EN EL LABERINTO DE LOS MANDAMIENTOS, JESÚS NOS DA LA BRÚJULA PARA EL CAMINO
Marifé Ramos GonzálezMarcos 12, 28-38
Corren malos tiempos para los mandamientos. Las grandes religiones llevan siglos intentando que los creyentes no robemos, no matemos, no mintamos, respetemos a nuestros padres, amemos con un corazón limpio… Y basta con abrir el periódico o ver la televisión para darnos cuenta de que tenemos muchos comportamientos terribles; que podemos llegar a comportarnos peor que los animales.
Jesús se encontró con un laberinto de mandamientos. Era imposible “caminar” entre más de 600 preceptos sin incumplir muchos de ellos. Era imposible no sentirse bajo el yugo de la ley, que prohibía cosechar en sábado, cuando los pobres pasaban ese día por delante de un campo en el que podían coger las espigas que habían caído al suelo y saciar el hambre. ¿O, cómo se sentirían las madres, tras el parto de una niña, teniendo que cumplir la estricta pureza ritual durante 80 días?
Los 10 mandamientos se habían ido diversificando en otros, más pequeños y concretos, hasta formar una trama. Unas personas se jactaban de ser cumplidoras, pero otras sabían que estaban condenadas de antemano, porque su situación social les impedía cumplirlos.
Jesús sabía que la ley era intocable. Y “la tocó” para devolverle el sentido. Sin duda, sabía que se jugaba la vida al hacerlo, pero nos quería libres ante los mandamientos, porque son caminos que dan vida, personal y social.
Ahora, la palabra “mandamiento” evoca normas y obligaciones impuestas. Se viven como imposiciones que vienen de fuera y para muchos jóvenes es un fastidio que coarta la libertad. Solución: saltárselos para gozar libremente. Y surgen los enfrentamientos entre pandillas, los robos con violencia, los abusos sexuales, las agresiones en el seno de la propia familia, etc.
Pero cada mandamiento, expresa un valor muy profundo: el valor de la vida humana, del respeto a la propiedad ajena, el valor de la verdad en lo que decimos y hacemos, o la transparencia en las relaciones humanas y sexuales, para que no haya ningún tipo de engaño, violencia o abuso.
Es curioso que a través de la publicidad recibamos un montón de mandatos para comprar determinados productos, hacernos arreglos estéticos, viajar, tener el último modelo de automóvil… Recibimos una larga lista de mandatos que, supuestamente, nos harán más felices y seremos envidiados por los demás. Deben dar resultado, a la vista del enriquecimiento de muchas marcas.
Y, sin embargo, los mandamientos fundamentales, los que dan sentido a la vida y permiten que una sociedad viva en paz y se respeten los derechos humanos, se arrinconan. Es importante recordar, este domingo y siempre, las palabras de san Agustín: “Ama y haz lo que quieras… Si tienes el amor arraigado en ti, ninguna otra cosa, sino amor, serán tus frutos”. Él entendió muy bien el evangelio de hoy: Amar a Dios y al prójimo nos da calidad de vida, evita guerras, procura el bienestar ajeno, nos ayuda a considerar al prójimo como una persona digna de ser amada; el amor “derrite” el miedo y nos desarma. ¿Cómo sería el mundo si viviéramos los dos mandamientos fundamentales?
Marifé Ramos González