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EL "DISCURSO PROGRAMÁTICO" DE JESÚS

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Lc 1, 01-04 + 4, 14-21

En consonancia con el modo de hacer propio de los historiadores de la época, Lucas inicia su obra (Evangelio y Libro de los Hechos de los Apóstoles) con un prólogo, en el que, tras mencionar al destinatario, deja constancia de su propio trabajo de investigación.

Desconocemos si el destinatario era un personaje real –algún mecenas o personaje ilustre, conocido en la comunidad- o se trata, simplemente, de un juego literario para referirse, sencillamente, a cualquier lector: el término "theo-filos" significa "amigo/amado de Dios".

El prólogo reconoce expresamente que, entre Jesús y el autor, hay toda una generación de "testigos y predicadores de la Palabra". Entre líneas, podemos advertir que se habla de un trabajo redaccional ("muchos han emprendido la tarea de componer un relato") y otro previo tradicional ("siguiendo las tradiciones transmitidas").

Tras aludir a ese recorrido generacional, el autor certifica su trabajo de comprobación y su interés por hacer un relato ordenado, con un objetivo declarado: fijar la verdad y solidez de la doctrina ("para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido").

Desde nuestro modo moderno de concebir el trabajo historiográfico, podríamos pensar que este prólogo exige una lectura literal del texto. Pero una vez más es necesario insistir en que esa actitud es totalmente anacrónica. El concepto de "historia" que ellos manejaban no estaba en absoluto reñido con el recurso al relato simbólico ni alegórico. Para ellos era suficiente la certeza de estar transmitiendo lo que creían como "verdad"; el "modo" de transmitirlo era algo secundario.

Tras el prólogo, saltándose los relatos de la infancia, el bautismo y las tentaciones, el texto que leemos hoy nos sitúa en el comienzo de la llamada "actividad pública" de Jesús con la proclamación de lo que, en este evangelio, constituye su "discurso programático".

Lo primero que llama la atención es la presentación que Lucas hace de Jesús como alguien que es movido "por la fuerza del Espíritu". No siempre somos conscientes de las "fuerzas" que nos mueven en nuestro vivir cotidiano, ni tampoco de las motivaciones reales que nos impulsan. Jesús llamaba la atención por la claridad de sus motivaciones y la coherencia con las mismas: es el hombre íntegro y fiel, lúcido y transparente. Se deja conducir por lo más profundo de sí mismo, por el Espíritu: deja que Dios se viva en él.

Y llama igualmente la atención que Lucas haya colocado precisamente esta escena para iniciar el relato de la actividad pública de Jesús. Marcos y Mateo situarán la visita de Jesús a Nazaret bastante más tarde (Mc 6,1-6; Mt 13,53). No hay duda de que Lucas persigue un objetivo claro: hacer de este discurso en Nazaret el programa de lo que va a ser toda la actuación de Jesús en Galilea.

Parece claro, por tanto, que las cosas no pudieron ocurrir históricamente de ese modo: nos hallamos en el inicio mismo de la actividad. Se trata del modo que el autor ha elegido para decir a sus lectores quién es Jesús.

Para ello, recurre a un texto de Isaías (61,1-2), que reproduce en su literalidad..., excepto en una frase, que Jesús omite. Se trata de la expresión de Isaías que habla del anuncio del "día de venganza para nuestro Dios".

Esa omisión no es casual ni insignificante, sino intencionada y trascendental. En el texto de Isaías, como en prácticamente todas las religiones, Dios aparecía con un rostro ambiguo: podía ser fuente de bendición, pero también de maldición; podía traer buenas noticias, pero también venganza y cólera. Se trataba de un Dios demasiado parecido a nosotros, en sus sentimientos y reacciones. La omisión de esa frase significa acabar definitivamente con cualquier rastro de ambigüedad en el lenguaje sobre Dios. Dios no es gracia o castigo, buena noticia o amenaza. Según Jesús, Dios es amor y sólo amor, compasión y bondad gratuita e incondicional.

Al leerlo así, probablemente captemos mejor la intención de Lucas cuando sitúa esta escena en el inicio de la actividad. Está presentando a Jesús como el "ungido" (literalmente, "mesías") de Dios, cuya misión consiste en ser "buena noticia" para todos ("pasar por la tierra haciendo el bien", tal como recogerá el mismo Lucas en el libro de los Hechos de los Apóstoles: 10,38). Y ser así, realizando ese programa de vida, como mostrará o desvelará el Rostro de la Divinidad.

Una vez leído el texto del profeta, la palabra de Jesús trae a todos al presente: "Hoy se cumple esta Escritura". En Lucas, se trata de un "hoy" continuado, siempre actual, con la única condición de que nos dejemos introducir en él. Es un "hoy" que bien podría traducirse por "aquí y ahora", al que venimos en cuanto detenemos la mente; el presente atemporal en el que todo está bien, donde todo es bendición, gracia, libertad y Vida. El Presente tampoco es ambiguo, sino que, abrazando los dos polos de la realidad relativa (el "bien" y el "mal"), se nos desvela como Plenitud.

Recordemos otros textos del mismo evangelio, en los que aparece este mismo "hoy". En el relato (mitológico) del anuncio del nacimiento de Jesús, los ángeles dicen a los pastores: "Hoy os ha nacido un Salvador" (2,11). Tras la curación de un hombre paralítico, símbolo de la humanidad aplastada, la gente proclama: "Hoy hemos visto cosas extraordinarias" (5,26). En el encuentro con el publicano Zaqueo, Jesús le dice: "Hoy tengo que alojarme en tu casa" (19,5), para terminar con una constatación: "Hoy ha llegado la salvación a esta casa" (19,9). Finalmente, ya en la cruz, al compañero de suplicio que le pide compasión, Jesús le responde con una palabra esperanzadora y cargada de vida: "Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso" (23,43).

Cada uno de esos "hoy" remite al lector a su propio presente. Por eso no pierden nunca actualidad..., siempre que el lector los acoja en esa misma clave.

Pero, antes que nada, nos muestran a Jesús como un hombre que vive en un presente consciente y descansado, sabio y pleno.

Mientras estamos identificados con nuestra mente, nos vemos condenados a vivir entre la nostalgia del pasado y la ansiedad del futuro. Perdidos en las cavilaciones mentales, no logramos salir de la maraña de pensamientos y emociones que llevan las riendas de nuestra vida, hasta hacer de nuestro "yo" una prisión que nos encierra en la ignorancia y el sufrimiento.

Por el contrario, la persona que "ha visto" ha descubierto el engaño de esa reducción y ha experimentado el Presente –la Presencia- como el "lugar" de la Plenitud. En la Presencia, experimenta que no falta nada, y que no hay nada que "esperar". Todo está ya; sólo hace falta verlo. Pero sólo lo vemos cuando tomamos distancia del "velo" de la mente.

Jesús es, en el sentido más hondo de la palabra, el hombre de la Presencia. No es extraño que su modo de estar impactara a la gente y desprendiera tanta vida. Quien vive establecido en el "aquí y ahora" es un espejo transparente de la Divinidad, Presencia plena y atemporal.

Esa forma de vivir se halla a nuestro alcance: todos ponemos tener acceso a ella. Basta con ejercitarnos en venir al presente, sin sobreexigencias ni perfeccionismos, sin tensión ni culpabilidad por no lograrlo, sino con paciencia y perseverancia. Una vez más, en Jesús vemos lo que el ser humano es capaz de vivir.

 

Enrique Martínez Lozano

www.enriquemartinezlozano.com

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