HOY SE ESTÁ APELANDO A DIOS CONTRA LAS REFORMAS ECLESIALES Y SOCIALES QUE SIMBOLIZA EL PAPA FRANCISCO
José Ignacio González FausLos humanos somos muy propensos a falsificar lo más grande, manipulándolo en provecho propio. Manipular el amor es una de nuestras mayores tentaciones. El bestseller de la albanesa Lea YpI (Libre) testifica que tanto la Europa comunista como la Europa neo-liberal se justificaban apelando a la misma palabra: libertad. Huelga aclarar que dando significados muy distintos a esa palabra.
Lo mismo pasa en España con los derechos humanos: derechas e izquierdas apelan a ellos para justificarse. Pero se trata de derechos muy distintos: unos sacralizan falsamente un derecho de propiedad muy relativo; otros absolutizan unos supuestos “derecho sexuales y reproductivos”. Ambos califican como intocable lo que no deja de necesitar muchos matices.
Lo mismo ocurre con Dios: se apela a Él tanto para justificar unos “guerrilleros de Cristo Rey”, blasfemos y ya caducos (pero que algunos aún recordarán), como para hablar de una “teología de la liberación” que, por válida que sea, también necesita matices. Y hoy se está apelando a Dios contra las reformas eclesiales y sociales que simboliza el papa Francisco, sin querer ver que, en el fondo, se trata de defensa propia y no de defensa de Dios.
Aquí interviene la enseñanza de Jesús sobre Dios: “no entra en el ámbito de Dios el que dice ‘Señor, Señor’ sino el que cumple la voluntad de mi Padre” (Mt 7,21). Dios no quiere ser defendido a cañonazos ni con excomuniones, sino poniendo en práctica el evangelio: “amar al prójimo como a ti mismo es el único modo de amar a Dios” (Mc 12, 28ss). Y además: “Llega la hora en la que los que os maten creerán dar un homenaje a Dios”: una crítica de la religión que coincide con Marx y Nietzsche. Pero Jesús da además la razón de esa crítica: “eso será porque no han conocido a Dios” (Jn 16,2.3).
Esta distinción es fundamental: una cosa es creer en Dios, invocar a Dios, apelar a Él, y otra conocer a Dios. Pero solo esto segundo tiene que ver con lo verdaderamente cristiano: lo demás queda en el campo de lo que se llama religión o superstición. La misma Biblia (en su defensa de Dios contra los ídolos) reconoce que es posible una relación idólatra no solo con el ídolo “obra de manos humanas”, sino con el mismo Dios verdadero: falsificar a Dios en provecho propio, presentando como obediencia a Dios nuestra manipulación de Dios.
En la historia del cristianismo, Juan de la Cruz fue uno de los hombres más sensibles y más duros contra esa manipulación de Dios, por los que apelan a Él. Como no caben aquí largos párrafos, veamos alguno de sus dichos: “no te conocía yo a ti, Señor, porque todavía quería saber y gustar cosas”. “Grande mal es tener más ojo a los bienes de Dios que al mismo Dios”. Por eso: “en los gozos y gustos acude luego a Dios con temor y verdad, y no serás engañado ni envuelto en vanidad”. Porque: “¿qué aprovecha dar tú a Dios una cosa si Él te pide otra?”. Y es que, en definitiva: “quien a su prójimo no ama, a Dios aborrece” (dicho en tono mayor pero legible también en tono menor: quien a su prójimo no atiende, a Dios desatiende).
La Subida al monte Carmelo va aclarando eso: las gentes piadosas deberían saber “cuán diferente es el modo que en este camino deben llevar, del que muchos de ellos piensan”; porque a nuestro ego “no basta negarlo en lo mundano y no aniquilarlo y purificarlo en nuestra propiedad espiritual”. Pues “buscarse a sí mismo en Dios es harto contrario al amor” (II, 7,5).
Volviendo a Jesús, los dichos antes citados van acompañados de críticas serias y duras. Pero esas críticas siempre están dirigidas a colectivos, no a personas concretas: Jesús es muy duro con los ricos pero luego acoge a Zaqueo y es amigo de José de Arimatea (y esa acogida es lo único que quizá podrá cambiarlos). La única vez que Jesús es duro con una persona concreta (prescindiendo de cuando llama “zorra” a Herodes), afecta a aquel a quien Él tanto amaba: a Pedro, a quien Jesús llamó “Satanás”, precisamente porque quería manipular el amor y el poder divino (Mt 16,23).
José I. González Faus, teólogo
Religión Digital 25.09.2023