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Lc 19, 01-10

A 16 kilómetros al norte del mar Muerto y a 27 de Jerusalén, la ciudad de Jericó –importante centro económico y militar- se encontraba situada en una zona privilegiada, un gran oasis muy fértil en medio del desierto. El estudioso francés R. Garrigou-Lagrange llegó a decir de ella que era "la Niza de Judea".

Ahí va a tener lugar el encuentro de Jesús con Zaqueo. Se trata de un hecho seguramente histórico, porque no es fácil suponer que la tradición cristiana se inventara algo que, en cierto sentido, la "perjudicaba".

Digamos, como entre paréntesis, que éste es uno, aunque no el único, de los criterios que se aplican para discernir si un determinado relato evangélico es o no histórico: todas aquellas narraciones que habrían de resultar "incómodas" para las primeras comunidades cristianas, no pudieron ser "inventadas" por los discípulos; gozan, por tanto, de un alto nivel de probabilidad histórica.

Puede pensarse, como ejemplos, en:

· el bautismo de Jesús por Juan,
· el enfrentamiento de Jesús con su familia,
· la "dureza" de Pedro y los discípulos para entender a Jesús,
· las comidas con los pecadores,
· el perdón de Jesús a la mujer sorprendida en adulterio,
etc..

Hemos de creer que las primeras comunidades estaban bastante preocupadas por su "buena imagen", por lo que consideraban que la actitud abierta de su Maestro las perjudicaba.

Y denotaba, ciertamente, una gran apertura el hecho de "hacerse invitar" nada menos que por un "jefe de publicanos". Cobradores de impuestos, en un sistema que se prestaba fácilmente a la injusticia y colaboradores del invasor, los publicanos eran considerados avaros, explotadores y renegados; "pecadores" y rechazados por Dios.

Estaban excomulgados y, para ser readmitidos a la sinagoga, debían abandonar previamente su profesión. Religiosamente, eran impuros; socialmente, despreciados; políticamente, sospechosos vendidos a los romanos. En una palabra, muy "mala compañía" para quien decía hablar en nombre de Dios.

Paradójicamente, sin embargo, el nombre "Zaqueo" –en hebreo Zakkai- significa "limpio", "inocente". Y es llamativo que la tradición haya conservado su nombre: probablemente, por la misma razón que antes apuntaba. El gesto de Jesús les habría resultado demasiado escandaloso, o al menos impactante, como para olvidar el nombre de la persona con quien compartió la comida.

Por otro lado, en este pasaje saltan a primer plano varios de los temas más queridos de Lucas y más presentes en su evangelio:

· el interés de la gente por Jesús, que lleva a buscarlo;
· el acercamiento de Jesús a los marginados por cualquier motivo;
· la búsqueda de los extraviados: "He venido a buscar y salvar...";
· la respuesta justa de la persona que se encuentra con Jesús;
· la generosidad en el uso de los bienes;
· la afirmación de que la salvación ocurre "hoy" (el "hoy" de Lucas es la realización de la "salvación" –el don de la Vida- en cada instante, en cada momento presente, que se hace realidad en el aquí y ahora del lector):

- "Hoy os ha nacido un Salvador..." (2,11);
- "Hoy se ha cumplido esta palabra..." (5,21);
- "Hoy estarás conmigo en el Paraíso..." (23,43).

El relato parece tener especial cuidado en señalar las actitudes y los sentimientos de los personajes:

· Jesús es el que toma la iniciativa, rompiendo tabúes y prohibiciones, porque sabe ver en cada persona a un "hijo de Abraham", es decir, a alguien de fondo siempre bueno y valioso, inocente y limpio –como "Zaqueo"-, más allá de su "profesión" y de sus hechos "impuros".

· Zaqueo manifiesta un interés inicial, que se transforma inmediatamente en alegría, apenas Jesús se dirige a él –"lo recibió muy contento"- y genera una actitud de reparación, desprendimiento y generosidad desbordante.

· La gente, dejándose llevar por los propios prejuicios sociales y religiosos, se encierra en la murmuración. Para ellos cuenta únicamente la "etiqueta" que pesa sobre Zaqueo –"un pecador"-, que parece contaminar a quien se acerca a él, descalificándolo. No "saben ver" quién es Zaqueo en su corazón; por eso, no sólo no entienden otra actitud que no sea la de condena, sino que descalifican radicalmente a quien, como Jesús, manifiesta cercanía, comprensión y amor.

A partir de este hecho, y desde nuestra perspectiva, no parece difícil identificar el "tipo de conciencia" que se halla detrás de cada una de esas tres actitudes.

"Zaqueo" es el "yo" que, insatisfecho, busca, quizás sin saber qué y sin atreverse del todo; sólo, como un observador, sin mayor implicación ni riesgo, "se sube a una higuera".

La "gente" es el "ego etiquetador", identificado con sus propias ideas, reducido a ellas y, por eso mismo, incapaz de ver más allá; incapaz de apreciar el fondo de las personas y de abrirse a la novedad del presente, únicamente sabe mirar a través de sus prejuicios.

"Jesús" es la Presencia amorosa –el "Yo soy" universal, ilimitado y atemporal- que "ve" en profundidad, más allá de las "formas", y que se sabe y se vive como no-separado de nadie ni de nada, en una "Identidad compartida" en la que, aun sin ser "iguales", nos reconocemos "lo mismo". Esta conciencia aporta siempre gozo y transformación, "salvación" y Vida.

Pues bien, en cada uno de nosotros conviven esas tres "realidades" o perspectivas.

En nosotros hay un "yo" que busca, probablemente insatisfecho, o sencillamente intuyendo que hay "algo más" que aquello que él está viviendo. Lo que lo mueve es la pregunta, la búsqueda y el anhelo. Y se dirige a Jesús, la Presencia plena, "reflejo" y espejo de lo que somos todos en profundidad. Lo que va buscando, aun sin saberlo, es simplemente descubrir quién es, reconocerse en su identidad más profunda –la que trasciende el "yo"-, anclarse en la Comprensión.

En nosotros convive también un ego autosuficiente que, reducido a la mente, no hace sino repetir las pautas o patrones mentales y emocionales recibidos desde la infancia. Se caracteriza por su egocentrismo o autoafirmación que le lleva a sentirse superior, a juzgar y a descalificar a los otros, sin ser consciente de que todo eso nace de su propia frustración (y que, en realidad, tal como aparecía en el comentario de la semana anterior, refleja su propia sombra).

Reducido y encerrado en la prisión de la mente, es radicalmente incapaz de superar la ignorancia y el sufrimiento que de ahí se derivan. Por eso, mientras la persona no sea capaz de "tomar distancia" de su propia mente, será imposible la percepción de su verdadera identidad.

En cada uno de nosotros, vive también "Jesús", la Presencia atemporal e ilimitada, el "Yo soy" sin más adjetivos, que se expresa en la "forma" particular de nuestro "yo". Es nuestra Identidad más profunda; en la medida en que emerge, la percepción de las cosas se modifica de un modo radical: habremos pasado de "ver" las cosas como las veía la gente –"murmurando"-, a como las veía el propio Jesús –todo es "hijo de Abraham", como nosotros mismos-.

Por aquí parece que va nuestra "tarea", para crecer en conciencia, desidentificarnos de la mente, salir de la prisión del ego... y reconocernos en quien somos. Todo lo demás se nos irá dando "por añadidura", como decía también el propio Jesús.

Si te sirve, puedes empezar con esta sugerencia de E. Tolle:

"Di «soy» y no añadas nada.
Sé consciente de la quietud que sigue al «soy».
Siente tu presencia, el Ser desnudo, sin velos, sin vestiduras".

 

Enrique Martínez Lozano

www.enriquemartinezlozano.com

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