EL PROFETA EN SU TIERRA
Gabriel Mª OtaloraJesús frecuentaba la calle y las sinagogas con personas que le escuchaban, la mayoría entre sorprendidos y admirados de lo que decía y hacía; al fin y al cabo, era hijo de un carpintero sin mayores conocimientos. Pero no faltaban en Nazaret quienes se encendían por orgullo y envidia viendo como hacía el bien en otros pueblos, y además saliéndose del carril de la rígida ortodoxia. Les corroía saber que triunfaba lejos de su pueblo. Jesús, viendo su actitud de rechazo, exclamó que ningún profeta es estimado en su propia tierra, pensando en sí mismo. Lo señala el evangelista Juan esta semana. Un dicho que parece proceder de un antiguo proverbio hebreo.
Me imagino al Papa leyendo el evangelio en el que aparece esta frase de Jesús mientras insiste en la necesidad de la fe. Qué difícil es predicar en el propio ámbito de pertenencia, sea éste el pueblo de origen, el lugar de trabajo o la Iglesia. El propio Francisco profundizó una homilía sobre el pasaje del Evangelio según Marcos (6:1-6) en el que se relata el regreso de Jesús a Nazaret para enseñar cuando ya venía precedido de una gran fama por toda Galilea. Y es allí, en su aldea natal donde no fue capaz de realizar ningún prodigio por la falta de fe.
No me extraña que el Papa se sienta interpelado a diario, repitiéndose que él tampoco es bien aceptado en su país, en su caso el Pueblo de Dios, con personas que le rechazan abiertamente mientras en las periferias le siguen con admiración valorando su ejemplo y su mensaje. Algunos han ido más lejos expresando lo que tantos callan: que el Señor se lo lleva pronto, eufemismo del deseo de que se muera de una vez para volver a “lo de siempre”. Él tiene sus similitudes con Jesús: no viene de la Curia romana, no es un teólogo de carrera y cuestiona los lobbies de poder en la Iglesia. Y encima, predica mejor que los escribas del siglo XXI y vive contracorriente al poder institucional que se le supone al Vaticano.
El resultado es que no es profeta en sus lares. No pocos rigoristas se escandalizan en lugar de abrirse a la evidencia del cambio necesario que propugna Francisco a través de la sinodalidad: ¡Dios es demasiado grande para rebajare a hablar a través de un hombre poco ortodoxo y tan rojeras!”.
Francisco recuerda que esto sucede por el escándalo que conlleva la Encarnación: “Dios hecho carne, que piensa con una mente humana, trabaja y actúa con manos humanas, ama con un corazón humano, un Dios que lucha, come y duerme como cada uno de nosotros”.
Nos alimentamos de racionalidad excesiva, que suple a la falta de verdadera fe para vivir la realidad con otra mirada. Francisco no cesa de hacer hincapié en que el Señor hoy nos invita a adoptar una actitud de “escucha humilde y de espera dócil, porque la gracia de Dios a menudo se nos presenta de maneras sorprendentes, que no se corresponden con nuestras expectativas”, si estamos abiertos a lo imprevisible.
Por eso es importante esforzarnos para abrir el corazón y la mente, “para escuchar y acoger a la realidad divina que viene a nuestro encuentro”.
No bastan los gestos y los signos si vivimos en la pura razón de la estrechez de la mente, queriendo razonarlo todo y rechazando lo que el razonamiento no es capaz de asimilar. Lo esencial es invisible a los ojos, decía el principito de A. de Saint Exupéry. Lo necesario de verdad es activar la inteligencia espiritual en su justa medida, es decir en profundidad, sin tantos rodeos superficiales por miedo a encontrarnos con la experiencia del Amor con mayúsculas. Y algunos de los que rechazan la actitud evangelizadora del Papa, son los que gritan cada vez más fuerte que Francisco no es querido en su tierra. No importa, le acogerán los excluidos, que son los predilectos del Evangelio.
Gabriel Mª Otalora