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JESÚS DE DIOS. DIOS DE JESÚS

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Amigos, amigas.

Hablemos ahora de Dios, con inmenso respeto.

¿Qué es y cómo es Dios para Jesús? ¿Cómo vive Jesús a Dios?

Los cristianos no podemos comprender a Jesús sino desde Dios y con Dios, ni podemos conocer a Dios sino desde Jesús y con Jesús. Jesús pertenece enteramente a Dios. Y el Dios de Jesús es enteramente Dios, un Dios enteramente digno de fe.

¿Dios es digno de fe? ¿Podemos hoy creer en Dios? Son tiempos difíciles para Dios, mejor dicho, para la fe en Dios. En la modernidad, Dios ha entrado "en eclipse" (M. Buber), y más aún en esto que llamamos posmodernidad.

Merece la pena mirar a Jesús, para ver qué camino hacia Dios nos muestra, o qué luz de Dios nos revela. Veríamos entonces que nuestros tiempos no son peores que otros para creer en Dios, sino más bien al contrario: son tiempos de gracia para creer en el Dios de Jesús.

1. Hablar de Dios y vivir a Dios

Jesús no nos habló mucho acerca de Dios. No era un "teó-logo". No nos dejó ninguna doctrina expresa y organizada acerca de Dios, del mismo modo que no nos legó una enseñanza teórica acerca del reino de Dios. Tampoco nos dijo nada directamente sobre su experiencia de Dios o su relación con Dios, sobre las que tanto querríamos saber.

Pero todo eso no es lo esencial, aunque así le parezca a nuestras necesidades ideológicas. Jesús "vivió" a Dios, "practicó a Dios" (G. Gutiérrez).

Aquello que siente, dice, hace... todo ello es provocado por Dios. Dios es su ámbito vital por dentro y por fuera. Dios es luz en sus ojos, calor en su corazón, energía en sus manos. Todo lo mira iluminado por Dios, todo lo percibe movido por Dios, todo lo hace empujado por Dios. "Jesús es el hombre que se complace en Dios" (E. Schillebeeckx).

Cuando mira los campos de trigo y las piedras del camino, a un hombre que siembra y a una mujer que amasa pan, o el sol y la lluvia, o a un padre o una madre, ve a Dios. Cuando ve a los campesinos pobres, a los leprosos marginados, a los enfermos y lisiados, a los publicanos y prostitutas despreciadas, se le despiertan dentro el dolor y la esperanza del reino de Dios, añora a Dios.

Hizo de Dios sentimiento interior, actitud vital, opción práctica. En consecuencia, cada mirada, palabra y acción de Jesús sabe a Dios. En cuanto piensa, dice y hace se percibe la huella y la semejanza de Dios. Nos revela a Dios en sus sueños, alegrías y penas, en sus palabras, decisiones y actos.

Toda su vida la convirtió en relato y parábola de Dios, en relato de buena noticia, en parábola de esperanza. Jesús no es "teólogo", sino "teo-practicante", practicante de Dios, y así revelador de Dios.

Si la vida de Jesús merece la pena, merece la pena creer en el Dios que Jesús nos revela y nos narra con su vida. Para nosotros, cristianos, no hay nadie que nos muestre como Jesús que merece la pena creer en Dios (y no para bien de Dios, sino para nuestro propio bien).

Nos revela que Dios es pura amistad y cercanía, ternura y solidaridad, y que cada persona humana y cada criatura constituyen el dolor y el gozo de Dios.

Y que, en medio de todas las sombras de nuestro mundo, el ser humano puede encontrar en Él un horizonte para mirar y un motivo para esperar, puede encontrar en Él cómo aliviar y cómo curar todos los estragos de nuestra historia.

2. A favor de Dios y contra los ídolos

No toda imagen de Dios es creíble. Un dios a quien no importan las heridas humanas y los anhelos humanos no es Dios y no es creíble. Un dios que hiere aún más al ser humano herido provocando miedo no es dios y no es creíble. Son ídolos, es decir: imágenes divinas opresoras que el ser humano fabrica amasando sus impotencias, miedos y sueños, y que coloca en un pedestal por encima de sí.

El dios narcótico que denunció Marx, el dios neurotizante que denunció Freud, el dios opresor que denunció Nietzsche... no son Dios. Y ellos nos hacen mucho bien denunciando tales ídolos, que están mucho más arraigados de lo que pensamos en nuestras ideas, hábitos y estructuras.

Hay mucha negación de Dios en nuestra teología, en la liturgia, en las instituciones eclesiales y en las instituciones del mundo que sacralizamos. Y como dice agudamente González Faus, "peor enemigo de Dios es con mucho la falsa imagen de Dios que la negación pura de Dios (al menos si es pura)".

Jesús no se empeñó en demostrar la existencia de Dios; en aquella época no era necesario (tan vez tampoco en la nuestra). Se empeñó, más bien, en mostrar con su vida a un Dios creíble, a un Dios "vivible" y vivificador.

También entonces, como ahora, había muchas imágenes de Dios que matan:

· la imagen de Dios ligada a la enseñanza de los escribas y al culto regido por los sacerdotes,
· la imagen de Dios vinculada al poder sagrado,
· la imagen del Dios de las normas de pureza y de los sacrificios del templo,
· la imagen de un Dios que premia a los buenos y castiga a los malos,
· la imagen de un Dios que justifica el estado de los pobres y de los enfermos,
· la imagen de un Dios que trae consigo el juicio y la destrucción del mundo.

Jesús pasó la vida combatiendo contra esos ídolos y defendiendo al Dios de la vida que hace vivir y es digno de fe.

"El Dios de Jesús es un Dios disidente" (E. Schillebeeckx). No disidente respecto del Dios de los judíos, sino respecto del dios de cierta ortodoxia y aristocracia religioso-política.

El Dios de Jesús es el Dios que está a favor de los niños, de los enfermos, de los pobres, de las mujeres, de los despreciados, de los lirios de los prados y de los pájaros del cielo. El Dios que quiere celebrar una comida alegre en su reino con todos los judíos y todos los paganos. El Dios que hace salir el sol todos los días para los justos y los pecadores. El Dios que vencerá el poder ciego del dinero. En resumen: el Dios que está a favor de la vida

Son dioses falsos no los dioses de "otras religiones", sino el dios que estrecha la vida y acobarda a la persona, sea dios judío, cristiano o musulmán.

Es Dios verdadero no el que nos enseñan los teólogos y profesores expertos, sino el que aumenta la felicidad de los seres, sea Dios judío, musulmán o hindú.

Por consiguiente, creer en Dios no es creer que Dios existe, o "creer" que Dios es así o asá, sino vivir la comunión, la confianza y el consuelo de Dios, y extenderlos con la vida. Así creyó Jesús.

3. ¿Jesús tuvo fe?

Hay quien se extraña de que se hable de "fe" a propósito de Jesús. ¿Es que Jesús necesitaba "fe"? ¿No era él Hijo de Dios y, en cuanto tal, no lo veía y lo sabía todo? ¿No vivía en la certeza de la relación inmediata con Dios?

El mero tratamiento de esta cuestión (la fe de Jesús) es bastante nuevo en la teología. A partir de Santo Tomás de Aquino (s. XIII), se decía que Cristo poseía la "visión beatífica", esto es: que Jesús en cuanto Hijo de Dios veía a Dios en todo momento cara a cara, como los santos del cielo (se imaginaba a los santos "viendo a Dios cara a cara") y, por consiguiente, no tenía necesidad alguna de "creer" (se pensaba que la fe consiste sobre todo en creer lo que no se ve...) La fe en Dios, pues, no sería cosa de Jesús, sino cosa sólo de quienes no vemos a Dios directamente. Ésta es todavía la postura teológica "oficial".

No creo que tengamos que mantener necesariamente este esquema, y ello por más de una razón.

· No es correcto contraponer la fe a la visión y al saber; la fe consiste ante todo en poner la confianza en Dios, y no en asentir a algo que no vemos.
· Si se acepta que Jesús era plenamente hombre y que sólo era Hijo de Dios en cuanto plenamente humano, entonces la "visión beatífica" directa de Dios parece algo artificial y difícil de conciliar con nuestra humanidad tal como la vivimos en esta historia. La "visión beatífica" no engrandecería a Jesús, y sí lo alejaría de nuestra experiencia, que tiene siempre un carácter de fragmentación y finitud en la historia.
· El mismo Nuevo Testamento habla de la fe de Jesús. En Mc 9,23, el padre del epiléptico pide a Jesús que cure a su hijo si puede, y Jesús le responde: "¿Dices que si puedo? Todo es posible para el que tiene fe". En opinión de muchos exégetas, Jesús se refiere a sí mismo al decir que "el que tiene fe lo puede todo". Si Jesús venció tantas enfermedades y a tantos "malos espíritus", fue gracias a su fe y a la fe de los propios enfermos.

Por eso puede afirmar el autor de la carta a los Hebreos: Tengamos los ojos fijos en Jesús, autor y perfeccionador de la fe (Heb 12,2). Jesús vivió en plenitud la fe que nosotros vivimos sólo a medias, imperfectamente; debemos, pues, tomarle a él como modelo y guía, para mantenernos firmes en el camino de la fe, en medio de dudas y desánimos: Pensad, pues, en él... a fin de que no os dejéis abatir por el desaliento (Heb 12,3).

¿Cómo era la fe de Jesús? Leyendo los evangelios, podemos decir que su fe poseía, al igual que la nuestra y mucho más aún que la nuestra, estas tres características: era una fe probada y oscura, una fe serena y pacífica, una fe práctica y viva.

4. Una fe probada y oscura

Jesús no lo "veía" todo claramente, ni lo "sabía" todo claramente. No poseía certeza sobre todas las cosas, ni mucho menos. No lo tenía todo fácil y al alcance.

Dice la carta a los Hebreos que fue probado en todo (Heb 4,15); que presentó oraciones y súplicas a Dios con grandes gritos y lágrimas (Heb 5,7; que aprendió sufriendo lo que cuesta obedecer (Heb 5,8).

Y dicen los evangelios que fue tentado (Mt 4,1-11); que no sabía cuándo y cómo iba a cumplir Dios su promesa ("En cuanto al día y la hora, nadie sabe nada, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, sino sólo el Padre": Mc 13,32); que sintió pavor y angustia (Mc 14,33); que en la cruz se sintió abandonado por Dios (Mc 15,34).

¿Se puede decir más? Nunca hubiéramos podido hacer semejantes afirmaciones con la teoría de Santo Tomás de Aquino sobre la "visión beatífica" de Jesús. Ahora bien, si la fe de Jesús no hubiera sido probada y oscura, ¿cómo podría él ser fundamento y modelo, compañero y consumador de nuestra fe?

5. Una fe serena y pacífica

Jesús conocía, pues, la ansiedad y la angustia. Pero no se puede decir que Jesús viviera ansioso y angustiado. Se muestra, más bien, tranquilo, equilibrado, dueño de sí y de la situación. Y no porque viviera al margen o por encima de todos los problemas de la vida, sino simplemente porque confiaba en Dios.

Cierto que también él tenía dudas y desalientos, pero era una personalidad segura de sí, mejor dicho, segura de Dios, por estar hondamente anclado en Dios y tener la profunda certeza de fondo de que estaba en manos de Dios como un niño. Una fe probada, sí, pero una fe confiada.

Aun en el pavor y la angustia de Getsemaní, llama a Dios "Abbá", "padre mío" (Mc 14,36); y en la agonía de la cruz y en su último suspiro, Lucas puede atribuirle estas palabras: "Padre, en tus manos confío mi espíritu (mi vida)" (Lc 23,46).

Confiar plenamente en Dios puede cambiarlo todo. Y la confianza es justamente la esencia y el milagro de la fe.

6. Una fe práctica y viva

Una fe convertida en praxis. La fe de Jesús no consistía en asentir a lo que no veía, sino en vivir la voluntad de Dios en plena confianza. "Que se cumpla tu voluntad, no la mía" (Mc 14,36). La voluntad de Dios consiste solamente en que vivamos felices y contribuyamos a hacer feliz la vida de los otros.

Así puede entenderse que Jesús pasó la vida haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él (Hch 10,38).

Sólo el que hace el bien puede ser feliz; y al mismo tiempo, a decir verdad, sólo en la medida en que somos felices podemos hacer bien a otro... También eso es fruto y milagro de la fe.

 

José Arregi


Para orar

DIOS AMIGO COMPAÑERO


Tú, mi Dios, Señor y Amigo,

Compañero de destino,

es bueno sentirte cerca,

cuando la noche se acerca

y se oscurece el camino.

 

Tú la fuerza de mi paso,

quien modela barro y vaso

Tú huella de mi sendero

Dios amigo... Compañero.

 

Mi lucha y mi derrota,

mi llanura y soledad,

mi canto, mi paz y mi pan,

mi Mensaje y Mensajero,

a quien quiero, por quien quiero,

Dios amigo, compañero,

Compañero, compañero...

 

María Isabel Pereda
Palabras a Dios y al Pueblo

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