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KIT DE SUPERVIVENCIA

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El apuro ordena. Celebramos que las autoridades europeas nos inviten a ir conformando un kit de supervivencia, por más que los vegetarianos lo tenemos más “crudo” para almacenar provisiones bajo el entarimado.

Ni Putin, ni el tornado despistado, ni las inclemencias y cambios climáticos deberían amenazar la continuidad de la aventura humana sobre la Tierra. Puestos a elaborar estos “kits”, conviene consensuar contenido, colocarlo al alcance de la ciudadanía. El kit puede ser también conformado por vacíos, puede ser una ausencia, un desinflarse el músculo guerrero., una retirada por ejemplo de todo el acero afilado, hiriente, mortal. Quizás la supervivencia era sencillamente el recuerdo escurridizo, la memoria volátil de que estábamos destinados a vivir como hermanos; traer en definitiva al presente el mensaje de grandes seres que nos empujaron en nuestro desafío evolutivo, que nos invitaron a salir al paso del semejante, no a combatirlo.

El futuro no se garantiza con bunkeres bajo tierra, sino a la luz del día, con el sentir y el hacer por el otro. No sobreviviremos acumulando temores, sino “valores” que no cotizan en ningún parket. Nos prolongaremos haciendo acopio de intangibles. Incluso las latas un día también acaban caducando, no por el contrario las “conservas” de fe, espíritu y voluntad para transformar esta realidad demasiadas veces severa. En efecto, esto de los kits de supervivencia y sus manuales no son invención de la Unión Europea y sus actuales y voluntariosos mandatarios. Es preciso apuntar que ya pasaron por la tierra nobles almas pregonando elementales pautas de ese manual. Invitaron al humano no tan sólo a sobrevivir, sino a hacer de la Tierra un jardín de belleza, armonía, mutuo apoyo y colaboración. Para perdurar, habíamos de dejar a un lado el otro kit del combate, ya militar, político o financiero; habíamos de trascender de una vez por todas el paradigma de la confrontación. Al hermano no se le asfixia con aranceles.

La Tierra no era sólo un espacio para sobrevivir, sino un verdadero edén para gozar de la dicha de vivir como gran familia planetaria. Por muchos misiles que aún sobrevuelen cabezas, no deberíamos renunciar a nuestro superior destino humano. Según las escrituras hindúes y tal como reza el Bhagavad-gītā, ya en el 3228 a. de C.  Krishna encarnaba para la protección de “los virtuosos” y el restablecimiento de la rectitud. Quizás un abundante aderezo de virtud habría que incluir en el kit. Más tarde, hace 2500 años el Buda, (el despierto, el iluminado, el que no necesita “kits” porque siempre sobrevive) por nombre Shakyamuni, nos indicó que para sobrevivir era preciso liberarnos de la ignorancia y del apego.

Después vino el Hijo del humilde carpintero de Nazaret que nos invitó a querernos, apoyarnos, sostenernos los unos a los otros. Quizás la supervivencia humana no requería acumulación de latas de sardinas y de carne, sino de reunión de reservas de amor y entrega en nuestros corazones. Las grandes almas no instituyeron religiones, nos animaron a crecer y desarrollarnos. Desearon protegernos de nosotros mismos, de nuestras propias sombras que sólo comportan mutua autodestrucción. Más recientemente llegó el Evangelio verde a nuestros oídos, ya de boca de profetas, ya de legos. Hablaban de que la Tierra es nuestra Madre y que debemos cuidarla; recordaban que el futuro y por lo tanto la sobrevivencia pasa por una vida menos consumista, más ghandiana, sencilla y austera.

Atenderemos por lo tanto Sus Mensajes y el de otros excelsos Mensajeros que derrocharon clara luz. No iremos a por latas al “super”, sino al encuentro de quien en algún torpe día apartamos, de quien proscribimos de nuestra esfera. Si finalmente quiere sorprendernos el último día, que nos coja, no tanto con la despensa llena de provisiones, sino con la paz colmando nuestra interior alacena.

 

Koldo Aldai Agirretxe

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