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EL GRAN PELIGRO DEL SÍNODO

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Leo el comunicado de Redes Cristianas en relación a su aportación al Sínodo de la Sinodalidad en la primera fase, plasmada en el documento “Por una Iglesia posible y necesaria en España”, y su queja de que apenas han sido tenidas en cuenta sus propuestas. Y no puedo dejar de sorprenderme. Sin embargo, mi sorpresa no deriva de su lamento, sino de que se les hubiera pasado por la cabeza en algún momento que sus aportaciones fuesen a ser tomadas en serio. ¿Cómo puede ser que a estas alturas, después de más de cincuenta años de experiencia, se pueda seguir funcionando con tales dosis de ingenuidad? ¿No basta el camino recorrido para cerciorarse de que no son posibles ni admisibles sus propuestas?  No, no serán posibles mientras haya una dirección clerical que a priori descarta determinados planteamientos, mientras no se desmantelen las viejas estructuras medievales de la Iglesia.

Al reflexionar sobre este asunto no he podido menos que relacionarlo con la situación que vivió el presidente Suárez y su estrategia para que fuese posible la llamada “transición” desde una dictadura a un estado democrático. ¿Hubiese sido posible que, sin abolir las instituciones franquistas, se transitase hacia una democracia? ¿Hubiese sido posible aprobar una Constitución democrática con la vieja guardia del dictador? La respuesta evidente a las dos preguntas es: no.

Mutatis mutandis, creo que algo similar puede estar pasando ahora en el seno de la Iglesia. No pongo en duda las buenas intenciones del papa Francisco, pero hay que reconocer -es mi opinión- que se ha equivocado en la estrategia. Sin desmontar previamente el viejo esquema clerical es prácticamente imposible construir una dinámica de auténtico diálogo que pueda fructificar en hechos relevantes. La Iglesia es verdad que no fue democrática en su constitución (Jesús, aunque no fundó ninguna Iglesia en el sentido que tradicionalmente se le atribuye, eligió a dedo a los doce apóstoles en representación de las tribus de Israel para llevar a cabo su proyecto regiomesiánico teocrático), pero sí puede serlo en su funcionamiento. No creo que haya ni una sola razón teológica o filosófica que impida que así sea.

La queja de las comunidades de Redes cristianas revela el riesgo de que todo el trabajo, reuniones, reflexiones, diálogos, tiempo invertido, redacción de documentos, etc. vayan a convertirse, tras la segunda fase, en unos lamentables y exiguos resultados. Los efectos que todo esto seguramente provocará van a volverse, como un boomerang, contra los promotores y animadores del Sínodo. ¿Habrán pensado los padres sinodales en la gran desolación que todo esto va a provocar entre los participantes? Va a ser como el parto de los montes. Y para ese viaje no se necesitaban tamañas alforjas. Mucha gente de buena voluntad que ha empleado horas, días y dedicación esforzada para que las cosas den un giro copernicano van a ver burladas sus propuestas por los censores de siempre. A mí esta situación me parece muy grave, dado que estamos en una situación de clara descristianización de la sociedad y donde asistimos, a la par, a una creciente deshumanización. Este era un buen momento que lamentablemente parece que se va desaprovechar.

No caeré en la tentación de decir lo que los demás tienen que hacer. Somo adultos y cada uno debe analizar y sacar sus conclusiones. Solamente diré que, por mi parte, tomé en su momento la decisión de no participar en el Sínodo porque fui consciente de lo que al final pasaría. La perícopa evangélica de los odres de vino sigue siendo vigente y aleccionadora: “Y nadie echa vino nuevo en pellejos viejos; de lo contrario, el vino nuevo rasgará los pellejos y se derramará, y los pellejos se perderán. Sino que el vino nuevo debe echarse en pellejos nuevos. (Lc 5, 37-38)”. Me temo que mi intuición, por desgracia, no fue equivocada. Negarse a participar en determinadas estructuras (llamadme radical, si queréis) pueda ser acaso la única forma de romper con la constante y repetida dinámica de generar grandes expectativas que luego acarrean, lógicamente, grandes decepciones. Habrá que esperar mejor ocasión para que podamos ver cambios de calado. Quizá el tiempo nos proporcione el Suárez que la Iglesia Católica necesita con tanta urgencia.

 

Pedro Miguel Ansó Esarte

(Autor de Por un cristianismo creíble. Reflexiones de un cristiano de a pie, Tirant, Valencia, 2024)

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