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HUMANIZAR LA HUMANIDAD

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Estar desmoralizados, en su doble sentido de desalentados ante unos objetivos y carentes de unos valores debido a los malos ejemplos o ideologías, no es algo nuevo en la Historia. El siglo XX, por citar un ejemplo cercano, ofreció abundantes y graves motivos como las dos guerras mundiales (y en España una fratricida guerra civil que además se tuvo el sacrílego cinismo de disfrazarla de cruzada). Pero las circunstancias que rodean a nuestro mundo son distintas. ¿Qué le ha llevado al filósofo Jürgen Habermas, otrora paladín del optimismo ilustrado, a afirmar: “Actualmente, todo a lo que había dedicado mi vida, se está perdiendo paso a paso”? Al igual que el gran pensador alemán, muchos de nosotros creímos que la racionalidad, el avance de las democracias y la formulación de los derechos humanos universalizables nos llevarían por fin a una nueva etapa en la que la humanidad podría disfrutar de una paz perpetua.

Hoy nos damos cuenta de lo ilusos que fuimos al albergar tan plausibles esperanzas. Lo cierto es que la competencia -más bien incompetencia- entre los imperios norteamericano, ruso y chino nos han puesto al borde de un abismo llamado tercera guerra mundial. Un estado democrático como Israel comete con los palestinos un genocidio para vengar un ataque de Hamás, un grupo terrorista que, por sí solo, no tiene capacidad de poner en peligro la existencia de dicho estado. Los conflictos armados, con la guerra defensiva ucraniana a la cabeza, son tan innumerables que hasta se duda si son treinta o cincuenta. Crecen las desigualdades económicas y los flujos migratorios. Y el cambio climático provocado por la acción humana es tan serio que las consecuencias quizá sean más graves que las previsibles.

No, no son tiempos para lanzar cohetes y la primera tentación es ceder al desaliento y buscar soluciones simplistas como el llamado a gobiernos con mano dura, a alternativas caudillistas cuya utilidad la historia ha demostrado que no conducen a nada bueno. Frente a esta tentación se levantan, desde el fondo de nuestra humanidad, eso que algunos llaman ‘fuerzas espirituales’ que nos pueden dar una energía para resistir ante tanto desvarío. Tenemos que jugar con la ficción de otro mundo posible. Ya se sabe que nuestra cultura está llena de ficciones: creemos que todos somo iguales cuando es evidente la diversidad; que todos estamos preparados para la democracia, cuando nadie, y menos los políticos, lo estamos; que tenemos dinero en el banco, cuando en realidad ese dinero no existe porque está invertido, etc. Las ficciones son muy importantes porque nos humanizan, nos elevan del nivel reptiliano y nos dan la posibilidad de avanzar a través de los siglos en ese largo y sinuoso camino de la humanización.

Esta moral de resistencia, estas energías motrices, deben articular cambios individuales en nuestros hábitos, desde la comida hasta la compra de la ropa, de modo que hagan posibles cambios sociales y políticos. Así, no se facilita una política legislativa contra los pesticidas si no consumimos productos de cercanía, si queremos alimentarnos con productos fuera de temporada, si no seguimos la trazabilidad de los alimentos, etc. La compra de la ropa podría ser otro ejemplo: se producen diariamente toneladas de excedentes que terminan en vertederos; si dividiéramos la cantidad de ropa producida mundialmente entre el número habitantes del planeta tendríamos que comprar cada año 187 prendas nuevas cada año; una locura. En consecuencia, no se trata de consumir más, sino de consumir mejor. No se trata de decrecimiento sino de un crecimiento controlado, que es muy distinto. Para tener fe en un proyecto es preciso previamente comprenderlo, ver el alcance que puede tener y tomarlo en serio. Nada será posible si cada uno de nosotros no es consciente de ello y remamos en otra dirección.

Hay estrategias que nos pueden ayudar a “ficcionar” un mundo mejor, como no dejarnos llevar por consignas facilonas o bulos simplistas del tipo: nos quitan puestos de trabajo, España se rompe, nos odian, van a acabar con nuestra cultura… Frente al pensamiento fácil pero defectuoso se alza un análisis riguroso, complejo, verificable empíricamente. Otro ejemplo podría ser juzgar con actitud crítica y propositiva los cambios en la tecnología del conocimiento. La irrupción de la inteligencia artificial, como cualquier otro progreso tiene sus riesgos, pero también innumerables ventajas. Podría producir clones humanos desalmados, pero abre la posibilidad de detectar precozmente el cáncer y curarlo. El riesgo no está en el conocimiento sino en el uso que se hace de él. De ahí la importancia, como han señalado incansablemente los filósofos, de una ciencia acompañada en su progreso por la Ética.

 

Pedro Miguel Ansó Esarte (Exprofesor de Humanidades)

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