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FABIOLA LALINDE, COMO LA SAMARITANA, UNA MUJER QUE NOS PUEDE DAR DE BEBER

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Jesús iba de camino y pasaba por samaria, una tierra dura y seca y además sin paz, allí era un no deseado, él era judío y los samaritanos no la iban con los judíos. Así que Jesús tiene sed y además no está seguro, es vulnerable y puede sufrir exclusión, estigma, violencia. Pero tiene sed y ahí que beber, es mediodía y el sol quema, hay que beber a toda costa y se va al pozo… el pozo de los que tenían por enemigos a sus paisanos. Y allí encuentra una mujer, una del lugar, una samaritana, no le sabemos el nombre, los nombres de las mujeres casi siempre se han olvidado y también el de esta señora que coincide con Jesús en la fuente. Y es esta mujer en la que Jesús ve salvación y a ella le pide agua… la mujer terminará no sólo dándole agua sino también hospedaje en su casa y Jesús que iba de paso y de afán por ese territorio hostil, decidió quedarse y gozar de esa hospitalidad. La samaritana no sólo le dio agua, lo entró a su casa, lo sentó a su mesa, le ofreció descanso y reparación, y no sólo a él, también a sus amigos, a los que siempre andaban con él. Esa mujer, a simple vista áspera y difícil, resultó ser la bondad misma y Jesús y los suyos encontraron alegría.

Quisiera que viéramos en esa señora de Samaría, esa que dio agua y posada a Jesús y a los suyos, que viéramos en ella a doña Fabiola, hoy que la estamos recordando en el primer aniversario de su muerte. Estamos como Jesús, tenemos sed en esta tierra que se nos secó de tanto dolor y de tanto buscar, y somos vulnerables, no hay paz todavía, todavía no encontramos a tantos y tantas, todavía nos miramos mal, como samaritanos con judíos, muchos no la van con muchos y muchas veces, por nuestros territorios hay que pasar sin ser notados y nos da miedo pedir al menos un poco de agua… pero tenemos sed y hay que pedirla. Doña Fabiola, también de carácter, insistente, persistente y que nunca desistió, nos la puede dar… y nos puede entrar en su casa y darnos su sabiduría, que es más buena que el pan, y hacernos descansar y tomar fuerzas. 

Doña Fabiola nos puede dar de beber. ¿Qué sabe el que no ha sufrido? ella sufrió y alcanzó sabiduría. Ella es víctima y por serlo, lo sabemos nosotros que seguimos a Jesús, quien también lo es, tiene salvación. Acerquémonos a ella, como Jesús a la samaritana, y que nos hospede en su casa y nos dé a beber sabiduría y salvación. Que nos hospede y nos diga con su bondad que esta tierra seca también acoge, y que si judíos y samaritanos pudieron estar juntos, aquí también logremos paz y reconciliación.

Así, que, digámosle nosotros, a ella que está en las fuentes de Dios, que ya cogió las aguas bien arriba, que nos dé de beber, que nos dé la sabiduría de los que han sufrido, que nos dé la salvación que poseen las víctimas, digámosle: “mujer, danos de beber”, “Fabiola, danos de la sabiduría y la salvación que Dios te dio, que la vida puso en ti, que tu hijo Luis Fernando empujó en ti, que tu familia y la gente que te rodeó de ternura mientras luchabas te hizo sentir”, “sí, mujer, danos de beber”.

Tiene doña Fabiola muchas vasijas para darnos su agua que queremos. Tenemos sed, sed de abrazar a los que han desaparecido, sed de justicia en este país desigual, sed de ternura en este país que ha pensado que la guerra es la solución, sed…. Tenemos sed. Bebamos.

Aflojar nudos: desatar la fuerza interior

Una primera vasija para apagar la sed que nos ofrece la mamá de Luis Fernando, es la técnica para aflojar nudos, o mejor la “paciencia infinita” que ella aprendió de su madre, cuando era todavía niña y que Dios mismo, como dice ella, le recordó cuando injustamente la encerraron en la cárcel, esos días en que necesitaba desatar su fuerza interior”… dejemos que ella lo cuente: “mis hermanas venían del internado en julio y en diciembre a vacaciones en la finca; yo también, naturalmente, tenía vacaciones, pero eso sí, ellas tenían que traer las costuras que estaban haciendo en el colegio, para adelantar trabajo y estar ocupadas a ratos; eran unas tremendas sábanas para bordar y Amanda traía las madejas hechas un nudo que a mí me tocaba desenredar, pues era pecado desperdiciar ese hilo; yo jalando los extremos apretaba más el ovillo y mamá con toda su paciencia, que era infinita, me dio la técnica de ir aflojando los nudos que parecían nudos gordianos -imposibles de desatar-”. Después, recordando el “carcelazo” que para ella fueron días de gracia y retiro, dice que Dios mismo le recordó esta técnica, aflojar no apretar, que había aprendido hacía tantos años y que ahora, ante el nudo gordiano de la desaparición de su hijo y de tantos otros, iba a necesitar, y Dios le habló como habla Dios, no con palabras que se oyen desde el más allá, no con visiones de cosas raras, sino con lo que pasa alrededor, en lo cotidiano. Ella misma nos dice cómo fue: “una monjita que llevaba en la mano una especie de bola de caucho maciza y estaba conversando con las otras detenidas, accionaba y les explicaba algo; yo me acerqué a ver de qué se trataba y era un enredo apretadísimo de escapularios de hilaza café para que, por favor, se lo desenredaran. Le dije a la monjita que yo era capaz, pero me pedía de última, cuando todas se dieran por vencidas, y así fue. Cuando llegó a mis manos el ovillo de escapularios estaba más apretado que nudo gordiano, imposible de desatar, y todas apostaban que yo era incapaz de lograrlo…” Doña Fabiola desenredó los escapularios, lo que las otras que queriendo aflojar apretaban más ya estaban dando por imposible, y ahí Dios le hizo saber que podía también desenredar toda su fuerza interior, y esa noche, en la cárcel del buen pastor, ya se sabía libre por dentro, su fuerza interior había sido desenredada y ahora podía, contra los imposibles, aflojar las madejas de la vida que si estaban complicadas: “Volviendo a los escapularios -sigue ella con su testimonio- estaba tan absorta y concentrada en mis pensamientos repasando mi infancia, que se me había olvidado que estaba detenida en el Buen Pastor acusada de terrorismo, subversión y de ser la jefe de la narco guerrilla en Antioquia, y cuando sonó la campana para subirnos a la celda, supuestamente a dormir, ya había liberado del tremendo enredo, no solamente los escapularios de la Virgen del Carmen sino toda esa fuerza interior que tenía acumulada”. Así es pues en esta lucha, o mejor en este ovillo en que se ha vuelto nuestro mundo, nuestra Colombia, nuestra vida, hay que tener paciencia, mejor ternura, la ternura que es más fuerte que los puños; no apretar más las cosas sino aflojarlas, aquí se necesita el amor, y, sobre todo, empezar por desenredar la fuerza interior, desatarla, lograr paz en el corazón antes de salir a la lucha, a los plantones, a hablar con los responsables, a los juzgados, al encuentro de los que pierden la esperanza y se enferman, a las reuniones, a las exhumaciones, a la búsqueda de los desaparecidos…

Una convicción, el cirirí tiene la fuerza para vencer al gavilán 

Esta convicción no nos va a dejar morir de sed a los que luchamos por la justicia y es otra vasija en la que doña Fabiola, como buena samaritana, nos da a beber del agua que queremos. Ella sabía también que el cirirí tiene la fuerza para vencer al gavilán; si nos ponemos a hacer cálculos sin fe no lo vamos a poder creer: los gavilanes son grandes y se ven fuertes, los ciriríes son pequeños y comparados con los primeros parecen débiles. El cirirí puede vencer al gavilán, esa es una verdad difícil de creer, es una verdad de fe y puede desafiar las lógicas que este mundo de poderosos y del mejor postor nos ha inculcado. 

Fue también en la cárcel, en esos días que para ella fueron de retiro, allí cuando desenredó su fuerza interior, que ella lo entendió. Y Dios, para ayudarle en este tema, se valió de sus recuerdos, de su biografía y es que los recuerdos todos, la historia de cada uno, es palabra de Dios. Estando en la prisión, a donde la llevaron para obstaculizar los hallazgos que iba haciendo, doña Fabiola dio nombre a su misión, “operación cirirí” y fue que tras las rejas se acordó que siendo niña su papá la llamaba “cirirí” y esto debido al carácter que ya mostraba a tan temprana edad: “mi padre se burlaba de mí y decía que yo era como un cirirí, muy insistente y persistente. El cirirí, es un ave pequeña que persigue a los gavilanes que se llevan los pollitos y pichones, con gran insistencia, y persistencia hasta cuando les toca soltarlos”. La señora se propuso ser “cirirí”, sin usar violencia, sin desconfiar de su pequeñez frente a los poderes que tenía que enfrentar, perseverando hasta el final, y recuperar a su hijo.

Esta verdad de fe, el cirirí tiene la fuerza para vencer al gavilán, es muy importante y hay que tenerla presente, si no lo hacemos seremos presa fácil del desaliento y la impotencia. Uno se pone a ver a los que luchan por un país bueno para todos, incluyente, que dé oportunidades a los más pobres y vulnerables, que siente a la mesa, tres veces al menos cada día, a todos los que no les alcanza para el mercado, que se alegre y celebre la belleza de los territorios, que facilite la participación y que oiga la voz de los que sufren….uno se pone a ver a todas estas personas y a hablar con ellas, y muchos de los que están aquí lo son, y ve los enormes desafíos que tienen, lo mucho que quieren conseguir, la medida tan generosa que le dan a sus propósitos, y dice, uy, pero ¿dónde van a sacar tanta fuerza? ¿cómo van a hacer para alcanzar lo que quiere su lucha? ¿hasta cuándo van a resistir haciéndole frente a la muerte, a la impunidad, al negacionismo, a las trampas, a las burlas, a las puertas que les cierran? Y muchas de esas personas son de escasos recursos, han sido desplazados, viven en las periferias de la ciudad, tienen familias que alimentar, están sin empleos, han perdido sus tierras, los amenaza la depresión y los invade el cáncer… ¿de dónde sacan la esperanza? ¿cómo hacen para levantarse cada mañana después de esas noches oscuras y largas y salir y seguir buscando? ¿cómo logran ver si las lágrimas inundan sus ojos? Y muchas, la mayoría de estas personas, son mujeres, y este mundo, así como lo tenemos organizado, les ha hecho a ellas las cosas más difíciles, las oye menos, les paga menos, las considera menos, las valora menos, las señala más y les pide más… ¿de dónde la resistencia? ¿de dónde la resiliencia? ¿de dónde incluso su humor y su alegría? Porque en medio de sus dolores estas personas tienen ánimo, se visten lindas y de colores, como las muñecas abrazadoras que hace Teresita Gaviria y sus mujeres… porque aún en tragedias alzan la cabeza y son orgullosas como las iguanas que representan a Lolita Londoño y a las “Sobrevivientes Victoriosas”… ¿cómo puede ser posible que un encuentro de memoria con mujeres buscadoras, esa memoria dura que muchos prefieren echar al olvido, que un encuentro así se vuelva normalmente una celebración y una fiesta? ¿cómo es posible que doña Fabiola, cuando cuenta su historia, una historia que nos hace llorar, diga que “este drama se convirtió en una experiencia dolorosamente bella”?

Esto no lo entendemos fácilmente, esto es como el misterio de la Trinidad y todos los otros de Dios, esto no lo podemos explicar, lo podemos vivir, sentir, experimentar… aquí la lógica humana se dispara a la máxima potencia… esto es lo que llamamos fe, disparar la lógica a la máxima potencia…y en esa lógica, que no contradice la razón pero que la dilata a otros horizontes, es que podemos decir que el cirirí le puede al gavilán… hoy, aniversario de doña Fabiola, estamos celebrando al cirirí que le ganó al gavilán…a una mujer que le pudo a un aparato de muerte, que en eso se estaba convirtiendo nuestra fuerza pública y eso es toda esta Colombia de intereses. Y esa fe en el cirirí que vence al gavilán, no se murió con doña Fabiola, doña Fabiola vive en Dios y Dios está dando fuerza a todos los ciriríes que insisten, persisten y no desisten, a nuestros líderes sociales, a las buscadoras, a los activistas, a los que defienden los derechos humanos, a los que dicen la verdad y hacen la verdad…

Esa fe del cirirí es la misma de los creyentes de siempre, de los que confían, de los que se apoyan en Dios. La biblia, por ejemplo, habla de un cordero, un cordero inmolado que tienen los signos de que ha sido sacrificado violentamente, y que vence al dragón que se creía dueño de la vida y solo daba muerte. Nadie cree que un cordero venza a un dragón, y que ese cordero, así débil y hasta muerto, tenga la fuerza de un león…. El vidente del Apocalipsis miraba el cordero y lo que veía con los ojos de su fe era al mismo león de la tribu de Judá….

Esta es pues una verdad de fe, y hay que considerarla ya dentro del credo de los apóstoles que proclamamos en la misa de los domingos, está tácita, no expresa pero está: “creo en la fuerza del cirirí que vence al gavilán, en el cordero de Dios que vence al dragón y todo mal y hasta la misma muerte”. Doña Fabiola, danos agua de esta fuente de tu fe.

Los nombres que da el amor

Hay otra vasija en la que doña Fabiola nos da de beber y es la del nombre, la del nombre de cada persona, el nombre que da el amor al nacer, el que dan las mamás. Cuando la familia empezó a buscar a Luis Fernando les hablaban de “Alias Jacinto” y era que así, con ese nombre descarado lo habían desaparecido… “Alias Jacinto” un nombre dado por la muerte, por un aparato de muerte… y la doña Fabiola nunca se resignó a ese alias… su hijo era Luis Fernando, así lo había llamado su amor al nacer, al hundirlo en el amor de Dios, en el bautismo. Cada nombre es un evangelio, es una buena noticia, en el nombre que nos dan se encierran los sueños de Dios para nosotros y esos sueños son infinitos, sin fin, están llenos de luz, van de altura en altura, siempre mejor… dice también el libro del Apocalipsis que al final, el cielo, será el momento en que sepamos lo que nuestro nombre significa y que a la alegría que nos vendrá de saberlo no le bastará ni la eternidad misma para que la gocemos… los nombres todos están tatuados en el corazón de Dios y de allí ningún violento los va a borrar…

Y aquí quisieron borrar el nombre de Luis Fernando y la mamá sabía con toda su alma y fuerza que eso no se podía, que era blasfemia… blasfemia no es tanto cuando hablamos mal de Dios sino cuando quitamos los nombres que da el amor y ponemos alias que degradan… o ponemos “n.n”, casi todos los cementerios de Colombia dejan oír esta blasfemia pegada con letras malhechas a las cruces de los sepulcros, nuestros campos, sembrados de fosas comunes, la gritan en silencio. “No, no es alias Jacinto, es Luis Fernando”, Y esa lucha fue dura, el ejercito insistía en el alias, y hasta la misma medicina forense se negaba después de hallar los huesos…” que no es Luis Fernando, que es alias Jacinto” …. La violencia no ganó y así hoy, en la iglesia de Santa Gema, encontramos la urna funeraria, que ha hecho su hermana Adriana, y que tiene el nombre que dio el amor, Luis Fernando Lalinde Lalinde.

Y hoy se sigue oyendo, lo dicen muchas de ustedes mujeres que buscan a los suyos: “no es alias, no es n.n., es mi esposo, es mi hijo, mi hija, es mi compañera, es Andrés, es Oscar, es Christian, el fulano de tal, zutana de tal, al que buscamos, a la que buscamos…” volver a dar el nombre a los que se los negaron, a los que intentan nombrar con alias o marcar como n.n… es nuestra misión, en Colombia estamos buscando a 121.768 desaparecidos, según datos de la Comisión de la Verdad, la tarea es inmensa y esta celebración nos tiene que dar fuerza para lograrla.

Pablo Montoya, el escritor que nos ayuda a adentrarnos en el drama de La Escombrera y que escribió La Sombra de Orión, pone en labios de Machuca, un personaje de la novela que representa a todos los que están bajo esa montaña de basura, allá en la Comuna 13, y que fueron considerados desechos que no tienen nombre, pone en sus labios estas palabras “Trata de nombrarme en tus palabras, así no logres rescatarme”. Que esta celebración, en la que celebramos no sólo a doña Fabiola sino también a Luis Fernando y a todos los que han corrido su suerte, que nos ayude a nombrarlas, a llamarlos por su nombre, a no dejarlos en el olvido, “uno se muere es cuando lo olvidan”, decía también la mamá… no vamos a olvidar y vamos a seguir trabajando para que todos, todos, puedan ser llamados con su nombre, el nombre que dio el amor… si dejamos perder un nombre, dejamos perder un evangelio, se nos envolata Dios mismo…

 “Mujer, dame de beber”, le pidió Jesús a la samaritana y hoy le pedimos a doña Fabiola… en estas vasijas, desatar la fuerza interior enredada por los dolores y la violencia, la convicción de que el cirirí vence al gavilán y el propósito de llamar a todos con los nombres que da el amor, iremos apagando nuestra sed…ah, les tengo que advertir, de la sed de Dios y de esta sed de justicia, mientras más bebemos más tendremos sed; los que beban sabiduría y salvación de estas vasijas que ofrece doña Fabiola, ya no tendremos descanso y esta será nuestra alegría. Que podamos beber y que podamos pedir agua en todas partes y que no haya más tierra de enemigos.

Terminemos con un recuerdo de los que no han aparecido, con una oración por los que están buscando, con un confiarnos para que Dios sea nuestra fuerza. Gracias samaritana que le diste agua a Jesús, Gracias doña Fabiola Lalinde. Gracias, Adriana y familia Lalinde, por reunirnos en torno a la memoria de la mamá, que en esta misa se vuelve memoria de Cristo, así como el pan y el vino, nuestro trabajo y fatigas, que se convertirán en el cuerpo y sangre del Señor. Amén.

 

Jairo Alberto Franco Uribe

Religión Digital

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