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ANTICIPACIÓN DE LA HUMANIDAD RECONCILIADA: LOS JUEGOS OLÍMPICOS

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La situación actual del mundo, además de caótica, corre el grave peligro de un enfrentamiento entre las potencias militaristas (USA, Rusia, China, Israel entre otras menores) con uso de armas nucleares, lo que implicaría el exterminio de gran parte de la humanidad y de la biosfera. Incluso en medio de tal eventual hecatombe, la humanidad no renuncia a su anhelo más profundo: vivir como una gran familia, una y diversa, dentro de la misma Casa Común, la Madre Tierra, en la cual todos se reconocen y se acogen así como son, en el reino de una Paz Perpetua.

Los Juegos Olímpicos revelan ese anhelo general. Durante un breve tiempo, todos los pueblos olvidan los conflictos y guerras y viven un momento mágico y simbólico de esta unidad y paz tan ansiadas. Por eso nadie debería ser excluido, como ha ocurrido ahora en las Olimpiadas de París con el caso de Rusia, debido a la guerra en Ucrania. Hay cierta incongruencia en esta exclusión, pues el claro genocidio practicado por el gobierno de Israel en Gaza ante los ojos de toda la humanidad con miles y miles de niños inocentes y de población civil merecería la misma discriminación.

Pero como decía hace un momento, incluso así, en el espíritu humanitario de los Juegos Olímpicos todos deberían estar incluidos sin excepción. Se ha abierto una herida en un evento simbólico de una humanidad que todavía cree que puede reencontrarse como humanidad.

Los Juegos Olímpicos nos dan la oportunidad de reflexionar sobre la importancia antropológica y social del juego. No estoy pensando en el juego que se ha vuelto profesión y gran negocio internacional como el fútbol, el baloncesto y otros. Son más deportes que juegos. 

El juego, como dimensión humana, se revela mejor en los medios populares, en el fútbol callejero o el que se juega en la playa o en algún espacio verde o arenoso. Este tipo de juego no tiene ninguna finalidad práctica. Lleva en sí mismo un profundo sentido como expresión de alegría, de diversión en compañía de los demás.

En los Juegos Olímpicos impera otra lógica, diferente de la cotidiana de nuestra cultura capitalista, cuyo eje articulador es la competición excluyente: el más fuerte triunfa en el mercado, y si puede, se come a su competidor. En los Juegos hay competición, pero es positiva e incluyente, pues todos participan. La competición es en función del mejor, apreciando y respetando las cualidades y virtudes del otro.

En este contexto, se me ocurre el concepto de Ubuntu, propio de la cultura africana. Significa: “Yo soy yo a través de ti”. En Ubuntu no hay competición sino profunda solidaridad y colaboración. Según esta concepción, no en todos los juegos, pero sí en algunos como la clásica carrera de los 100 metros y en otras semejantes, todos colocarían sus brazos en los hombros de los otros y correrían todos juntos hasta el final. Todos serían vencedores. Pero esa no es nuestra tradición.

Como teólogo quiero hacer una aportación a partir de la fe cristiana. Hay una antigua tradición teológica que desarrolló toda una reflexión sobre el profundo significado del juego. Las dos Iglesias hermanas, la latina y la griega, se refieren a Deus ludens, al homo ludens e incluso a la eccclesia ludens (Dios, el hombre y la Iglesia lúdicos).

Ellas veían la creación como un gran juego de Dios lúdico: lanzó las estrellas por un lado, por el otro el sol, más abajo lanzó los planetas y con cariño a la Tierra, distante del Sol para que pudiese tener vida. La creación expresa la alegría desbordante de Dios, una especie de teatro en el cual todos los seres desfilan y muestran su belleza y grandeur. Se hablaba entonces de la creación como un theatrum gloriae Dei (un teatro de la gloria de Dios).

En un hermoso poema dice el gran teólogo de la Iglesia ortodoxa Gregorio Nacianceno(+390): “El Logos sublime juega. Adorna con las imágenes más variadas por puro gusto y de todas las formas posibles el cosmos entero”. En efecto, el juguete es obra de la fantasía creadora como lo muestran los niños: expresión de una libertad sin coacciones, creando un mundo fantástico, sin finalidad práctica, libre del lucro y de ventajas individuales. Jugar por jugar.

“Porque Dios es vere ludens (verdaderamente lúdico) cada uno debe ser también vere ludens, aconsejaba, ya mayor, uno de los más finos teólogos del siglo XX, Hugo Rahner, hermano de otro eminente teólogo, Karl Rahner que fue profesor mío en Munich.

Estas consideraciones muestran cómo puede ser más placentera y sin angustias nuestra existencia aquí en la Tierra, al menos por un momento, durante los Juegos Olímpicos.

Tal vez este sea su sentido secreto.

 

Leonardo Boff

*Leonardo Boff ha escrito Virtudes para otro mundo posible: convivencia, respeto y tolerancia, Sal Terrae 2007.

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