RESIGNIFICANDO LAS EXPECTATIVAS DE PODER Y DE ÉXITO
Carmen SotoMarcos 9, 30-37
Marcos en la segunda parte de su evangelio muestra con claridad el horizonte vital de Jesús y su inquebrantable decisión de mantenerse fiel al anuncio de la Buena Noticia de un Dios siempre misericordia y perdón.
Jesús había experimentado la confrontación e incomprensión de su propuesta por parte de muchos dirigentes religiosos. Poco a poco comprueba, también, la dificultad de sus discípulos para reorientar sus expectativas triunfalistas y entender que solo el servicio y la entrega gratuita pueden hacer posible los espacios liberadores y sanadores que Dios necesita para que su salvación se haga sitio en la historia humana.
El mal amenaza, pero no anula el camino de la Buena Noticia
Después de constatar las expectativas que mucha gente, y también sus discípulos, tenía en relación a su Misión (Mc 8, 27-38), Jesús replantea su estrategia e intensifica la formación de su comunidad de seguidor@s (Mc 9,30).
En su enseñanza Jesús les recuerda que el camino del reino no es fácil ni exitoso. Su propuesta desafía los intereses religiosos de muchos y el mal amenaza no solo su proyecto sino su vida (Mc 8, 31; 9, 30-31; 10, 32-34). El evangelista va señalando progresivamente la incapacidad de sus seguidores de entender y aceptar esa amenaza. Desde su comprensión de Dios siguen pensando que él, no solo no va a permitir el fracaso del proyecto del Reino, sino que va a asegúrales un lugar preeminente en el sueño salvador de Dios (Mc 8, 31-33; 9, 30-35; 10, 35-45).
A pesar de la claridad con que Jesús plantea el posible fracaso humano de su misión es difícil para sus seguidores, especialmente para los varones que lideraban el grupo, entender que ese fracaso, que ponía en el horizonte la muerte de Jesús, era en realidad el modo más fiel de cumplir la voluntad de Dios.
Dios no quería la muerte de Jesús, sino todo lo contrario, que lo escuchasen y acogiesen su oferta salvadora. Sin embargo, el mal parecía imponerse y Dios no dejó de acompañar y fortalecer a Jesús en su difícil subida a Jerusalén, afrontando con él la cruz como una la única manera de demostrar su amor incondicional a todo ser humano y su persistente voluntad salvadora. Una voluntad que ningún mal podía quebrar.
Jesús comprendió y aceptó también este modo nuevo de anuncio de la Buena Noticia del Reino que lo llevaba a afrontar el sufrimiento y la cruz. Una experiencia que él vivió, a pesar de los momentos de oscuridad, desde la esperanza y la certeza del amor con el que su Abba lo sostenía y acompañaba. Lo difícil en ese momento era transmitírselo a sus disicipul@s e invitarl@s a vivirse de esa manera.
En la comunidad del Reino lo más honorable es el servicio no el poder
En el mundo antiguo el honor y el estatus eran claves para entender el lugar y los roles a los que un individuo podía aspirar. Los discípulos de Jesús, especialmente los varones- hijos de aquel tiempo- necesitaban, para reconocerse dentro del grupo, definir el lugar que les correspondía a cada uno. Este contexto explica la discusión que, según el relato, habían tenido a lo largo del viaje hasta Cafarnaúm (Mc 9, 33-34).
Después de que Jesús, por segunda vez, les explique que su misión está amenazada pero que han de seguir confiando en que Dios la hará posible, aunque de una forma diferente (Mc 9, 31). L@s dicipul@s sentían miedo e incertidumbre.
Curiosamente, la respuesta a su miedo no la buscaron en la confianza en el Dios que el maestro les anunciaba sino en el poder y el honor. Su preocupación se centraba en determinar quién era el más importante en el grupo, quien podía liderar la respuesta ante las posibles amenazas. Jesús pacientemente les invita reimaginar el futuro de otra manera.
Jesús reúne a los líderes varones del grupo y les recuerda que la fuerza de la comunidad no estaba en el reconocimiento humano ni en su capacidad de influencia. La comunidad se definía por el servicio y la gratuidad de sus relaciones y de sus acciones. Jesús les invitaba así a reconfigurar sus vínculos internos y sus expectativas frente a la misión pues, su auténtica fortaleza frente a cualquier amenaza, por grande que fuese, solo podía sostenerse en la gratuidad y el servicio como él estaba decidido a hacer. Esto los discípulos tardaron en entenderlo. Tuvieron que vivir la experiencia de la Pascua para descubrir cómo seguir y anunciar la Buena Noticia del Reino.
No sabemos cómo vivieron este momento las mujeres que formaban parte de la comunidad de Jesús porque los Evangelios no hicieron memoria de ello. Probablemente se hicieron preguntas parecidas, vivieron el mismo miedo e incertidumbre, pero es fácil pensar que ellas no tuvieron la misma preocupación por el honor y el estatus que visibilizan sus compañeros varones. Ellas por la cultura en la que habían nacido y el lugar que su sociedad les asignaba estaban más familiarizadas con las experiencias de servicio y gratuidad y quizá vivieron con menos resistencia lo que proponía Jesús, aunque fueron conscientes, también, de lo contracultural que era entender el honor y el prestigio desde el servicio y la gratuidad. Por otro lado, priorizar esos valores las colocaba en un lugar diferente dentro de la comunidad y ponía en el centro experiencias habituales en su vida cotidiana.
Las mujeres estaban acostumbradas a no ser sujetos de poder, especialmente en los espacios públicos, pero no eran ajenas a las expectativas de poder y prestigio. Así lo visibiliza el relato de Mateo cuando la madre de los zebedeos pide a Jesús poder para sus hijos (Mt 20 20-28). Ella no está queriendo algo para ella sino para sus hijos, que son quienes socialmente pueden reclamarlo, pero al hacerlo se identifica con los valores y expectativas de su tiempo. En el texto de Marcos quienes hacen la petición, sin embargo, son directamente Santiago y Juan y no su madre (Mc 10, 35-45) lo que subraya más las expectativas de los varones y su estatus en el grupo.
Del servicio como estatus al estatus como servicio
La propuesta de Jesús, clave en la configuración y el estilo de la comunidad del Reino, va reinterpretándose, e incluso a veces ignorándose, en la medida en que las comunidades cristianas van insertándose y adquiriendo protagonismo social en los siglos siguientes. La configuración de las estructuras de la iglesia, a partir del modelo del Imperio Romano, hizo que se distanciara de la propuesta que había hecho Jesús. El cambio supuso dejar de poner el servicio como clave del honor y del estatus identificándose con el lugar social de los niños a considerar el estatus como un servicio que otorgaba un lugar social preferencial en la comunidad y en la sociedad.
Hoy frente al desafío que suponen los abusos de todo tipo dentro de la iglesia no está de más recordar la invitación de Jesús y preguntarnos que lejos o cerca estamos de ella y que necesitamos cambiar para que sea de verdad visible que la Iglesia se funda en Jesús y su mensaje y no en otros criterios que la alejan de él.
Carme Soto Varela