EL CLERICALISMO Y SUS SECTAS ECLESIÁSTICAS
Guillermo Jesús KowalskiClericalismo, la secta eclesiástica.
El clericalismo y el paternalismo son históricos vicios interconectados que persisten en una parte de la Iglesia Católica, y que deberían ser superados por relaciones más maduras y menos infantilizadoras. Son una rémora de otra concepción de Iglesia, la que el Vaticano II comenzó a renovar, acompañando las exigencias éticas de los cambios en el mundo.
En esto no solo tuvo poco éxito, sino que sufrió un retroceso espectacular durante los pontificados posteriores hasta Francisco. De nada sirvieron las protestas institucionales de numerosas conferencias episcopales, miles de sacerdotes y obispos y teologías de altísimo nivel perseguidos por buscar superar las formas catecismeras preconciliares, que siguieron vigentes.
El llamado “invierno eclesial”, significó una contramarcha al Concilio que avaló la concepción de una iglesia como una gran secta clerical que reinterpretaba de modo fundamentalista el concilio de Trento y una vuelta a un pasado “verdadero”, en vez de un Pueblo de Dios que camina en la Historia, inclusivo y en diálogo con las religiones y el mundo.
Como ariete de esta concepción “retrotópica” (la utopía de volver a un pasado supuestamente perfecto), surgieron gran cantidad de movimientos y congregaciones que no dudaron, bajo un barniz paternalista, en emprender una cruzada proselitista con métodos de manipulación de conciencias, con una influencia desmesurada sobre las creencias y las decisiones de los fieles, anulando su capacidad crítica, al mejor estilo de sectas, conducidas por clérigos.
Ellas recurrieron y siguen haciéndolo las que sobreviven con mucho ruido, en limitar la libertad espiritual y moral de sus seguidores, reduciendo la fe a prácticas piadosas intimistas, círculos cerrados, preocupaciones eclesiológicas superficiales, control de las personas y fomentan la evasión del interés y compromiso en la construcción de una sociedad más justa. Reúnen todas las características de sectas, pero mimetizadas en una supuesta fidelidad a la “verdadera” Iglesia.
Pero no solo extendieron el número de sectas eclesiásticas, sino que su clericalismo sistémico emprendió la tarea de hacer de toda la Iglesia, una gran secta clerical, que actualmente choca frontalmente con el pontificado de Francisco, quien ha retomado con vigor el mandato del Concilio Vaticano II, una visión de Pueblo de Dios cuya misericordia quiere llegar como hospital de campaña a las periferias del mundo y no la “comunión” cerrada de unos pocos que se salvan y no "liberan" al mundo de nada.
El clericalismo y su cara amable, el paternalismo, son dos facetas de aquella Iglesia-secta, que es defendida como “institución” pero que poco le interesan las personas reales y los problemas del mundo. Porque para entender y querer a los humanos reales, hay que estar a su altura, “embarrarse” de verdad y de por vida, no para la foto, como Jesús, “que no hizo alarde de su categoría de Dios sino que se anonadó a sí mismo pasando por uno de tantos” (Fil 2,6). El clericalismo no se plantea lo que dice Gaudium et Spes 1: "los gozos y las esperanzas de los hombres son los de la Iglesia".
Para desbaratar estos fenómenos retrógrados y apuntar a una Iglesia en salida, hace falta una nueva teología fundamental, pero no la de los manuales de apologética preconciliares vigentes en el mundo retrotópico. Sino como una teología que “busca razones de su esperanza” (1 Pedro 3:15) en las periferias, en la “Galilea de los Gentiles”, siguiendo a Jesús.
Ir a la tierra de frontera, periferias de límites imprecisos, una zona de tránsito donde se encuentran personas de diferentes raza, cultura y religión, pobres y descartados por los sistemas de este mundo. Contra todo pronóstico religioso, Jesús estableció allí su tienda de campaña y no entre los “puros” de la religión que vela y no "revela" al Dios de la Misericordia.
La Galilea que caminaba Jesús, es el lugar simbólico para la apertura del Evangelio a todos los pueblos y las personas que piensan y viven distinto, que están heridas, desesperadas y descartadas. Es romper el círculo asfixiante de los “perfectos” y sus sagrados líderes “iluminados”.
Tales descartados no son el corazón de la “ortodoxia”, el “rito” y la “institución”. Pero son los que plantean las preguntas esenciales para que esas dimensiones no sean realidades cerradas, autorreferenciales y controladas por clérigos sacralizados que solo velan por sus postureos, carrerismos e intereses.
“Id, avisad a mis hermanos que vayan a Galilea, y allí me verán”. (Mt 28,10), dice Jesús después de la Resurrección. Volver a Galilea significa volver a ese lugar extremo en que la misericordia de Dios había tocado a los apóstoles y que es el punto de encuentro con pecadores, publicanos, y discriminados religiosos. En cambio, en Jerusalén, la ciudad sagrada del templo y sus rígidos e hipócritas fariseos es la que lo matará: “Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que son enviados a ti!” (Mt 23,37)
El clericalismo es la concentración de poder del clero
El clericalismo es una ideología o práctica con un énfasis excesivo en el poder de una parte del clero, en detrimento de los laicos, las mujeres, los sacerdotes casados, etc. Es el grupete de sacerdotes que presumen ser “como dios manda” y se adjudican la autoridad legítima “entender” el cristianismo, más allá de cualquier magisterio real. Se arrogan la comprensión “verdadera” de la Iglesia y no dudan en criticar al Papa, a pesar de su aparente “oficialismo”.
Esto genera una jerarquía rígida y una división artificial entre tales clérigos y el resto de la comunidad. Una división que se busca acrecentar poniendo distancia entre personas sagradas por su celibato, rito iniciático del clericalismo, que lo separa “ontológicamente”, del pueblo fiel, algo absurdo que le gusta afirmar a enemigos de la visión del papa Francisco, como el Cardenal R. Sarah, que compuso un libro al respecto.
El clericalismo no es inocuo, es una estructura de pecado camuflada de ortodoxia y tradición, una psicología de poder que se apoltrona allí donde pueda ejercer influencia y control. Pero trae serias consecuencias no solo en el plano religioso:
La exclusión de los laicos a meros receptores de la enseñanza y dirección del clero, pero no como actores activos en la vida de la Iglesia. Los únicos laicos autorizados a “participar”, son aquellos que han sido domesticados por la mentalidad de sacristía y sumisión, que los incapacita para aportar criterios propios y se convierten en obedientes repetidores de las palabras del líder, sujeto de culto por atribuirse un carisma “único” e “irreemplazable”.
Es una visión unidireccional en la que "los no-clero" no tienen voz ni poder en las decisiones eclesiales, por más que se los mencione en las predicaciones, se los convoque a sínodos y se les achaque todo el tiempo que la iglesia anda mal “por su falta de compromiso”.
Este clero paternalista se indigna cuando la sociedad no reconoce su supuesta superioridad moral. Les cuesta convivir en una sociedad pluralista y democrática a la que todavía no llegan a entender en su imaginario social jerarcológico y de casta. Viven de la secreta nostalgia de cristiandades y autoritarismos nacionalcatólicos, donde sí tenían peso, por esa mutua connivencia con el poder civil que los llenaba de privilegios y perseguía a sus “adversarios”.
El Paternalismo manipulador
Su paternalismo religioso implica que el sacerdote asume una actitud protectora y autoritaria hacia sus feligreses, subestimándolos como seres infantiles que necesitan ser controlados para tomar las decisiones "correctas", en temas espirituales o prácticos.
Al minusvalorar al laico, solo le transmite un fideísmo y pietismo sin una enseñanza profunda de contenidos teológicos y de la Doctrina Social de la Iglesia. Considera que enseñar es perder el tiempo, que lo importante es la obediencia total al cura, lo “de toda la vida”.
El término "paternalismo" proviene de la figura del padre, que se considera la autoridad moral y protectora dentro de una familia, y esta idea se transpola a una jerarquía eclesial preocupada en resaltar su diferencia y superioridad. Con mucha facilidad el clericalismo suele identificar el misterio de Dios que anuncia, con sí mismo, olvidando aquello de ser “vasijas de barro” (2 Cor 4) y exigiendo para sí actitudes reverenciales que exceden el simple respeto. A pesar que Jesús mandó que no se dejaran llamar maestros o padres (Mt 23,8), un claro mandato de humildad y servicio.
El paternalismo es una forma de manipulación de conciencias. Una adhesión ciega a sus enseñanzas. Lo curioso es que, los clérigos, dado su proclamado aislamiento “sagrado” y superior de lo mundano, desconocen el mundo y la vida real, sobre la que quieren asesorar y dirigir.
Una actividad donde el paternalismo de estas visiones sectarias se hace sentir es la dirección espiritual. Esta práctica ha dado muchos frutos en la Iglesia, pero no es inocua o acertada en todos los casos. Muchas veces causa abuso emocional, manipulación y aprovechamiento de la vulnerabilidad del feligrés por la asimetría que supone. En otros ha generado dependencia, falta de crecimiento y madurez en la toma de decisiones de la vida.
El Papa Francisco prefiere hablar de “acompañamiento espiritual”, como una práctica inherente a miembros de una comunidad fraterna y que puede ser ejercida también por laicos, dada su condición bautismal. (Papa Francisco a los sacerdotes de Roma, 24/20/23). Relativiza así su "áurea" para una elite exclusivamente clerical.
Otras manifestaciones del paternalismo problemático:
Un clásico del paternalismo es el uso emocional de la culpabilidad, el miedo y la vergüenza para mantener el control sobre sus prosélitos. Esto puede llevar a sus miembros, adiestrados en el “temor reverencial”, a seguir ciegamente las indicaciones del dirigente religioso por temor a la condena o al rechazo de su grupo cerrado de “elegidos”.
Esta sumisión excesiva e ingenua hacia esos dirigentes, ha llevado en algunos casos a descuidar cándidamente la protección de los niños, favoreciendo una cercanía inapropiada entre estos y los clérigos. Muchos casos de pederastia son un trágico reflejo de esta negligencia. Los curas no solo llevan en sí las consecuencias del pecado original que tenemos todos, sino que han sido condicionados por un peligroso cercenamiento de su persona, en una estructura deshumanizante como es el celibato obligatorio y una vida solitaria que en la práctica no da cuentas a nadie y tiene la facilidad del secreto y el ocultamiento.
El clero, por más que cuente con excelentes personas, no ha vivido ni ha sido formado para interactuar con el laicado, los niños y menos aún con la mujer, a la que se excluye explícitamente de casarse con los sacerdotes, por el “peligro” que esto acarrearía al cerrado sistema clerical.
La reforma de la formación del clero del Vaticano II no se produjo. “Se volvió al seminario tridentino: seminaristas formados entre cuatro paredes, representantes de lo sacro y adiestrados para recordar litúrgicamente el sacrificio de un inocente, separados del resto de los cristianos y supuestamente superiores en dignidad y santidad. La Iglesia no será jamás sinodal mientras sea gobernada por el “hombre sagrado” (J. Costadoat, Unisinos)
Costadoat habla la necesidad de “desacerdotalizar, desacralizar o desclerizalizar el ministerio, ya que el “hombre sagrado” que inspira temor sacro, que establece distancias con el mundo y las personas, que se viste distinto, que lleva en su propia psiquis una escisión entre la perfección que debe representar y la imperfección que esconde”. (RD, 7/11/24)
De los abusos de conciencia a los abusos sexuales hay poco trecho. Vencido los límites psicológicos de la confianza, el camino está allanado a cualquier cosa. Mucho abuso “típico”, está vinculado con confesión auricular que obliga a la revelación de la intimidad, un manoseo de la interioridad “en nombre de Dios”.
Pero el Dios de Jesucristo es más respetuoso con la intimidad humana que las disposiciones abusivas con las que el clericalismo, para resaltar su poder, impone innecesarios requisitos a los sacramentos y normas intimidantes en el derecho canónico, que conllevan una proliferación de pecados "mortales" por todos lados y una ceguera a las estructuras de pecado, que son el caldo de cultivo de los verdaderos.
Ni que digamos de los procesos canónicos como el de las nulidades matrimoniales, llenos de preguntas íntimas y humillantes, y no solo en la época de “Escándalo en la Asamblea”, el libro de 1971 en el que Morris West relataba casos verídicos de estos vejatorios “trámites canónicos”. Afortunadamente Francisco ha simplificado bastante tales procedimientos, más acorde al espíritu conciliar.
Manipulación de conciencias: El control sobre el pensamiento y la voluntad
La manipulación de conciencias busca imponer creencias, pensamientos, decisiones o sentimientos en una persona, restándole libertad y autonomía. Es el abuso de la autoridad clerical para controlar o moldear las vidas de los fieles de manera coercitiva.
Constituye verdadero “lavados de cerebro”. Stalin, que había estudiado en el Seminario Teológico de Tiflis, encontró en la inquisición y la confesión un modelo a seguir en sus métodos de “reeducación” para los disidentes del sistema. Lavar el cerebro a alguien significa darle forma, moldear, los flujos de información que lo definen en los planos interno y externo, eliminando la libertad de control en función de sus propias conveniencias e intereses.
La manipulación y la coerción religiosa, aunque aplicadas en contextos muy distintos, comparten el uso de la ideología dominante para someter conciencias. El poder se perpetúa a través de la despersonalización del individuo, forzando a las a seguir una doctrina “oficial”, y castigando a quienes se desvían.
Una visión dogmática e inflexible de la fe que descalifica cualquier interpretación alternativa manipula feligreses inseguros y vulnerables. La imposición de doctrinas absolutas sin espacio para la reflexión o el debate crea un colectivo que se retroalimenta y donde los creyentes se sienten obligados a aceptar esa autoridad religiosa sin cuestionar, que les da una falsa seguridad, como hace cualquier otra secta.
Seguramente vienen a la mente de los lectores todas aquellos movimientos, congregaciones y ex prelaturas personales que, bajo el estandarte de la máxima ortodoxia, aún ponen en práctica estos métodos inquisitoriales. Aquellos que logran escapar dan testimonio de la destrucción de la personalidad que han vivido. Esos grupos de ultracatólicos son conservadores de su religión y la injusticia social del mundo, y cada día tienen más denuncias por abusos de todo tipo.
Superar el clericalismo y el paternalismo de una visión sectaria de la Iglesia
Para superar estas dinámicas, es esencial fomentar un modelo de Iglesia que volviendo al Evangelio de Jesús de Nazareth, promueva la igualdad, la participación activa de los laicos y la libertad espiritual de los creyentes. Algunas formas de lograrlo incluyen:
Promover una Iglesia de comunión: una relación más horizontal entre los clérigos y los laicos, donde los sacerdotes sean verdaderos servidores de la comunidad, en lugar de ejercer un control autoritario.
El respeto a las personas, que reformule la evangelización como "contagio" y no como proselitismo y mucho menos como coerción, algo de lo cual la Iglesia ha pedido perdón histórico numerosas veces en las últimas décadas. Ser testigos de la alegría de la Misericordia de Cristo que acompaña, perdona y humaniza.
Fomentar la autonomía y el discernimiento personal que hace crecer. El objetivo siempre debe ser el crecimiento de las personas, no la sumisión a un sistema cerrado.
Promoción de la corresponsabilidad: una mayor participación real de los laicos en la toma de decisiones y en la vida de la Iglesia mediante una seria formación teológica , una espiritualidad comprometida con la justicia social, el empoderamiento de las mujeres.
La sociología de las instituciones ha encontrado que muchas de ellas son herméticas a intentos de transformación que vengan desde fuera o de los mismos laicos, periféricos al poder clerical. Sólo desde dentro, de parte de quienes conocen el modus vivendi y operandi de ellas pueden surgir alternativas superadoras.
Difícilmente lo hagan quienes se siguen beneficiando de ellas consciente o inconscientemente ya que están condicionados por un sesgo cognitivo de difícil superación.
El perfil de una auténtica reforma de la Iglesia requiere al sacerdote casado, profeta que ha vivido en el meollo de la élite clericalista que rechazó y al abandonarlo ha sido estigmatizado y perseguido por ese sistema. Alguien con esa experiencia poliédrica dentro y fuera de la institución, cuenta con los recursos para un cambio real en las estructuras de clericalismo y paternalismo que la asolan.
Conclusión
El clericalismo y el paternalismo, manipulan consciencias para la perduración modelos de institución cerrada, una corporación enviciada en ocultar abusos. Crean estructuras de poder disfuncional que anestesia individuos y comunidades. Es esencial transformar estas dinámicas hacia una Iglesia más inclusiva, participativa y respetuosa de la autonomía personal, donde tanto los clérigos célibes y casados, como los laicos puedan vivir una fe madura, libre y creativa.
El desafío de la Iglesia hoy es la misma que hace dos mil años en el primer concilio de los Apóstoles: ser una secta clerical o ser Pueblo de Dios abierto e inclusivo.
Amo la Iglesia y al catolicismo. Pero sólo un pensamiento crítico de situaciones abusivas actuales provocadas por una visión clericalista y sectaria, puede llevarnos a vivirlos y proponerlos en plenitud. De su reconocimiento, arrepentimiento y reparación nacerá una iglesia renovada.
Solo una pertenencia adulta, sin clericalismos ni paternalismos, inclusiva, puede reproducir al Señor entre los hombres, sino lo religioso seguirá siendo una fantasía, de esas que el filósofo llamaba “opio”. Cuando uno ve iglesias vacías, indiferencia, prejuicios y fobia masiva a la institución, duele esencialmente, la ausencia de la fascinante novedad el Evangelio anunciado a los pobres (Lc 7,22).
Guillermo Jesús Kowalski
Religión Digital