OVEJAS PERDIDAS
Carlos F. BarberáMe ha venido a la cabeza el texto de la parábola de la oveja perdida cuando se acaba de celebrar el Congreso de Teología en su XXXII edición. Tengo por seguro que para los obispos el Congreso de Teología es una oveja perdida. Y sin embargo, salvo una ya lejana visita de Osés, otra de Iniesta y una ponencia de Setién, ningún obispo ha considerado oportuno acercarse por allí. En treinta y dos años ningún obispo se ha sentido interpelado por la lectura de la parábola.
Cada mes el Boletín de la provincia eclesiástica de Madrid reproduce las actividades del cardenal Rouco y de los obispos de Getafe y Alcalá. Todas tienen que ver con las noventa y nueve ovejas del redil y ninguna con la oveja separada de él.
Este verano he leído el libro de José María Castillo, "Espiritualidad para desencantados". Si no me equivoco, la negativa de la orden jesuita a publicar este libro fue la gota que colmó el vaso y motivó finalmente su salida de la Compañía de Jesús. Pues bien, en dicho libro sostiene que uno de los obstáculos para seguir a Jesucristo es precisamente la Iglesia.
Argumenta Castillo que, ante la imagen actual que ofrece la Iglesia, no quedan sino dos salidas: el fundamentalismo o la marginalidad. Es decir, aceptar sin fisuras lo que esta Iglesia dice y hace o, pretendiendo seguir a Jesús, mantenerse en los márgenes de la institución. Él mismo reconoce que vivir en comunión con una institución y a la vez en la frontera de la misma es algo muy duro, que sólo aceptarán los que hayan hecho una experiencia eclesial suficientemente satisfactoria. En otro caso, ni siquiera tendrán ganas de intentarlo.
Estoy seguro de que muchos de los que lean estas líneas habrán dialogado en ocasiones con personas que han abandonado la Iglesia. Si la conversación recae sobre espiritualidad, sobre personas que encarnan las actitudes del Evangelio, incluso si se les habla del mismo Jesucristo, habrán encontrado interés y a veces entusiasmo. Pero en el caso de que les hayamos sugerido la posibilidad de volver a la Iglesia seguro que se han topado con una negativa tajante.
No parece que los obispos tengan demasiado interés en salir a buscar a la oveja perdida pero, en el caso de que se decidan a esa iniciativa evangélica, se pueden encontrar con la sorpresa de que la tal oveja, llegada a la majada, aproveche el menor descuido para volver a perderse. Lo hará si nada más llegar le conectan Intereconomía o dejan que le hable el portavoz de la Conferencia Episcopal o repasa las intervenciones de algunos obispos.
"Ne regardez pas la concierge mais entrez dans la maison", escribió una vez Paul Claudel a André Gide, en uno de sus intentos para llevarlo a la Iglesia. Lo malo es que si uno de nosotros ensaya hoy un paso semejante, lo más fácil es que el invitado no sólo encuentre una portera poco atractiva sino una casa –como muy bien señala Castillo- ocupada por fundamentalistas. Visto lo cual, antes que el calor de la casa es fácil que elija de nuevo el fresco de la intemperie.
No hace mucho, exponiendo estos argumentos en una reunión, me acusaron veladamente de estar favoreciendo esa cruzada laicista contra la Iglesia que no hace sino airear sus defectos y nunca sus virtudes y sus logros. Creo que no contesté entonces adecuadamente. Quiero, pues, hacerlo ahora.
Si esa cruzada existe, no es algo que deba sorprendernos; ya dijo Jesús lo que pasaría con el leño seco. La Iglesia no ha de temer esos ataques. A quien ha de temer es a Dios, es decir, ha de temer no cumplir lo que Dios quiere, traicionando así su propia esencia. Pero si busca el reino de Dios y la justicia, lo demás –el reconocimiento y hasta la admiración- se le dará por añadidura. No su reino sino el reino de su Dios, no la justicia para con ella sino la justicia para las víctimas, para los excluidos. Y Dios sobre todo y sobre todos.
Carlos F. Barberá
(una versión anterior se publicó en Alandar)