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Fecha de Creación (Inicio - Fin)

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LOS SABIOS Y LOS SENCILLOS

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Mt 11, 25-30

«Te doy gracias Padre porque has ocultado estas cosas…»

A Jesús le siguieron los que sintieron necesidad de él… y solo ellos participaron de la buena Noticia. Le siguieron los que se sentían rechazados por la gente respetable y abandonados por un Dios que les enviaba calamidades por sus pecados. Le siguieron los pecadores públicos, los pobres, los enfermos y lisiados, los humildes y sencillos; los que no poseían tesoros en la Tierra y no podían sentir apego por ellos.

Lo rechazaron los que no sintieron esa necesidad… y se perdieron la buena Noticia. Lo rechazaron los doctores y letrados cuya soberbia intelectual les impedía admitir nada que dijese o hiciese aquel carpintero de la impía Galilea. Lo rechazaron los sacerdotes y los poderosos que no podían permitir que nadie pusiese en riesgo su poder, los acomodados que se sentían satisfechos tal como estaban, los santos que dedicaban su vida al cumplimiento de la Ley y lo consideraron desde el principio un impostor: «Éste no es de Dios, porque…»

Y lo rechazamos nosotros, porque nuestro espíritu ilustrado nos empuja a dar mayor crédito a los dictados de nuestra razón que a las palabras de aquel carpintero que (al fin y al cabo) vivió y murió en un tiempo lejano y una región remota que nada tienen que ver con nosotros. No se trata de un rechazo generalizado, sino circunscrito a los ambientes más intelectualizados de la Iglesia. Tampoco es un rechazo frontal, sino más bien una evolución de la fe hacia posiciones selectivas, ahormadas a nuestra idiosincrasia, que poco o nada tiene que ver con aquella fe de nuestros mayores que se manifestaba en una confianza plena en Jesús. 

Ya no partimos del evangelio para buscar la verdad. Partimos de una verdad que previamente hemos elaborado por nuestra cuenta, y desde esa verdad interpretamos el evangelio. El resultado es que hemos acabado poniendo en tela de juicio al Dios de Jesús, sus referencias a la vida tras la muerte y otras muchas cosas que antes se daban por supuestas. Incluso sus criterios de vida han perdido parte de su vigor, pues hemos descubierto que los podemos encontrar en otros maestros que han ofrecido su sabiduría en muchos lugares de este mundo.

No es por tanto de extrañar que hoy pongamos a Jesús en cuarentena y nos afanemos en buscar nuevos modelos distintos del suyo; que nos acerquemos al evangelio, no como quien se siente necesitado de él, sino desde esa autosuficiencia tan propia de nuestro tiempo que, por una parte, nos incapacita para penetrar en él a través de una lectura desde la fe, y por otra, nos lleva a descalificar la fe de las personas sencillas capaces de creer en Jesús sin nuestro cúmulo de cortapisas.  

Es razonable pensar que son los “sabios” los que mejor conocen “la verdad”, pero leemos el texto de hoy, y vemos a Jesús dar gracias al Padre por haber revelado “estas cosas” a los sencillos y haberlas ocultado a los sabios… Y ante ello sólo tenemos dos opciones; ignorar sus palabras, o replantearnos la forma de acercarnos al evangelio, porque es probable que nos estemos perdiendo la buena Noticia; como se la perdieron los doctores de Israel.

 

Miguel Ángel Munárriz Casajús

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