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LA BUENA NOTICIA DE JESÚS NOS LIBERA

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Mt 1, 18-24

Mateo escribe su evangelio para judíos, específicamente para judíos fervorosos, del tipo espiritual de los fariseos, para mostrar que Jesús es el Mesías, que en Él se cumplen las promesas del Antiguo Testamento. Este texto muestra el nacimiento de Jesús como el cumplimiento de la profecía de Isaías. "Emmanuel" significa "Dios con nosotros".

"Jesús" significa "Dios salvador". Está claro por tanto que el texto muestra cómo todo lo que el Antiguo Testamento esperaba y prometía se cumple con la llegada de Jesús, el Hijo de David, el Mesías anunciado y esperado, el libertador de Israel.

"Este evangelio, prometido ya por sus profetas en las Escrituras santas, se refiere a su Hijo". Esta es la interpretación del mismo Pablo acerca de toda la Escritura, y la leemos en dos sentidos: toda la escritura se encamina a Jesús: Jesús es Evangelio, Buena Noticia.

 

Toda la escritura se encamina a Jesús

A veces no tenemos en cuenta que los evangelistas presentan a Jesús con el lenguaje del Antiguo Testamento, con sus símbolos, sus imágenes. Esto pasa muy especialmente en Mateo, que escribe para judíos y presenta a Jesús como cumplimiento de la Promesa.

En el texto de Mateo tenemos un hermoso ejemplo: como Isaías anunció el nacimiento del Rey Ezequías como salvador, se presenta a Jesús como salvador, como Emmanuel, incluso forzando el texto de Isaías para que diga "virgen".

Mateo está empleando un viejo género literario, el de "la infancia del héroe". Es lo mismo que hizo el libro del Éxodo con Moisés: le aplicó un nacimiento prodigioso, tomado de otras literaturas, para mostrar que su destino era extraordinario, salvar al pueblo de la esclavitud.

Hay que tener mucho cuidado con estos textos, porque nosotros tendemos siempre a entenderlos como simplemente históricos, que cuentan sin más lo que pasó, pero tienen mucho más sentido: son relatos llenos de teología, de mensaje sobre Dios.

Mateo aplica a Jesús el texto de Isaías, mostrando con ello que Jesús no es un niño corriente, sino "obra del Espíritu".

No pocas veces solemos conformarnos con una explicación biológica: la obra del Espíritu consiste en que un niño fue concebido sin intervención de varón. No basta. El sentido de los textos va más allá: Jesús es obra del Espíritu, su vida es así por el Espíritu que está en ÉL: su vida, su palabra, su muerte... obras del Espíritu. La concepción virginal, sin su profundo significado, no pasa de ser una curiosa anomalía biológica.

En estos textos se está preparando la fiesta de Navidad y avivando nuestra fe en Jesús; no es simplemente que admiremos a un hombre extraordinario; es que en ese hombre extraordinario hemos llegado a ver una extraordinaria presencia del Espíritu de Dios; tanto, que hemos llegado a llamarle "El Hijo".

Esta es una de las razones por las que debemos leer el Antiguo testamento; porque entendiendo su lenguaje podremos comprender a fondo lo que quieren decir los evangelistas. Sin embargo, debemos recordar siempre que tenemos que leer la Biblia con perspectiva.

Nada de lo que se dice en todo el Antiguo Testamento es definitivo ni completo. Son caminos que van hacia la cumbre... algunos muy lejanos. Algunos ni se dirigen a la cumbre. Jesús no es un príncipe que salvará al pueblo de Israel de los asirios. Jesús no es Emmanuel como pudo serlo el rey Ezequías o David o Moisés. Jesús es el Hijo, el hombre lleno de la plenitud de Espíritu, en el que Dios se hace visible.

Por eso es importante leer todo el Antiguo Testamento desde Jesús, y no al revés. El AT es admirable en muchas cosas. Y es incompleto en casi todas. La revelación de Dios ha sido progresiva. Israel ha ido entendiendo a Dios poquito a poco, y ha dejado en la Biblia un impresionante testimonio, una crónica de su descubrimiento de Dios.

Desde la cumbre, desde Jesús, lo entendemos todo mucho mejor, porque Él es la luz plena, y todo lo anterior no eran más que grandes y pálidas lunas que anunciaban al sol.

 

Jesús salva de los pecados

Le pondrás por nombre, Jesús, el Libertador, el que salva al pueblo de sus pecados.

Libres de nuestros pecados. ¿Estamos libres de nuestros pecados? Se ha interpretado a veces esto de manera simplemente jurídica: la deuda con Dios que significan nuestros pecados ha sido pagada por Jesucristo. Ahora ya podemos ser perdonados. Es tremendamente insuficiente. Es como si Dios cobrase a Jesús. Es como si Jesús fuese el bueno y Dios sólo el justo. Una imagen verdaderamente estrecha.

Libres. Esta palabra nos llena la boca. Esto es lo que define al ser humano: puede elegir; es su grandeza y su riesgo. Desde la filosofía y desde nuestra sensibilidad actual, ser libre es lo más humano, lo más grande que tenemos. El Evangelio sin embargo va más adentro. No somos libres: somos esclavos de nuestros pecados. Nuestros pecados no son actos de desobediencia, sino tendencias, fuerzas, apetitos... Nos apetece lo que no nos conviene: somos como no queremos ser. Nuestros pecados nos impiden ser lo que queremos y actuar como queremos. El pecado se define siempre en la Biblia como Esclavitud.

La Biblia presenta a Dios como Libertador. La primera liberación es La ley. "Haz esto y vivirás". El pecado nos mata. Cumplir la Ley nos libra de la muerte.

Pero el Evangelio va más adelante, incluso desde el punto de vista de la sicología humana. Cuando deseamos, cuando elegimos, atendemos a lo que valoramos: elegimos algo porque nos parece bueno, conveniente, apetitoso.

En nuestra libertad, en nuestra elección, hay un componente muy importante de información: en el pecado hay un componente muy elevado de error, de engaño: nos apetece lo que en realidad no merece la pena: nos fascina algo que nos perjudica: preferimos un placer inmediato antes que un bien duradero.

Jesús revela cómo es Dios: y Dios es apasionante. Jesús ofrece al hombre una Misión: y la Misión es apasionante. Esta es al novedad de Jesús. La Ley pide sumisión: lo de Jesús es apasionarse. El pecado queda muy atrás, porque ya no atrae. Es el Reino el que nos libra de la atracción del pecado.

Y hay más aún. No podemos ser tan ilusos que pensemos que nada más conocer el evangelio nos sintamos arrebatados por Dios y por la misión. Puede suceder, y así son las grandes conversiones, la de Pablo, la de Javier... Nosotros nos convertimos despacito, crecemos lentamente en nuestro conocimiento y en nuestro amor, la levadura va fermentando lentamente nuestra masa...

Y nuestros pecados siguen ahí, y nos tientan. Queda en nosotros mucha masa aún sin fermentar. Y servimos a dos señores, y damos dos pasos adelante y uno atrás. Entonces nos sentimos traidores a Dios, indignos de la misión... Y es entonces cuando Jesús revela cómo es Dios con nosotros, pecadores: acogida permanente, vuelta a empezar sin cansarse, apoyo incondicional. Es el reino el que nos libra del miedo a ser pecadores, porque nos libra del miedo a Dios.

El conocimiento de Dios y de la Misión nos libera de la atracción del pecado. El conocimiento de Dios nos libera del miedo al pecado. Lo más sorprendente de la revelación de Jesús sobre el hombre es que no cuenta con que seamos justos, santos. Cuenta con que somos pecadores, con que no sabemos nuestro destino y nos atrae el pecado. Cuenta con ello, y nos llama desde ahí. No se trata de justicia, de ser irreprochables ante Dios para poder darle cuentas de nuestra vida sin temor. Vivimos del perdón, no de nuestra justicia. Vivimos de enamorarnos de Dios, de entusiasmarnos con la misión. Eso nos saca del pecado, que ya no interesa, que sentimos como regresión, que nos va repugnando. Eso nos saca del miedo. Eso nos saca sobre todo de creernos santos, de ponernos como modelo ante los demás....

Es una revolución. Lo de Jesús es una revolución. Otro Dios, otro ser humano, otro modelo de vida, otro modo de religión. ¿Era esto, o esperábamos a otro?. Es momento de pensar muy seriamente si aceptamos eso. Eso es lo que viene en Navidad. Quizá nosotros esperamos otra cosa: Dios-Juez-Justicia quizá.

 

ORACIÓN sobre el salmo 27


El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré?

El Señor es el refugio de mi vida, ¿por quién he de temblar?

Pero mi vida está llena de temores. Temo enfermar, temo ser pobre, temo fracasar, temo hacer el ridículo. Y me temo sobre todo a mí mismo, porque sé que me olvido de quién soy, me olvido de caminar, me dedico a construir una casa confortable aquí, como si fuese para siempre. Y sin embargo

Aunque acampe contra mí un ejército,

mi corazón no teme;

aunque estalle una guerra contra mí,

estoy seguro en ella.

En mi vida no va a pasar nada que no pueda servirme para caminar hacia Casa. En mi vida todo puede ser iluminado por la luz de Dios. Será más o menos agradable, será más o menos duro. Pero la vida no es algo fácil ni agradable, para mí ni para nadie. Y cuento con Él para que sea válida.

Una cosa he pedido al Señor,

una cosa estoy buscando:

morar en la Casa del Señor,

todos los días de mi vida,

para gustar la dulzura del Señor

Sólo una cosa es necesaria, sólo una: que no me falte Señor tu santo Espíritu. Morar en tu casa, gustar de Ti, sentirme en tu casa. No pido que hagas mi vida más fácil, sino que hagas mi espíritu más fuerte.

Que él me dará cobijo en su cabaña

en día de desdicha;

me esconderá en lo oculto de su tienda,

sobre una roca me levantará.

Encontrar una cabaña de pastores en medio de la ventisca. Estar escondido en tu propia tienda, mientras ronda el peligro. Estar de pie, seguro, en roca firme, sobre el campo inundado... Hace ya dos mil quinientos años que un hombre como yo oraba así. Y oraba bien, ya conocía a Dios y confiaba en Él

No me abandones, no me dejes,

Dios de mi salvación.

Si mi padre y mi madre llegaran a abandonarme,

el Señor siempre me acoge.

Nunca me abandonaría mi propio padre. Mi madre... ni pensarlo. Aunque yo sea culpable, aunque todo sean evidencias contra mí, con mi madre podría contar siempre. Pero si ella fallara... Pues no, Dios es mi padre y mi madre, y ellos sólo me quieren porque se parecen de lejos a Dios.

Este salmo nos puede enseñar bellos modos de orar. Si vamos de excursión y empieza una tormenta y encontramos un refugio, el corazón se eleva a Dios: Dios es así, mi refugio en la tormenta.

Si trabajando en mi ordenador estoy en un apuro y un amigo me da la solución, mi espíritu se levanta y recuerdo: en los apuros de mi vida, es Dios quien me soluciona mis mayores problemas...

Y así pueden hablarme de Dios tantas cosas. Abrir el paraguas, mirar un mapa de carreteras, beber un vaso de agua, dormir... Y es que todas las cosas son imagen de Dios, y todas pueden hacer que constantemente me esté acordando de Él. En todas partes se encuentra La Palabra.

Éste es el último domingo de Adviento; se termina nuestro camino hacia la Navidad. Hemos recibido dos mensajes muy importantes:

• Que el ser humano, y toda la humanidad, están sin terminar, van a algún sitio, deben construirse, eligen entre realizarse o fracasar.

• Que el ser humano solo no llega a buen fin. Que su final está en Dios, y que Dios está también en el camino, como fuerza, como luz, como Espíritu, para que lleguemos.

Ahora ya sabemos por qué es tan grande esta fiesta, ya sabemos la importancia de lo que viene. No viene la muerte, viene la Vida. No viene el juez, viene el Libertador. Viene la Gran Noticia que cambia nuestra vida. Viendo a Jesús nos vamos a enterar, de una vez por todas, del mensaje que cambia la vida entera: que Dios nos quiere, y que la vida es un Encuentro, repleto de esperanza y de sentido.

 

José Enrique Galarreta

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