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Libro de la biblia

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Fecha de Creación (Inicio - Fin)

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LO QUE DIOS HA ENYUGADO, QUE NO LO SEPARE EL HOMBRE

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El evangelio que leemos hoy es complejo y tiene muchas posibilidades para alimentar nuestra espiritualidad cristiana. La mesa de la Palabra está siempre bien provista.

Generalmente se lee este texto para apoyar la doctrina moral de la indisolubilidad del matrimonio y la negación del divorcio. Tal vez Jesús o las primeras comunidades optaron por una mentalidad no divorcista, pero hemos de entender que tanto el judaísmo como el helenismo, en general, mantenían la legitimidad del divorcio según las diversas leyes de cada cultura. Los datos de la sociología han de ser considerados.

Aun concediendo que aquí se hable de una deseada indisolubilidad, nunca fácil, creemos que hay otro tema de fondo muy interesante para la espiritualidad: ninguna relación humana es posible sin el cimiento de la igualdad. Ese es el asunto: cómo relacionarnos en modos de igualdad.

Es que la frase clave (que tanto se repite en las películas) “lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre” suena literalmente así: “lo que Dios a enyugado (Synzeugnymi que viene de zygos: yugo) que no lo separe el hombre”. Para labrar bien el campo, los bueyes han de estar bien enyugados, en igualdad. Si no, la labranza se hace imposible. El “yugo” del matrimonio (vieja imagen) ha de estar igualado, de lo contrario no funcionará.

¿Cómo hemos de trabajar esa relación para que funcione lo mejor posible?

· Iguales desde la común dignidad: toda persona es digna y eso se ha de ver en nuestra manera de mirarla, de hablarle, de colaborar con ella.

· Iguales desde el conjunto de la sociedad: nadie tiene más derecho que nadie y todos hemos de cumplir nuestras obligaciones. Hacer distinciones entre quienes vivimos en el mismo lugar no es evangélico ni humano.

· Iguales desde el amor: porque en la desigualdad no puede funcionar el amor. Si una parte se impone sobre otra, los desajustes amenazarán nuestra relación.

No nos extrañe que siempre volvamos a los temas esenciales, la igualdad, el respeto, el amor. Son los valores básicos del evangelio y de nuestra fe. Sin ellos, correríamos el riesgo de una fe vacía y de un culto vacío.

Si este tipo de reflexiones no entran en nuestra manera de creer tenemos el peligro de nuestra fe sea irrelevante, sin cimiento antropológico, sin enganche con la realidad. Por eso mismo, si queremos pulsar el vigor real de nuestra fe, miremos a la igualdad: si está vigorosa, nuestra fe también lo está. Si está débil, necesitamos trabajarla más.

 

Fidel Aizpurúa Donazar

6 de octubre 2024

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