TOMEN NOTA, SEÑORES OBISPOS
Juan ZapateroConocen ustedes, señores obispos, las palabras de la obispa episcopaliana Mariann Edgar Budde, pronunciadas en la Catedral Nacional de Washington, durante el Servicio Nacional de Oración, con motivo de la toma de posesión de Trump como presidente de los EEUU.
No encuentro, en nuestro diccionario, calificativos suficientes para atribuir a dichas palabras su verdadero y profundo significado.
Si lo miro desde la perspectiva humana, solo puedo calificarlas como decididas y valientes. Muy valientes, diría incluso, si tenemos en cuenta a quien iban dirigidas en ese momento, nada menos que al hombre que se cree más poderoso del mundo. Y, lo que aún es peor, al hombre que se considera enviado por Dios para salvar a la humanidad.
Si nos adentramos en la vertiente religiosa, no puedo por menos de considerarlas como profundamente proféticas y en total consonancia con el Evangelio de Jesús.
Qué sana, no sé si se puede decir también santa, envidia siente uno, cuando oye pronunciar semejantes palabras a una ministra de una iglesia cristiana. Qué subidón, al constatar que solamente han podido ser pronunciadas por alguien, a quien en ese momento, el Espíritu le ha infundido sus dones, concretamente el don de sabiduría y el don de fuerza.
Perdónenme ustedes mi atrevimiento, pues considero que no soy nadie como para darles lecciones a sus Excelencias reverendísimas. No son lecciones lo que les quiero dar. Pretendo sencillamente mostrarles mis sentimientos.
Son pastores ustedes de millones de católicos, pertenecientes a un país aconfesional, según la Constitución, como es el nuestro, pero que, sin embargo, gozan de una autoridad moral muy grande, a pesar de la que han perdido y se han dilapidado desde unos tiempos a hoy, debido a procederes muy tristes y lamentables que han tenido lugar dentro de la Iglesia. Pero no es de esto de lo que quiero hablar en este momento, aunque por ganas no me queda, debido a su tremenda gravedad.
Saben ustedes, igual que yo, que somos un país de llegada de inmigrantes. Me gustaría decir que somos un país de acogida, pero, tal y como están las cosas en esta cuestión, muy agravadas en los últimos tiempos, me temo que estemos en las antípodas de ello. Día sí y día también se suceden escenas trágicas en nuestras costas, a las que intentan llegar pateras cargadas de inmigrantes hacinados, menores de edad muchos de ellos. Frente a los esfuerzos de acogida por parte de organizaciones solidarias, se levantan las voces inmisericordes de ciertos partidos políticos y asociaciones afines que piden que se les deje a su suerte en el mar o se les repatríe de forma inmediata. Amén de criminalizar, también, a quienes han logrado entrar, y, de entre ellos, de manera más contundente, a quienes aún no han conseguido los papeles de regularización. Acusándolos de que, más pronto que tarde, acabarán destrozando nuestra buena moral y nuestras sanas costumbres.
Qué casualidad que dichos partidos, junto a los grupos y asociaciones que les apoyan, se declaren católicos, hijos obedientes de la Iglesia y defensores a ultranza de los principios católicos de esta.
En ningún momento los he oído a ustedes, como jerarquía eclesiástica, denunciar semejantes aberraciones y a los grupos políticos que las apoyan y las difunden. A veces quiero pensar, por lo que intuyo según lo que les oigo decir en algunos momentos, que lo que ustedes pretenden es no meterse en cuestiones políticas ni inmiscuirse en temas partidistas.
Claro que a un servidor semejantes palabras le suenan a excusas baratas y a no quererse implicar debido a las posibles consecuencias que les pudieran acarrear, traducidas en retirada de ciertos privilegios, principalmente.
Claro que, cuando se trata de otras cuestiones morales, dígase el matrimonio homosexual, por poner solo un ejemplo, les falta a ustedes tiempo para salir en tromba, atacando con fuerza. Y, si no, que se lo pregunten a los diocesanos de Alcalá de Henares, tiempo atrás, o a los actuales fieles de la diócesis de Oviedo, por citar solo algunos.
No saben ustedes, señores obispos, cómo se agradece una bocanada de aire fresco, con sabor a Evangelio, como la que nos ha dado la obispa Mariann, en medio de una sequía de nada o de lo contrario.
Y, además, con efectos colaterales muy positivos, pues ha tenido que ser, precisamente, una mujer quien haya recordado a este gran mandatario que el proyecto de Dios está en las antípodas del suyo.
Les ruego, les suplico, señores obispos, que tomen nota y utilicen su palabra para denunciar a quienes pretenden conculcar la sagrada ley de Dios, que nos recuerda que la verdadera religión consiste en acoger al extranjero y al pobre.
Juan Zapatero Ballesteros
Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.
Tf 659339249