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MI PUNTO DE APOYO

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Dadme un punto de apoyo y levantaré el mundo” (Arquímides)

He reflexionado mucho, he escrito algo, pero sigo preguntándome cuál es el último punto en que se apoya mi mundo ético y humanista.

Me gustaría decir que ese punto es Dios o Jesús de Nazaret; y realmente Dios es la más profunda realidad ontológica en la que se basa el mundo entero y mi propia vida. Sin embargo el fundamento de todo mi razonamiento no puede ser Dios, porque Dios es el Misterio, el postulado indemostrable por un pensamiento discursivo, del que sólo conocemos algunos aspectos y de un modo analógico, metafórico.

Más concreta y asequible es la figura de Jesús, pero no es tan universal como la idea de Dios, y nos ha llegado a través de diversas interpretaciones; aconteció en un tiempo y un espacio concretos, ciertamente con profundos valores humanos, pero adaptables a otras mentalidades y a otros valores, que se nos manifiestan por “los signos de los tiempos”.

Hace años hubiera dicho que la última garantía de objetividad, y la más concreta, era la Iglesia, pero la historia de la Iglesia institucional y jerárquica, y su confrontación con el evangelio, la han desprestigiado como criterio de objetividad lógica e incluso ética. En cuanto a la Iglesia como “Pueblo fiel de Dios” es una categoría tan indefinida que puede abarcar a creyentes de cualquier religión o a honestos ateos, y que puede concretarse como “la conciencia universal”.

Por otra parte la Ciencia, la Cosmología, la Psicología… están en continua evolución, y no aportan certezas sino las explicaciones más plausibles actualmente, y muchas veces transitorias.

Ni Dios, ni Jesús, ni la Iglesia, ni la Ciencia ¿cuál es mi último punto de apoyo ético y humanista?

Para mí, la evidencia indiscutible es que hay acciones o comportamientos objetiva y universalmente malos, y comportamientos objetivamente buenos. Dos ejemplos: la explotación de menores para el turismo sexual, y la devastación de la naturaleza y la expulsión o matanza de indígenas para acumular una riqueza que permita lucir barcos de lujo con grifos de oro. Estos no son comportamientos opinables, meramente sujetos a leyes civiles (fácilmente maleables con favores o dinero a jueces o políticos). La justicia es un “imperativo categórico” y objetivo que obliga a todo ser humano.

Esta experiencia vivida de cerca en pequeñas injusticias, y vivida de lejos en tremendas injusticias, es el punto de partida de mi conciencia, el punto de apoyo para justificar el mundo ético y humano.

Sobre esta experiencia ética puedo valorar la figura de Jesús. Cuando Jesús propone la parábola del buen samaritano reconozco en mi conciencia el valor objetivo de la compasión, porque ese valor ya estaba en ella. Ese comportamiento no es un valor porque lo propuso Jesús; es Jesús quien se muestra como un referente ético por haber propuesto esta parábola, que ya estaba inscrita (consciente o inconscientemente) en todo corazón humano.

Lo que la inteligencia discursiva no puede demostrar, podemos experimentarlo en nuestra conciencia por la “inteligencia sentiente”, por la “la lógica del corazón”.

La conciencia es la interfaz que nos une a Dios; mejor aún, la conciencia es la cara perceptible de la presencia de Dios en nosotros, aunque esta cara puede ser emborronada por nuestros egoísmos.

El ejemplo de Jesús (mi referente ético y religioso) y los signos de los tiempos (la conciencia universal) confluyen en mi conciencia, que es el último punto en que se apoya mi libre decisión.

Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios”.

 

Gonzalo Haya

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