Con el evangelio en la mano, podemos pensar que la relación de Jesús con sus discípulos fue, generalmente, pacífica y amable.

Pero, a veces, se mascaba la tensión. El evangelio de hoy describe una escena de enorme tirantez. Jesús habla con toda claridad de algo que no les gusta a los discípulos: de cómo su vida tiene sentido en la entrega a los demás porque él es Mesías para los humildes y excluidos. Por lo tanto, que no esperen ganancias.

Pedro se lo lleva aparte, “lo arrincona” (proslambanô), y le “increpa”: es el verbo que se emplea para los endemoniados (epitimaô). Pedro dice a Jesús: estás endemoniado al pensar y hablar así. Jesús se revuelve, “increpa” a Pedro y le dice a Pedro: tú sí que eres un Satán para mí, porque me apartas del camino que me marca el Padre.

No fue fácil, ni para Jesús, ni para sus discípulos entender que es la entrega la característica del camino evangélico y no el brillo, el premio, el aplauso, la ganancia. Es que el brillo nos atrae, como las mariposas a la luz y la entrega nos molesta, no nos parece atractiva, nos ensombrece.

Por eso mismo:

· Hemos de aceptar la entrega callada, silenciosa, en lo secreto: no lo que se publicita, lo que esté en el escaparate, el chunta-chunta que aturde pero no aporta nada.

· Hemos de encajar que no siempre se nos pague y agradezca: que la palabra “gratis” esté en nuestro vocabulario, que la salsa de la generosidad cueza nuestras decisiones.

· Hemos de alegrarnos de poder darnos a los frágiles: porque, aunque no puedan pagarnos, el gozo de ver que van saliendo a flote será nuestro mejor salario.

No nos resulta fácil este camino, somos como Pedro: decimos que creemos en Jesús, pero tenemos como una obsesión que nos aplaudan, que nos consideren, que cuenten con nosotros. Si nadie se fija en nosotros, nos sentimos molestos y buscamos el pequeño brillo que nos da relevancia social.

A veces nos decís que en nuestras breves reflexiones dominicales citamos demasiado los escritos del Papa, que estamos afectados de papolatría. Puede que haya de algo de eso. Pero necesitamos hermanos que nos digan nuestra verdad, que nos desenmascaren de nuestros engaños, que derriben los ídolos que ocupan el lugar que habría de ocupar el evangelio.

Cuando el Papa nos dice cosas como estas: «La vida subsiste donde hay vínculo, comunión, fraternidad; y es una vida más fuerte que la muerte cuando se construye sobre relaciones verdaderas y lazos de fidelidad. Por el contrario, no hay vida cuando pretendemos pertenecer sólo a nosotros mismos y vivir como islas: en estas actitudes prevalece la muerte» (FT 87). Cuando escuchamos esto, no lo “increpemos” como si fuera la voz de Satanás. Es la voz de Dios que nos habla en lenguaje de hoy.

Fidel Aizpurúa Donazar

15 de septiembre de 2024