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CANÁ: ¿UNA BODA O UNA CATEQUESIS CON SÍMBOLOS?

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Juan 2, 1-11

Caná era una aldea de Galilea. El evangelio de Juan la nombra varias veces; por ejemplo, después de expulsar a los mercaderes del templo o tras el encuentro con la samaritana.

La boda era uno de los acontecimientos más importantes de la vida social de Israel. Era una ocasión para hacer alianzas entre familias. Tras largas negociaciones, la boda marcaba el final feliz de un proceso. Otras veces se casaban personas con lazos de sangre, para que la herencia no saliera de la propia familia.

A veces, los padres de familia comprometían a sus hijos/as cuando todavía eran pequeños y esperaban a que tuvieran entre 13 años y 18 años para celebrar el matrimonio. Al casarse y tener hijos, la pareja engrandecía al pueblo y era cauce de la bendición de Dios.

La celebración podía durar una semana. Se reunían las familias, en un sentido muy amplio, las amistades y el pueblo.  Los invitados solían aportar víveres para contribuir al gasto de comer y beber en abundancia durante esos días, en los que se suspendían los ayunos religiosos habituales.

El vino era imprescindible como bebida habitual, ante la dificultad de encontrar agua potable en los manantiales. En los viajes se solía llevar el cuerno de un animal lleno de vino, como si fuera una cantimplora (pensemos en texto del buen samaritano). Salvo que la pobreza lo impidiera, cada familia tenía en casa algunas cántaras de vino para su propio consumo.

Si tenemos en cuenta estas costumbres de la época, el texto presenta bastantes incoherencias:

a) Era impensable que en una boda en la que había mayordomo y sirvientes se acabara el vino. Era un honor endeudarse para celebrarla por encima de sus posibilidades.

b) En el caso de que se hubiera acabado el vino ¿tuvo que solucionar el problema una mujer invitada a la boda?

c) Las tinajas para guardar el agua solían ser de barro (como nuestros botijos), pero el barro podía guardar impurezas, por eso había también grandes tinajas de piedra que se consideraban más puras y apropiadas para conservar el agua que se utilizaba en las ceremonias de purificación ritual. ¿En una casa de una aldea había 6 tinajas, con 100 litros de capacidad cada una, para purificarse?

d) Nos presentan a una familia rica, con mayordomo y sirvientes. Si fuera un hecho histórico, ¿tendría sentido que el novio guardara el vino bueno para el final y el mayordomo no lo supiera?

e) ¿Por qué los invitados a la boda no cayeron rendidos a los pies de Jesús, tras hacer un milagro tan grande? ¿Por qué no hay ningún dato, fuera de este evangelio, teniendo en cuenta que 600 litros de agua convertida en vino no hubieran pasado desapercibidos? ¿Por qué los otros tres evangelistas ni siquiera nombran la boda de Caná?

Si nos acercamos al texto con las claves que utiliza Juan, a lo largo de su evangelio, descubrimos la riqueza que nos ofrece una lectura teológica y catequética.

El evangelio de Juan, entre los capítulos 2,1 y 12,50, presenta siete signos (traducidos como milagros), que forman un bloque llamado “Libro de los signos”. El evangelista nos anuncia que se está produciendo algo nuevo, una nueva creación, Y esta novedad es una Buena Noticia, mucho más importante y profunda que cambiar el agua en vino. Cada uno de los signos va acompañado de una explicación teológica, para que comprendamos mejor su sentido, y no nos quedemos en la superficialidad del relato.

Por ejemplo, el vino era uno de los signos que expresaba que había llegado el tiempo mesiánico, tras unos siete siglos de espera. La presencia de Jesús, María y los discípulos son símbolo de la comunidad cristiana. Es decir, Juan nos anuncia un signo, en medio de la comunidad, en un contexto de celebración, de fiesta.

María ya no es sólo la madre de Jesús, tiene otra consideración, es un prototipo, es la madre universal. Es la mujer.

Para Juan “la hora” no se refiere al tiempo cronológico, sino a la hora de Dios, al momento apropiado (se utiliza el término kairós). Ni siquiera su madre puede marcar a Jesús esa hora, en la que tendrá que entregar su vida plenamente.

En la teología de Juan ya no tiene sentido el agua para purificarse, porque la purificación ritual ha dado paso a la celebración de la comunidad.

El versículo 11 nos da las claves teológicas para recuperar la Buena Noticia que encierra este texto: Jesús comenzó sus signos, manifestó su gloria y creció la fe de los discípulos en él.

Hoy es preciso probar el vino nuevo, saborearlo. A lo largo de la Historia, muchos hombre y mujeres místicos describen la experiencia de bajar a lo más profundo de su ser, a una bodega en la que saborean un vino añejo y experimentan una comunión profunda con el Dios que les habita. Y nos invitan a tener esa experiencia.

En consonancia con otros textos del evangelio de Juan, vemos que ya no hay que ir al pozo a buscar el agua (diálogo con la samaritana). Ya no hay que llenar tinajas para la purificación, porque en nuestras propias entrañas hay un río de agua viva que conduce a la vida eterna. Si quitamos el envoltorio de las costumbres, este texto nos ofrece claves para vivir el discipulado.

 

Marifé Ramos González

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