EL ÚNICO CULTO QUE PODEMOS DAR A DIOS Y QUE NOS PERMITIRÁ SENTIRNOS SEGUROS ES EL DE LA JUSTICIA
José Ignacio González FausContesto con gusto a una petición que se me ha hecho, aunque no haré más que repetir cosas dichas ya en otros lugares.
Una acción simbólica
Sobre el episodio de Jesús en el Templo hay tres versiones: la política (una ocupación zelota del Templo) estuvo de moda hace unos 50 años pero es muy improbable: pues al lado mismo del Templo estaba la Torre Antonia donde había siempre una guarnición de soldados romanos vigilando, que hubiese impedido sin dificultad un intento de ocupación por doce hombres desarmados.
La versión económica de corrección de abusos es la más frecuente pero soporta también objeciones serias: los guardianes del Templo eran muy celosos en el cumplimiento de sus normas: recordemos cómo no quisieron aceptar las monedas devueltas por Judas. Por otro lado, el cambio de moneda era necesario: en Palestina existía eso que hoy se llama “dolarización” (entonces sería “denarización): la moneda de uso era el denario romano y la moneda judía solo tenía vigencia en el interior del Templo.
El cambio de moneda era pues necesario. Además, los animales preparados para el sacrificio era casi imposible traerlos de fuera. (Otra cosa es eso de que allá donde va mucha gente, acudan en seguida como moscas los que buscan hacer negocio: dicen que en Lourdes hay incluso burdeles. Será para que algunos puedan consolarse, si la virgen no les ha hecho el milagro que querían…).
La versión teológica es la que me parece más probable: se trató de un verdadero ataque al culto y a la realidad misma del templo, en línea con lo que habían hecho ya varios profetas del Antiguo Testamento. Esto explicaría la pregunta de los judíos por “la autoridad con que haces estas cosas”; pregunta que tendría mucho menos sentido, si se hubiese tratado de una simple corrección de abusos. Explicaría también que todas las alusiones posteriores a este episodio (en el juicio de Jesús ante Caifás, en la ruptura del velo del Templo al morir Jesús, y hasta el martirio de Esteban) hablen siempre de “destruir” el Templo, no de purificarlo.
Una aclaración pedagógica de eso la da el cuarto evangelio en las palabras de Jesús a la samaritana: llega la hora en que no habrá que dar culto aquí o allá, sino “en espíritu y verdad”. Y curiosamente, esta versión parece confirmarse también por las palabras de Jesús para justificar su acción, que a nosotros parecen sugerirnos solo lo de corrección de abusos.
Permítase una información previa sobre la estructura del Tempo y del culto. Dos rectángulos, uno dentro del otro. A los no judíos sólo se les permite la estancia en el primero (y se conservan letreros en griego y latín, amenazando con pena de muerte a todo pagano que penetrara en el rectángulo interior). Ya en este segundo rectángulo nos encontramos con una primera sala, más allá de la cual ya no podían seguir las mujeres (se llamaba por eso “atrio de las mujeres”). La sala siguiente era el punto máximo de acercamiento para los no sacerdotes (“atrio de Israel”). Y a partir de aquí, una escalinata llevaba a otro recinto dividido en dos partes por un velo: el “lugar santo” al que tenían acceso todos los sacerdotes y el lugar santísimo (“santo de los santos”) al que solo podía acceder el sumo sacerdote una vez al año. (NB. Recordemos que, en hebreo, los superlativos se construyen con genitivos: vg: cantar de los cantares = Cantar supremo).
Esta rápida descripción ya permite ver hasta qué punto el culto era una fuente de diferencias entre los seres humanos, y de diferencias sacralizadas que, como suele pasar, se convierten enseguida en ventajas económicas: la casta sacerdotal era la beneficiaria de todos los ingresos (diezmos, beneficios del cambio de moneda o de las ventas de ganado…). Los ciudadanos de Jerusalén disfrutaban de una serie de ventajas de empleo y salarios altos, frente a los del campo que solo se relacionan con el Templo peregrinando a él y pagando diezmos (muchos comentaristas han notado cómo todos los profetas críticos del templo en el Antiguo Testamento, eran campesinos)
Prescindamos de toda la justificación que esto pudo tener entonces como defensa acérrima del monoteísmo y supresión de las idolatrías de aquella época. Lo que nos interesa ahora es contemplar el gesto de Jesús ante esa situación. Como escribí otra vez: las ventas no son combatidas por los abusos a que pudieran dar lugar, sino porque están consagrando todo un montaje que acaba implicando privilegios en nombre de Dios y está consagrando un culto a través de ofrendas y no a través de la justicia. Precisamente por eso Jesús no busca corregirlas sino abolirlas.
Y de la manera cómo explica eso Jesús, tenemos dos versiones diferentes en los sinópticos y en Juan. Pero es curioso que ambas acaban confluyendo en lo que he llamado supresión del Templo por el fin del culto. Los sinópticos realizan una fusión curiosa entre un texto de Isaías y otro de Jeremías: por la misma universalidad de Dios (Isaías), la casa de oración no puede convertirse en morada de ladrones (Jeremías). Ladrones porque toda diferencia injusta entre los hombres implica una forma de robo. Vale la pena leer con más extensión el pasaje de Jeremías a que alude Jesús:
No os creáis seguros con palabras engañosas repitiendo “es el Templo del Señor”… Si enmendáis vuestra conducta, si juzgáis rectamente entre un hombre y su prójimo, si no explotáis al forastero ni al huérfano y la viuda, si no derramáis sangre inocente, habitaré con vosotros en este lugar… (Pero) robáis, matáis, adulteráis y luego venís a presentaros en este templo que lleva mi Nombre, y pensáis que estáis a salvo para seguir cometiendo esas abominaciones. ¿Creéis que este Templo que lleva mi Nombre es una cueva de bandidos? Por eso, con este Templo que lleva mi Nombre y en el que confiáis, haré lo mismo que hice con vuestros padres: os arrojaré de mi presencia como hice con la estirpe de Efraín.
La lección parece clara: el único culto que podemos dar a Dios y que nos permitirá sentirnos seguros es el de la justicia. Entonces, la justicia eliminará todas las barreras que había creado el culto, tanto con los de fuera como al interior mismo de Israel. Y la casa de Dios será casa para todas las gentes. O como escribirá san Pablo a una comunidad: “el templo de Dios sois vosotros”
Pues bien: lo que los sinópticos atisban de justicia universal como verdadero culto a Dios y Morada de Dios, Juan lo amplía presentando el verdadero culto a Dios como superación de la división entre lo sagrado y lo profano (una distinción que se convierte también en fuente de injusticia). Para eso recurre Juan a una cita del capítulo 14 de Zacarías. Todo ese capítulo es un anuncio de lo que ocurrirá en “el último día” (expresión que sale más de seis veces): aquel día la casa de Yahvé ya no será “casa de comercio”; lo cual en el gesto de Jesús significa: convertid la casa de mi Padre en casa del último día. Y ese último día se caracteriza por dos cosas: “hasta los gentiles vendrán a Jerusalén” (v. 16) y, suprimida esa división entre judíos y gentiles, “los calderos serán tan santos como las bandejas del altar y se usarán para sacrificar”. Esto hará que no sean necesarios los mercaderes en el templo del Señor (20.21). Juan realiza aquí una de esas “anticipaciones escatológicas” que, según los especialistas, son típicas de su evangelio.
De acuerdo con esta explicación la acción de Jesús en el Templo fue una de esas que hacían los profetas y que los estudiosos llaman “acciones simbólicas”: como cuando Dios ordena a Ezequiel que se coma un libro o a Jeremías que compre una jarra de loza y la rompa en pedazos delante del pueblo.
Y desde aquí puede surgir la reflexión para nosotros.
“Este es el culto que yo quiero” (cf. Is 58.6)
Si como creo, estos son los hechos, se sigue de ahí un campo de conversión cuaresmal muy necesaria, tanto a nivel personal como eclesial o comunitario. Una conversión que podemos definir como supresión o transformación profunda tanto de la idea de culto como de templo. Pasar de la comprensión pagana de esas dos palabras a su comprensión jesuánica y cristiana.
Hay que convencerse radicalmente de que a Dios no podemos nosotros darle nada ni aportarle ningún culto digno de Él. Absolutamente nada. Esto ya lo enseña miles de veces el Primer Testamento. Pero hay algo que sí podemos dar a Dios, porque es una petición suya: el amor y la justicia entre nosotros que brotan de la fraternidad de hijos de un mismo Padre. Este es el verdadero culto que Dios nos pide.
Por supuesto, nosotros necesitamos mucho (y más de lo que creemos) el contacto profundo con Dios en nuestra interioridad. Y para eso pueden ayudarnos determinados espacios o ambientes de silencio, o de paz etc. Como pueden ayudarnos también determinados gestos o palabras o incluso posturas. Pero esa es una necesidad exclusivamente nuestra, no de Dios. Y no podemos proyectársela a Él.
También podemos necesitar los templos como lugares de reunión porque la fe es intrínsecamente comunitaria, pero no porque Dios necesite una morada. Jesús mismo, rodeado de tantas gentes y moviéndose sin parar de un sitio para otro, necesitaba espacios de oración y contacto directo con Dios, como indican muchas veces los evangelios. Pero para ello no se retiraba al Templo: buscaba simplemente ámbitos de soledad, de paz y de silencio, en lugares apartados o en la naturaleza o en las noches etc. Nosotros necesitamos más que él esos pequeños espacios y podemos buscarlos a lo mejor en una pequeña iglesia románica o en una capillita apartada y recogida en algún templo o fuera de cualquier iglesia. Y esto se puede decir tanto a niveles individuales como incluso a niveles comunitarios.
Los Padres de la Iglesia se cansaron de predicar a sus fieles que, mientras buscaban a Dios en los edificios llamados templos, salían luego a la calle, se encontraban con el Dios de Jesús, hambriento o desnudo, enfermo… y pasaban de largo. No sé si los cristianos tendríamos que acostumbrarnos mucho más a buscar el contacto con Dios y la conversión que necesitamos, no en “sanpedros” del vaticano ni en “sagradas familias”, ni en “notredames” (aunque haya que cuidar y reconstruir esas bellezas, pero solo por razones culturales y artísticas, no por razones teológicas), sino más bien en La Cañada real de Madrid, en La mina de Barcelona o el Agostino de Lima o la Guachupita de Santo Domingo… Esos deberían ser nuestros lugares de peregrinación cuaresmal.
Todo esto es un camino y marca la dirección en que debemos ir. Ojalá cada cuaresma nos ayude a dar un paso adelante en este camino de Jesús.
José I. González Faus, teólogo