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NO DESPRECIAN A UN PROFETA MÁS QUE EN SU TIERRA

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Los evangelios de estos domingos de verano son muy interesantes porque desvelan mucho del alma de Jesús.

En el de hoy se narra la mordedura del desprecio que Jesús sintió, como la sentimos nosotros. Le despreciaron porque fue “uno de tantos”, de familia humilde y conocida, de trabajo manual, de gente que no cuenta. ¿Cómo uno “como nosotros en todo” iba a ser alguien relevante, alguien que podía sacarnos las castañas del fuego? Fue despreciado y ese desprecio hirió su corazón.

De ahí su queja amarga: NO DESPRECIAN A UN PROFETA MÁS QUE EN SU TIERRA. Parece cierto que Jesús tuvo gente que le quiso y que, de algún modo, le admiró. Pero otros muchos lo despreciaron simplemente por ser pobre, por ser del montón, por no tener avales ni títulos de gloria. Por más que su propuesta fuera hermosa, fue despreciada por muchos.

Esa tendencia al menosprecio anida en el fondo del corazón. Por eso hay que preguntarse de vez en cuándo: ¿qué profecías desprecio? ¿A qué profetas no hago caso?

· Despreciamos la profecía del respeto amable: injuriamos, inventamos bulos, usamos el anonimato de las redes para decir barbaridades de quien es de otro color, de otra tendencia política, de otra manera de pensar. Si alguien es amable lo consideramos blando, apocado, fuera de juego. Volvamos a la profecía de la amabilidad y del respeto.

· Despreciamos la profecía de la oración silenciosa: y decimos que rezar es cosa de otra época, que no tiene sentido sentarse un rato en oración, que es perder el tiempo leer el evangelio. Y no es así. Hagamos caso a la profecía de la oración silenciosa que nos dice que el corazón se vuelve más creyente si ora.

· Despreciamos la profecía de la pertenencia a la familia humana: y somos muy forofos de nuestro pueblo, de nuestro país, de lo nuestro. No creemos en la profecía que dice que todos somos familia. Nos lo recuerdan los inmigrantes, los rescatados en el mar, los que sufren el abuso enorme de las guerras. Si somos familia, no es lícita la violencia contra familiares.

Decía Antonio Machado que el ignorante desprecia lo que ignora. El desprecio, el no hacer aprecio es el fruto de una profunda ignorancia. Y no sólo eso: según el evangelio que hemos leído el desprecio es una enorme falta de fe. Pensamos que tener fe es sobre todo creer en Dios. Pero resulta que despreciar a los demás es el rostro de nuestra increencia. Cuanto más desprecias, menos creyente eres.

Este tiempo de verano es propicio para el respeto, la amabilidad, la oración y la buena relación. No son valores únicamente de buena educación. Son valores evangélicos. Cuanto más los practicamos, más fácil nos resultará creer en la propuesta de Jesús. Cuanto más los olvidamos, más lejos estamos del evangelio.

 

Fidel Aizpurúa Donazar

7 de julio de 2024

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