarto evangelio: Jesús pide a su auditorio expresamente que no sigan a Moisés sino a Él, porque Moisés no dio pan del cielo, pero Él - Jesús – es el verdadero pan enviado del cielo por el mismo Dios. Demasiado. El capitulo termina en una dolorosa opción:
66 Desde entonces muchos de sus discípulos se volvieron atrás y ya no andaban con él. 67 Jesús dijo entonces a los Doce: ¿También vosotros queréis marcharos? 68 Le respondió Simón Pedro: Señor, ¿donde quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna, 69 y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios.
La misma idea se expresa, en forma aún más plástica, en Mateo 9:
16 Nadie echa un remiendo de paño sin tundir en un vestido viejo, porque lo añadido tira del vestido, y se produce un desgarrón peor. 17 Ni tampoco se echa vino nuevo en pellejos viejos; pues de otro modo, los pellejos revientan, el vino se derrama, y los pellejos se echan a perder; sino que el vino nuevo se echa en pellejos nuevos, y así ambos se conservan.
Y todo este conjunto, tan convergente, nos lleva a comprender la enorme novedad de Jesús. Da igual que pensemos que Jesús es la plenitud de lo antiguo o que lo expresemos de cualquier otra manera: lo esencial es darnos cuenta de que Jesús es algo nuevo y mucho mejor, una buenísima novedad. ¿En qué está la novedad?
La novedad se empieza a expresar en otra frase del texto: “Porque os digo que, si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos.”
Los mejores de la Antigua Ley ni siquiera captan de qué va eso de “El Reino”. Jesús no está proclamando una “justicia” más perfecta, está pidiendo que se superen los viejos paradigmas: el temor a Dios, la retribución de “los justos”, el castigo de los pecadores, la vital importancia del templo y sus sacrificios, la diferenciación entre sagrado y profano, la elección privilegiada del pueblo y la alianza de Dios con él y no con los otros…
Demasiados cambios para que aquellos oyentes de Jesús, por muy bien intencionados que fuesen, los pudieran aceptar sin más. Una lectura atenta de los Hechos de los Apóstoles nos enseñará cuánto les costó a las primeras comunidades romper los viejos pellejos, y cómo las comunidades de Jerusalén (“los de Santiago”) nunca llegaron a romperlos. (Y hay que recordar que el evangelio de Mateo nace en comunidades semejantes a esas).
Nuestro texto ofrece hoy tres ejemplos concretos:
no matarás
no cometerás adulterio
la ofrenda ante el altar.
Y los tres muestran líneas de ruptura de Jesús. Los dos primeros, típicos de Jesús: cumplir la Ley no es suficiente. Es el corazón, el deseo, la mentalidad, lo que importa.
Puede ser que no mates, que no cometas adulterio… porque no te atreves, pero lo deseas, y lo harías si pudieras: en tu corazón eres asesino o adúltero. Es santo y bueno presentar una ofrenda ante el altar, pero reconciliarte con tu hermano está antes que eso.
A Jesús le importa primero el corazón y luego las obras, no al revés. A Jesús le importa la fraternidad y sólo después el culto…. Y eso quiere decir que “os digo que, si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos”.
“Los del reino” aceptan todo lo de Jesús, no pretenden ante todo ser "santos irreprochables", sino ser útiles a los demás, no se conforman con cumplir mandatos exteriores, sino convierten su corazón, saben que Dios es perdón, se sienten perdonados, y por tanto son capaces de perdonar todo, pueden renunciar a cualquier cosa querida, porque el Reino les importa más...
Y esto no se puede mandar por ley, es evangelio = buena noticia
El Sermón del Monte no es Ley sino Evangelio. Esta es la diferencia entre la Ley y el Evangelio: la Ley deja a la persona sus propias fuerzas, le pone preceptos que ha de esforzarse en cumplir, le amenaza, le premia, le exige esforzarse...; el Evangelio la coloca ante el don de Dios, le hace conocer a su Padre, le convierte en hijo, lo cambia por dentro... y ya no tiene que mandarle nada.
"Estás perdonado, eres hijo, conoces a tu Padre.
Perteneces al Reino, has dicho sí a Jesús.
Eres libre, porque eres hijo,
eres responsable de tus hermanos.
No te perteneces, eres para todos, eres la sal.
Vive, pues, en la gratitud, y en la alegría,
responde a tu Padre,
sé hijo, sé hermano.
Tu Padre te querrá siempre, bueno o malo,
pero necesita tu ayuda".
Jamás se ha visto semejante revolución en el mundo de las religiones. Tanto que incluso la Iglesia, veinte siglos después, no acaba de digerir las Palabras, las Bienaventuranzas, las Parábolas de Jesús, y retorna, una y otra vez, a la legalidad y al temor del Antiguo Testamento.
José Enrique Galarreta