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SEGUIR A JESÚS ES DEJAR DE VIVIR PARA EL YO

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Lc 14, 25-33

(A Raimon Panikkar, fallecido el pasado día 27.08.10)

La doble comparación con que se plantea el seguimiento es concluyente: ninguna empresa llegará a buen término si no se cumplen las condiciones que requiere. En ese caso, más vale ser lúcidos y no iniciarla, si se quiera evitar el fracaso.

La "empresa" de que aquí se habla no es otra que "ser discípulo" de Jesús. Y las condiciones que requiere se nombran con claridad: posponer a la propia familia y a sí mismo, llevar la cruz cada día y renunciar a todos sus bienes.

"Ser discípulo" no tiene nada que ver con el mimetismo o la imitación; tampoco con el seguimiento sumiso y acrítico. Es cierto que, con frecuencia, se ha podido entender así porque, en un nivel de conciencia mítico, la "obediencia ciega al jefe" era valorada por sí misma, como condición de éxito o de salvación.

Al pasar del estadio mítico al racional, se hace evidente que el "seguimiento", que nace de una convicción interior, no puede sino coincidir con lo que es la propia "autorrealización": seguir a alguien no puede ser en ningún caso diferente a "ser uno mismo". El seguimiento brota, pues, de una "sintonía profunda", que se traduce en una "comunión" de valores y hasta de formas de vida.

Pero, en un nuevo cambio de nivel –del racional al transpersonal, del modelo mental de cognición al modelo no-dual-, el modo de entenderlo se ve radicalmente modificado.

En el modelo mental (dual), todavía el maestro se ve como alguien "separado", que "reclama" obediencia o asentimiento. En el modelo no-dual, sin embargo, un auténtico maestro es el "espejo" que nos refleja, "recordándonos" o haciéndonos ver quiénes somos.

Su presencia produce en nosotros una "resonancia" interior, difícil de explicar, pero absolutamente iluminadora y motivadora. Con frecuencia, ni las palabras son necesarias; es su misma Presencia –la Presencia que él es y vive sin mezcla de ego- la que "despierta", activa y moviliza la misma Presencia que somos.

Lo que se ha producido es una "resonancia sin yo" –el verdadero maestro no se identifica a sí mismo como yo separado-, por lo que el seguimiento no es sumisión, sino sencillamente "reconocimiento" gozoso en la Presencia plena y no-dual.

Por eso, sólo desde esta experiencia pueden comprenderse en toda su verdad las "condiciones" a las que alude el texto. Aunque, con rigor, en este nuevo estadio no se ven ya como "condiciones", sino como "consecuencia".

La nueva experiencia –en nuestro caso, lo que Jesús vio y vivió- modifica la forma en que se percibe toda la realidad: los bienes, los otros, la familia, el sufrimiento, el propio yo... Si se modifica la percepción que se tiene de la propia identidad, ¿cómo no habría de verse modificado, en la misma medida, el modo de ver el conjunto de lo real?

Quien se reconoce como Presencia no-separada de nada ("El Padre y yo somos uno"), deja de vivir para el yo: eso, y no otra cosa, es seguir a Jesús. A partir de ahí, todo lo que nos ocurre puede ser recibido como "maestro", del que podemos seguir aprendiendo a reconocer, vivir y establecernos en la nueva identidad descubierta.

Los mismos acontecimientos que, vividos desde el yo, pueden desestabilizar y romper, son vistos ahora como "oportunidad" para seguir realizando el aprendizaje más importante: descubrir quiénes somos.

Es lo que quiere subrayar el poema del Rumi, el gran místico sufí del siglo XIII:

 

"El ser humano es una casa de huéspedes.

Cada mañana, un nuevo recién llegado.

Una alegría, una tristeza, una maldad,

que viene como un visitante inesperado.

¡Dales la bienvenida y recibe a todos!

Aun si son un coro de penurias que vacían tu casa violentamente.

Trata a cada huésped honorablemente,

él puede estar creándote el espacio para una nueva delicia.

El pensamiento oscuro, la vergüenza, la malicia,

recíbelos en la puerta sonriendo

e invítalos a entrar.

Agradece a quien quiera que venga,

porque cada uno ha sido enviado

como un guía del más allá".

 

Cuando ese "cambio" se ha producido, la vida misma se percibe de un modo nuevo. Un modo incomprensible y hasta "absurdo" mientras estamos identificados con el yo, pero autoluminoso e integrado para quien ha experimentado la Presencia que somos.

Ramesh Balsekar, un gran maestro espiritual que falleció el año pasado, lo expresaba de este modo:

"En cualquier momento, cualquier cosa que se manifieste es perfecta. Si esto se comprende en profundidad, se da la bienvenida a cada momento, y cualquier cosa que este momento nos traiga -"buena" o "no-buena"- es aceptada sin juicio, sin expectativa ni ansiedad.

Es esta actitud de aceptación la que es verdadera libertad, libertad de la expectativa y del deseo, libertad del miedo y de la ansiedad.

Cuando esto se comprende en profundidad, no te preocupas por lo que pasa, por los pensamientos o acciones que se producen, ni por las emociones que surgen..., todos ellos son observados....

Dicha aceptación conduce a aceptar el organismo cuerpo-mente como un mero instrumento a través del cual Dios o la Conciencia como Sujeto se expresa a sí misma objetivamente. Aceptación significa simplemente "permitir" que ocurra cualquier cosa que esté ocurriendo...

La esencia de la comprensión es la aceptación del hecho de que la vida, o el vivir, no es un volumen de agua estancada, sino un río fluido...

La paz mental consiste en no aferrarse a la vida para que sea segura para nosotros, sino en "soltar". Es bastante irónico que la comprensión última venga no por aferrarse a los conceptos relativos a Dios, sino por soltar todo concepto relativo a Dios"

(R. BALSEKAR, en A. JACOBS [compilador],
La sabiduría de Balsekar. La esencia de la Iluminación,
expuesta por uno de los principales maestros del Vedanta
Advaita, Gulaab,

Madrid 2005, pp. 22-24).

Es claro que esta aceptación no puede vivirse sin una desapropiación del propio yo –Jesús diría: sin "negarse a sí mismo"-, por lo que podemos comprender el realismo lúcido que contienen las comparaciones sabias del Maestro de Nazaret, en el texto que estamos comentando.

Por decirlo de un modo más concreto y "práctico": Cuando aprendemos y somos capaces de atender a cualquier cosa que se presente –cualquier "huésped", diría Rumi-, sin enredarnos en "historias personales" o cavilaciones mentales, terminamos descubriendo que el "núcleo" de todo lo que ocurre es Presencia, Quietud, Vida..., es decir, la verdad de lo que somos.

Si la "cáscara" de lo que se presenta te parece dolorosa y desagradable, párate. No le des vueltas; tampoco lo niegues, lo minimices ni lo reprimas. Atiéndelo y siéntelo sin pensar en ello ni recrearte en historias mentales.

Poco a poco, notarás un "espacio" que se abre a su alrededor y caerás en la cuenta de que tienes un sentimiento doloroso, pero que tú no eres ese sentimiento. Si sigues manteniendo la atención desnuda, emergerá una Quietud de fondo, la Quietud que eres, "la paz que supera todo razonar" (Carta a los Filipenses 4,7), porque está "más allá" de la mente.

 

Enrique Martínez Lozano

www.enriquemartinezlozano.com

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