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INCANSABLES TRABAJADORES POR LA PAZ

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Comencé el evangelio de Mateo (Mt 5, 1-12): “En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió al monte, se sentó y se acercaron sus discípulos; y abriendo su boca, les enseñaba diciendo: ’Bienaventurados…’. ¡Ah sí, las bienaventuranzas!, este evangelio tan conocido, tantas veces escuchado: los pobres de espíritu, los mansos, los que lloran, los que tienen hambre y sed de justicia, los misericordiosos, los limpios de corazón, los que trabajan por la paz…

Algo por dentro me frenó en seco. Volví a leer: “Bienaventurados los que trabajan por la paz”. Leí y releí estas últimas siete palabras. Respiré a fondo y seguí leyendo el texto…  los perseguidos, los insultados y los calumniados.

Vivimos tiempos oscuros, tiempos violentos, como en otras épocas. Siempre lo mismo desde el principio de la humanidad. El ser humano ha sido y sigue siendo violento.

Lo que pasa es que ahora tenemos a nuestro alcance mucha más capacidad de violencia y, en cierto modo, se ha atravesado una línea roja peligrosa: la preocupante normalización de la violencia en todos los ámbitos.

Así lo dejo porque lo que realmente quiero es hablar de Paz.

Adentrémonos en la bienaventuranza que nos reta a ser incansables trabajadores por la paz y veamos qué se requiere para ser vehículos de paz en cada paso que demos en nuestro caminar por la vida.

Hemos de dejarnos hacer por el Espíritu como pobres, débiles y necesitados que somos aunque no nos lo acabamos de creer.

¿Qué quiere decir ser mansos? ¡Esta palabra ya ni se usa! y sin embargo necesitamos del sosiego, de la tranquilidad interior, de una actitud pausada; necesitamos silencio, soledad, oración que nos ayude a conservar la calma, la paciencia, la escucha…

El trabajo por la paz es duro, es peligroso, antes o después tocará llorar por las decepciones, por el sentimiento de no poder hacer más, por el rechazo, por la incomprensión de los otros. Sí, habrá abundancia de lágrimas.

El hambre y la sed de justicia forman parte de las características de quienes trabajen por la paz esa paz que no es individual, es una paz comunitaria, universal.

Quienes quieran trabajan por la paz habrán de tener entrañas de misericordia, se conocerán a sí mismo y por tanto serán misericordiosos con los demás: todos del mismo barro.

Serán limpios de corazón, sin telarañas que les perturben la visión del otro.

Se darán cuenta desde el minuto cero que habrá persecución por causa de la justicia, ya que su trabajo por la paz no gusta a los poderes del mundo.

Cuando lleguen los insultos, las persecuciones y las calumnias nada impedirá andar con la cabeza bien alta porque quienes se pongan en marcha por la paz saben a Quien siguen.

También Lucas (Lc 12, 35-38) habla de bienaventurados: “Bienaventurados aquellos criados a quienes el Señor, al llegar, los encuentre en vela; en verdad os digo que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y, acercándose, les irá sirviendo. Y, si llega a la segunda vigilia o a la tercera y los encuentra así, bienaventurados ellos”.

Jesús sigue estando a nuestro lado y nos pone cerca a algunos que  ya son bienaventurados. Se implicaron y trabajaron por la paz dejándonos su testimonio a través de sus vidas y sus palabras.

Traigo aquí a algunos que se tomaron muy en serio el trabajo por la paz:

El Papa Juan XXIII en su Carta Encíclica Paz en la Tierra (Pacem in terris) deja bien claro desde el principio los cuatro pilares donde se fundamenta la Paz para todos los pueblos: la verdad, la justicia, el amor y la libertad.

Gandhi, el profeta de la no-violencia, nos dejó un rotundo mensaje: “No hay camino hacia la paz, la paz es el camino”.

La sencillez de Teresa de Calcuta nos lo pone fácil: “La paz comienza con una sonrisa”. ¿Fácil? Parece que sí, pero hoy se vive cada vez de forma más individualista, abiertos más a las relaciones por pantallas que a las personales. A veces no hay tiempo ni humor para una sencilla sonrisa.

También en el siglo pasado, Etty Hilesum*, una judía que acabó sus días en Aushwitz, dejó esto escrito sobre la paz: “Nuestra única obligación moral es la de cultivar en nosotros vastos espacios de paz e ir ampliándolos progresivamente, hasta que esa paz irradie a los demás. Y, cuanta más paz exista entre las personas, más habrá en este mundo en ebullición”. (*)Une vie bouleversée. Journal (1941-43) ed. Du Seuil, 1985, p.227).

Bienaventurados los que empezaron aquí el camino del reino, gozan ya de su recompensa en el cielo, donde han sido recibidos como hijos de Dios y, alegres y regocijados, ven a Dios.

 

Mari Paz López Santos

FEADULTA - 1 noviembre 2024

Día de Todos los Santos

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