PENTECOSTÉS
Miguel A. Munárriz CasajúsJn 20, 19-23
«Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo»
El espíritu de Dios se cernió sobre la Tierra poniendo orden en el caos primitivo, se coló por las narices del muñeco de barro para que en el mundo pudiese haber amor, tolerancia, libertad, felicidad… suscitó profetas que guiasen a los hombres y mujeres por el camino de la vida y sopló como un huracán en Jesús de Nazaret.
El texto de hoy nos presenta al Espíritu empapando a los discípulos encerrados en Jerusalén tras la muerte de Jesús. Aquellos hombres y mujeres habían creído en él y lo habían dejado todo por seguirle, pero durante todo el tiempo que permanecieron a su lado estuvieron creyendo mal. Estuvieron creyendo que era el mesías esperado por Israel, el que iba a expulsar a los romanos e instaurar un reino de paz y justicia como nunca se había visto otro en el mundo… Y hasta discutían por ver cómo se iban a repartir los altos cargos de ese reino.
Pero subieron a Jerusalén y todo se desbarató.
La muerte de Jesús en la cruz supuso un golpe demoledor para su fe, porque los hechos demostraban que Dios no estaba con él, sino con los sacerdotes que lo habían vencido. Quizás en un primer momento esperaron que bajase de la cruz, o que resucitase tal como ellos le habían entendido, pero pasaron las horas, pasaron los días, y fueron perdiendo la esperanza.
Dicen los especialistas que permanecieron encerrados en Jerusalén hasta que finalizó la Pascua, y que salieron de allí mezclados con los peregrinos que volvían a sus lugares de origen tras celebrarla. Esta interpretación parece corroborada por el propio Juan, quien afirma en el capítulo 21 de su evangelio que regresaron a Galilea y retomaron sus ocupaciones. Pedro, Andrés y los Zebedeos volvieron a la mar.
Su fe había muerto y el mensaje de Jesús parecía irremisiblemente perdido, pero Dios estaba con él a pesar de las apariencias, y su Espíritu, el espíritu de Dios, actuó sobre ellos con tal fuerza, que sus ojos se abrieron definitivamente y al fin creyeron bien. Y recuperaron la esperanza, y con ella recuperaron también el coraje necesario para abrazar con ímpetu arrollador la misión —aparentemente imposible— de proclamar la fe en el profeta crucificado. Dice Lucas en Hechos que en su primera aparición pública se convirtieron tres mil personas.
Sin duda ha sido también el espíritu de Dios el que ha mantenido el mensaje de Jesús hasta nuestros días a pesar de las innumerables barbaridades que sus seguidores hemos cometido en el seno de “su” Iglesia, y ello nos hace albergar la esperanza de que seguirá soplando hasta llevar a la humanidad a plenitud.
Como decía Ruiz de Galarreta «Creer en el viento de Dios es una hermosa profesión de fe en que Dios no está ausente, sino presente y activo de una manera concreta: alentando, empujando».
Miguel Ángel Munárriz Casajús
Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo sobre este evangelio, pinche aquí