TODOS SOMOS SACERDOTES
Redacción de AlandarTodos y todas nacimos para serlo, aunque algunos nieguen la mayor y digan que sólo los consagrados se merecen ese tratamiento.
El año 2010, que está a la vuelta de la esquina, ha sido proclamado por el Papa como el Año Sacerdotal. Una buena oportunidad para reflexionar sobre una misión y un servicio en horas bajas: faltan las vocaciones, la edad media es de 70 años o más, y las nuevas generaciones son escasas y van 'matriculadas' en el vestir y en el pensar.
Una buena oportunidad que se va a quedar en eso, en oportunidad vana, por lo que parece, ya que Ratzinger ha elegido como modelo a San Juan María de Vianney que, como cuentan sus biógrafos, tuvo como principal cualidad haber sido un "gran director de almas" y haberse pasado de 16 a 18 horas en el confesionario aconsejando a quien por su parroquia, sita en Ars (Francia), se quería pasar.
Tampoco debe extrañar a nadie que quienes manejan desde el Vaticano el rumbo de la Iglesia institución respondan con propuestas tan indefendibles a la duda que nos genera a un buen número de creyentes el tipo de sacerdocio que se instruye desde los seminarios de todo el mundo. Mucha regla y obediencia, mucho uniforme y doctrina inflexible.
¿Dónde está recogido el clamor del laicado, hombres y mujeres, que piden paso en esta Iglesia del siglo XXI? ¡Pero si Jesús fue un laico y no un rabino!, como recuerda Carlos Prieto.
Si queremos encontrar una guía que nos dé pistas de hacia dónde debería dirigirse el sacerdocio del presente y del futuro, el Evangelio es la respuesta. Jesús de Nazaret nos enseñó que todos y todas somos pueblo sacerdotal, en el sentido en que ejercemos la mediación gratuita entre nuestras hermanas y hermanos (sobre todo en el caso de aquellas personas más golpeadas por el dolor, la enfermedad o la injusticia) y un Padre todo bondad y todo amor.
Y ese sacerdocio universal, gratuito y extensible al prójimo no puede ser, no debería ser, una casta que, además, se ha terminado convirtiendo en un club privado de hombres en el que se prohíbe la entrada a las mujeres. Todo ser humano, hombre o mujer, alberga dentro de sí la Gracia del Señor, y tendría que sentir la necesidad de hacerla extensible a toda persona que la necesite.
En un mundo sediento de caridad-amor, el ministerio sacerdotal sólo se entiende, al menos desde la lectura creyente del Evangelio, como el agua viva de una Fuente que nunca se agota.
Quizá, cuando eche la mirada atrás, el Santo Padre debería fijarse un poco más en gente como el protagonista de 'La buena nueva', o en Óscar Arnulfo Romero (ahora que se cumplen 40 años de su martirio), o en mujeres a las que nunca nombrarán patronas de los curas, pero que se merecen la admiración y el recuerdo de una Iglesia a la que se entregaron. Y no porque esperaran honores o privilegios, sino porque pusieron su existencia al servicio de quien más las necesitaba.
Redacción de alandar