DIOS APUESTA POR LA HUMANIDAD
José Enrique GalarretaLc 1, 39-45
En estos domingos hemos leído fragmentos del evangelio de Lucas, pero "al revés", empezando por el capítulo 3º ( la predicación del Bautista ) para retroceder ahora al capítulo 1º, en que el Bautista (y Jesús) están aún en el seno de su madre.
Lucas ha construido el principio de su evangelio como un anuncio del Mesías, haciendo un paralelismo sistemático entre Juan y Jesús:
· el capítulo 1º se dedica a la concepción y nacimiento del Precursor;
· el capítulo 2º a la concepción y nacimiento de Jesús;
· el capítulo 3º, en su primera parte, a la predicación del precursor; en su segunda parte, presenta a Jesús, señalado por el Bautista como "el que ha de venir". Así, Juan, desde el seno de su madre y en su predicación, es el Profeta enviado por Dios para "preparar el camino".
Nuestra liturgia ha invertido el esquema de Lucas: en los domingos anteriores vimos la predicación de Juan, y ahora retrocedemos a tiempos en que Juan y Jesús están en el vientre de sus madres. Esto se hace sin duda para preparar inmediatamente el acontecimiento del nacimiento de Jesús, puesto que la escena que leemos sucede nueve meses antes de él.
La clave de interpretación de estos textos nos la da la mención expresa y repetida de "El Espíritu Santo". Aquí es Isabel la que, llena del Espíritu, reconoce quién es la que le visita y quién es el que está ya en el seno de María.
Es la intención común de Lucas (y Mateo) con sus evangelios de la infancia: Jesús es "fruto del Espíritu". Primero en Juan Bautista como Precursor y luego en Jesús como Mesías, se está realizando la Obra de Salvación de Dios. Los ojos de carne no ven más que dos mujeres embarazadas, como más tarde en Belén sólo verán un niño pobre recién nacido; los ojos de la fe, por la fuerza del Espíritu, reconocen ahí la presencia de Dios Salvador.
Es una pena que el texto de Lucas haya quedado en la liturgia tan mutilado. A continuación de las palabras de Isabel vienen las de María, el cántico que llamamos el "Magnificat", en que se expresa la totalidad del anuncio: el Espíritu no muestra solamente un milagro de presencia sino un modo de presencia: el anuncio a los pobres y el rechazo a los poderosos.
Es también el mismo mensaje del relato del nacimiento: la señal ofrecida por Dios no es coro de los ángeles ni las luces celestiales sino un niño pobre que nace en una cuadra.
En el último Domingo de Adviento, la Iglesia centra su atención, más que en las ideas de "la venida del Señor", en "El que viene". El que viene es Jesús, y el anuncio más inmediato de la venida se hace en el Evangelio de Lucas que leemos hoy:
María está embarazada y su pariente Isabel es la primera "mensajera" humana del que va a nacer. Isabel proclama ya quién es el niño que aún está en el vientre de María, y para reconocerlo apela a la fe: hay que saber quién es este niño, que para los ojos normales será un niño normal y para los ojos de la fe será "El Señor".
Todo esto se introduce con el bello texto de Miqueas y se interpreta en el texto de la carta a los Hebreos.
Las palabras que pone Lucas en boca de Isabel forman parte, junto con las palabras del ángel en la Anunciación, de nuestra más bella oración a María: "Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre". Y las últimas palabras de la escena resumen extraordinariamente bien un eje esencial de nuestra fe:
"Dichosa tú que has creído
porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá"
Estas palabras nos centran en lo esencial de nuestra preparación de la Navidad: tiempo de creer, de intensificar nuestra fe en Jesús, en Dios Salvador.
Dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.
Estas palabras pueden entenderse como referidas a Israel. El nacimiento histórico del Mesías cumple sus esperanzas. Pero a nosotros nos importa más otro significado. Dios no nos va a defraudar.
La vida humana nos tienta a veces de desesperanza, y la contemplación de la locura del mundo nos lleva a pensar que Reino es una utopía forjada por la mente de un iluso, que pagó con su muerte en la cruz sus fantasías de salvación universal. Las dos preguntas más vitales son: ¿qué va a ser de mí? y ¿tiene remedio la humanidad?
El panorama de nuestra propia vida es de mediocridad consentida. No creemos en nuestra capacidad de cambiar. No sentimos la fuerza de la semilla, no experimentamos la levadura de Dios que va fermentando nuestra masa.
El panorama de la humanidad es trágico:
· inmensas multitudes de desamparados, de muertos de hambre
· enfermedades que podemos curar y siguen matando a los más pobres porque no es lucrativo fabricar los medicamentos adecuados
· niños que no saben más que matar
· enormes intereses económicos que fabrican muerte para hacer inmensas fortunas
· estados que proclaman alianzas de civilizaciones y fabrican y venden armas a los países más pobres para esclavizarlos más
· economías dilapidadoras que sólo creen en comprar, gastar, disfrutar, enteramente ajenas al dolor del mundo
· religiones que sólo parecen atender su propio prestigio, que procuran imponerse por la fuerza incluso matando...
¿tiene remedio todo esto?
Es verdad que en nuestro tiempo hay profetas, quizá más que en ningún otro tiempo de la historia; profetas a los que vamos matando, físicamente o desautorizándolos o amordazándolos. El poder civil, el poder económico, nuestra desaceptación práctica y aun el poder religioso se encargan de silenciarlos y hasta de eliminarlos. Son una llamita frágil y vacilante en un océano agitado y poderoso.
Todo esto siembra en nosotros la desesperanza, la resignación, y es un llamamiento a la vulgaridad de la fe y a la mediocridad.
Y éste es precisamente el desafío de Jesús, de nuestra fe en él, y el mensaje básico de los evangelios de la infancia y de la cruz: creer en él, creer que, a pesar de todo lo que se ve, "Dios estaba con Él". Si Dios estaba con él, es que Dios apuesta por la humanidad.
Delante del niño indefenso y pobre, delante del crucificado, decir "Creo en ti" es una apuesta valiente.
Y delante del niño y del crucificado, decir "creo en ti" significa "quiero ser como tú" y "creo que vivir como tú es lo mejor para mí y para el mundo".
"Ser como tú" es creer en la semilla y en la levadura y es también creer en la humanidad como Dios mismo ha creído en ella.
La fe en el niño crucificado lleva a la esperanza. Es la fe en el amor de Dios que resplandece en el niño crucificado lo que nos hace creer en el amor como fuerza definitiva de la humanidad.
José Enrique Galarreta