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LA PRIMERA LEALTAD PARA JESÚS

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¿A qué o a quién has sido leal los últimos 25 años? ¿Qué ha caracterizado esa lealtad? ¿Ha sido muy duro? ¿En qué estaba basada?

¡Vaya! pensé cuando leí el evangelio para este domingo, pues ¡qué poca gracia tener que explicar algo que produce rechazo desde el primer momento! “El que quiere a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no coge su cruz y me sigue no es digno de mí. (Mt 10: 37-38).

Es increíble cómo después de más de veinte siglos de cristianismo y de haber escuchado y leído tantos comentarios a este evangelio seguimos diciendo que este tipo de exigencia es inhumana y que no podemos llevar adelante este “requisito” de Jesús.

Pero ¿qué nos está pidiendo? ¿Cuál es su verdadera invitación o mejor dicho la de la comunidad cristiana detrás de este mensaje?

Al principio del capítulo 10 de este evangelio nos relatan la llamada de Jesús a sus doce discípulos dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos para expulsarlos y curar todo achaque y enfermedad. El envío con toda una serie de instrucciones es un mensaje transformador, primero para ellos cambiándoles sus valores, sus preferencias, sus preocupaciones y dotándoles de un amor universal que con el tiempo será capaz de traspasar todo tipo de fronteras, razas, religión, etc…Un mensaje liberador que solo puede proclamar quien antes ha sido liberado.

Por tanto, la lealtad a Jesús, a su mensaje, a su proyecto, es lo primero para quienes dicen seguirle. Eso no exige la renuncia al amor a nuestros seres queridos, a los más cercanos, todo lo contrario, pero sí se nos invita a amarles bien a no dejarnos atrapar por sus “chantajes emocionales” dándoles lo que nos piden, sino lo que sabemos que es mejor para ellos.

Amar a Jesús no descarta amar al prójimo, nada más lejos de su mensaje, sino discernir de qué manera podemos expresar nuestro amor de una forma práctica y real.

En el pasado, muchas personas religiosas, consideradas llamadas por Dios de una manera especial, renunciaban al amor de sus padres, alejándose de ellos hasta el punto de no estar presentes en sus últimos momentos o en tiempos de enfermedad, bajo capa de una mayor fidelidad a su compromiso con Jesús.

Hoy, entendemos que la fidelidad al mensaje de Jesús es para todos, no para unos cuantos “escogidos” de manera especial. Entendemos que ser fiel a Jesús es estar ahí donde se nos necesita y tanto puede ser en nuestra propia familia como en países lejanos. (A veces es más difícil estar con la propia familia que en tierras lejanas donde se aplaude nuestro trabajo).

No es más misionero quien vive en un país de Tercer Mundo ayudando al desarrollo de un pueblo, que quien permanece en el suyo haciendo una labor poco valorada; porque la misión es vivir y comunicar los valores de Jesús y eso suscita una gran oposición sobre todo en las sociedades capitalistas.

La lealtad a Jesús significa, en segundo lugar, no sólo división y rechazo dentro de la familia, sino también en el seno de la sociedad: y quien no toma la cruz y me sigue no es digno de mí.

¿Hasta dónde hay que llegar? Hasta dar la vida como él: ese es el distintivo del discípulo, de la discípula. Con pasión, con gozo, con fidelidad, no sin momentos de desaliento y de dificultad.

Es escoger un camino de marginación porque supone identificarse con quienes se oponen al “control imperial” como Jesús; y eso nunca resulta fácil: ni entonces ni ahora.

En tercer lugar, esa fidelidad nos habla de perder la vida por Jesús para encontrarla. Por el contrario, se entiende “encontrar la vida”  por nuestra propia cuenta como optar por lo seguro, por el propio interés, es dejarse llevar por la amenaza de la élite de crucificar a quienes ofrezcan resistencia. Sin embargo, la muerte no es el final.

¿Y quién y cómo escucha y recibe este mensaje? No está en nosotros medir los resultados, no vamos en nombre propio y el camino ya se encarga de proveernos con momentos de un gozo indescriptible cuando vemos que lo que nos ha sanado, cambiado la vida, liberado, también lo hace con muchos otros.

Quien recibe a Jesús recibe a quien le ha enviado. Profeta, justo, pobrecillo representan las actitudes de aquellos que ya han asumido el reino en sus vidas. Acogerles a ellos es acoger a Jesús y su mensaje y cualquier gesto, por pequeño que sea, incluso dar de beber un vaso de agua fresca, no quedará sin recompensa.

Sólo si conectamos con aquello que realmente nos llena la vida de pasión y de entusiasmo entenderemos la llamada de este evangelio; nada más lejos del deber moral o el sacrificio. Conecta con aquello o aquellos a quienes ofreces lealtad y verás como ya estás o puedes volver en cualquier momento al camino.

 

Carmen Notario Ajuria, SFCC

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